«El aroma de los libros rinde homenaje a los libros usados, que han pasado de mano en mano, de casa en casa. Libros que en su interior huelen a aquellos que los han leído y experimentado de verdad. Libros que por lo tanto parecen tener algo para dar a cambio»
La autora, Desy Icardi, ha escrito para nosotros un artículo en el que explica el nacimiento de la idea que dio origen a la novela.
En los primeros veinte años de mi vida, consideraba la lectura «un hecho», un hábito cotidiano que llevaba a cabo con placer, pero sin darle demasiada importancia, algo así como dormir y comer, actos de cuya necesidad nos damos cuenta tan solo cuando faltan.
La lectura era un lujo que daba por sentado hasta que, debido a una enfermedad, mi vista empezó a menguar.A medida que la enfermedad progresaba, mi nariz se acercaba inexorablemente a las páginas, y cuando aplastarme contra el papel ya no fue suficiente, empecé a leer al estilo de Sherlock Holmes, con la ayuda de una lupa.
De ser un mero hábito, la lectura se convirtió en un placer incalculable que tan solo podía permitirme en pequeñas dosis y que, día a día, se me iba haciendo cada vez más agotador y valioso.
Cuando la escasa visión residual estaba a punto de obligarme a rendirme, mi «carrera» como lectora se salvó con la llegada de los libros electrónicos, que ofrecían la posibilidad de agrandar el tipo de letra para que fuera utilizable también para los lectores con discapacidad visual.
“Los números eran sus amigos, se mantenían quietos y en silencio en la página de la libreta, esperando serenamente a que ella los sumara, restara, multiplicara o dividiera. Las letras impresas en los libros, en cambio, desde hacía algunos meses la asustaban. Observadas una a una, las letras eran mansas y tranquilas exactamente igual que los números, pero tan pronto como se unían en palabras, frases y párrafos, ya empezaban a bailar, a esconderse y a escapar de su control”. [Pág. 21-22]
La compra de mi primer libro electrónico fue fruto de infinitas elucubraciones porque, como muchísimos lectores, veía en ese nuevo instrumento un peligro potencial para los libros de papel y las librerías.
Sin embargo, el deseo de poder leer de nuevo prevaleció sobre todas mis dudas, y la lectura empezó de nuevo a hacerme compañía en el calor de la cama, en la mesa del bar o en el asiento del tranvía.
Fue precisamente en el tranvía —Turín, línea diez— donde maduré la idea sobre la que se asienta la novela El aroma de los libros.
Preguntarse si los pasajeros de tranvía y autobús se convierten en lectores para aligerar el aburrimiento del viaje, o si los lectores eligen estos medios de transporte para tener la oportunidad de leer durante sus desplazamientos es como preguntarse si fue antes el huevo o el gallina; en todo caso, los transportes públicos son salas de lectura semovientes, en las que los lectores se sientan unos al lado de otros. Hace unos diez años, los lectores digitales eran una rareza y, a veces, durante mis viajes en tranvía, podía suceder que un lector «tradicional» me hiciera preguntas sobre mi libro electrónico: «¿Es cómodo? ¿Cansa la vista?».
Inevitablemente, a mis respuestas las seguía un monólogo de mi interlocutor, acerca de los motivos por los que nunca se convertiría a la lectura digital: la fascinación de los libros como objetos, el contacto con el papel y, sobre todo, el perfume de los libros.
Me percaté de que mis compañeros de viaje nunca hablaban de olor, sino de perfume: el aroma que inhalaban de las páginas era para ellos algo mágico y delicioso, un accesorio irrenunciable de la lectura.
Por supuesto, el perfume de los libros no era extraño para mí —¿cómo iba a serlo? ¡Durante años había leído con la nariz a pocos milímetros del papel!— y no podía evitar la evocación, con una pizca de nostalgia, de las numerosas fragancias del papel impreso: desde el aroma químico de los libros de texto hasta el perfume polvoriento y levemente almizclado de los libros antiguos.
Aunque entendía perfectamente el amor que los lectores tradicionales sentían por el perfume de los libros, sus argumentos me molestaban un poco: yo no había renegado del papel por un capricho dictado por la moda, ni tampoco por amor a la tecnología; mi elección vino determinada por una pura y urgente necesidad.
Un día, cuando la enésima lectora de tranvía pronunció su elegía sobre el perfume de los libros, mi mente desarrolló un pensamiento un tanto amargo: «El aroma de los libros es ciertamente poético, estoy de acuerdo, ¡pero por desgracia no puedo leer con la nariz!».
Fue en ese momento cuando tuve la idea de una historia, cuya protagonista poseía la capacidad de leer con el olfato.
Comencé a formularme miles de preguntas: ¿qué podía implicar semejante habilidad? ¿Cómo podría emplearse? ¿Cuál sería la reacción de las personas «normales» ante esta capacidad?
Parada tras parada, mi personaje empezó a adquirir sus rasgos, y antes de llegar al final del trayecto ya tenía un nombre, una edad y una personalidad bastante definida.
Escribir El aroma de los libros para mí no ha sido solo contar una historia, sino también y, sobre todo, recuperar el aroma de los libros. [Desy Icardi]
Pero vayamos a la novela. La historia comienza en Turín. Estamos en el año 1957. Adelina, la protagonista de la novela, es una niña muy formal y educada que procede del campo y se encuentra a sus catorce años, asistiendo a una escuela de renombre para señoritas en Turín, y vive con su tía Amalia, tan rica como prudente en los gastos, arisca y tacaña en otras palabras, que ha pasado toda su vida conservando unas propiedades adquiridas de una manera un tanto rocambolesca. Entre los pupitres del colegio, la muchacha es el hazmerreír de la clase: a su edad no parece capaz de recordar las lecciones. Su severo profesor no le da tregua y decide que la ayude en el estudio Luisella, su brillante compañera. Si Adelina empieza a ir mejor en el colegio no será gracias a la ayuda de su amiga, sino a un don extraordinario del que parece estar dotada: la capacidad de leer con el olfato.
Aunque Adelina intenta ocultar sus facultades, alguien las descubre y pretende servirse de ellas para revelar uno de los últimos secretos aún sin resolver.
En contraposición a las dos protagonistas se encuentran un erudito convertido en profesor de la escuela para señoritas, el estadounidense don Edward Kelley, y el astuto y fascinante notario Vergnano, quien se inmiscuye en las vidas ajenas para su pro¡pio y exclusivo beneficio.
Este talento representa, no obstante, una amenaza: el padre de Luisella, el notario Vergnano implicado en negocios no del todo claros, intentará utilizarla para descifrar el célebre manuscrito Voynich, el códice más misterioso del mundo y que juega un papel primordial en El aroma de los libros.
“El notario extrajo de la falda del abrigo un volumen encuadernado en piel, de pequeñas dimensiones, y se lo tendió al reverendo.
— ¡El manuscrito Voynich! — exclamó Kelley
El reverendo empezó a hojear la copia del célebre códice”.
[Pág. 211]
El manuscrito Voynich es un códice ilustrado hallado en 1912 en la biblioteca del colegio jesuita de Villa Mondragone, cerca de Frascati, por Wilfrid Voynich, un comerciante de libros raros de origen polaco», recuerda la autora, que actualmente forma parte de la biblioteca Beniecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale. Está escrito en un idioma, o tal vez un código, que nadie ha logrado descifrar todavía, ni eruditos ni inteligencias artificiales, y se atribuye su autoría a muchos alquimistas, entre ellos a los ingleses Roger Bacon, John Dee y Edward Kelley, este último conocido por hablar con los ángeles gracias a la lengua enochiana. “En mi novela quise rendir homenaje a este fascinante alquimista, bautizando con su nombre a uno de los personajes principales, el reverendo Edward Kelley, estudioso de textos antiguos y severo maestro de la protagonista”, señala Icardi.
En un juego de referencias literarias que apasionará al lector, por esta novela desfilan algunos grandes clásicos de la literatura mundial: desde El Decamerón a Ana Karenina, desde Jane Eyre a Bel Ami, entreverados en la narración con inteligencia y astucia, para terminar en la última página le regalan Moby Dick.
Lee y disfruta de las primeras páginas de la novela.
La autora:
Desy Icardi, cuyo nombre completo es Silvia Désirée Icardi, nació en Turín, ciudad en la que vive y trabaja como formadora de empresa, actriz y redactora de contenidos. En el 2004 se licenció en DAMS (Disciplinas de Artes, Música y Espectáculo) y desde el 2006 trabaja en el teatro también como autora y directora. Desde 2013 ha editado el blog “Patataridens”, dedicado específicamente a la comedia femenina y asumió la codirección de Facciamo la Lingua, una escuela de escritura y comunicación.
Con la editorial Fazi Editore, en 2019, publicó L’annusatrice di libri (El aroma de los libros), una novela que ha tenido un gran éxito con los críticos y el público y en febrero de este año ha publicado La ragazza con la macchina da scrivere.
El libro:
El aroma de los libros (título original: L’annusatrice di libri, 2019) ha sido publicado por la Editorial Alianza de Novelas (AdN). Traducido del italiano por Xavier González Rovira. Encuadernado en tapa dura con sobrecubierta, tiene 384 páginas.
Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.
Como complemento pongo un vídeo en el que la propia autora nos lee un fragmento de su novela L’annusatrice di libri (El aroma de los libros).
Para saber más:
https://www.desyicardi.it/ (Web oficial de Dedy Icardi)
Enlace con la Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale en relación al ‘Manuscrito Voynich’
El Manuscrito Voynich