Revista Insólito

El aroma llega con tu nombre

Publicado el 30 enero 2025 por Monpalentina @FFroi

💨Jamás podré olvidar la ternura de los años vividos en mi tierra, la certeza de que todo me fue regalado sin otro precio que el dejarme llenar de aromas, olores, sonidos para siempre.


Mi abuelo tenía un huerto, el "Rozo" se llamaba, todo lleno de almendros. Cada tarde, Dios, bajaba a llenarse de su aroma para olvidar la ingratitud de los hombres. ¡Tanta belleza alba en apenas un cuenco de tierra seca! Porque envidiaba el blanco de sus pétalos, se tornó blanco el color de la tarde. Y también, blanco era el caballo del novio, el fiel caballero de la princesa envuelta en el hechizo de aquellos testigos de alada copa blanca que sahumaban y protegían a los protagonistas dispuestos a defenderlos de cualquier peligro dentro de las altas paredes del huerto. El caballo de José parecía nube que hubiese tomado forma para galopar hacia un destino fijado. El suelo polvoriento del camino, se resquebrajaba, dolorosamente inútil, a la espalda de quien galopaba raudo hacia la muchacha que esperaba, recién estrenado su amor como los almendros estrenaron sus flores aquella primavera.

Cuatro gotas apenas sueño, habían logrado, a duras penas, que el "Rozo" luciese con la nieve blanca que llenaba el suelo cuando un golpe de viento venía a refrescar la tarde en su inevitable discurrir hacia la noche. Cada mañana, el abuelo miraba el cielo, en muda súplica, con la tristeza reflejada en los ojos. Las ovejas triscaban monte arriba del huerto disputando a las cabras los mínimos brotes de los olivos que nunca alcanzarían por más que lo intentasen. Mi tía Antonia, 15 años recién cumplidos, sentada en una sillita baja de anea y madera bruñida, con la almohadilla apoyada en sus rodillas y sobre el tronco de uno de los almendros, hacía encaje de bolillos. Los mínimos palitos de naranjo torneados con dibujos concéntricos, simetría artística de Pelayo, el artesano del pueblo, bailaban entre sus manos impulsados rítmicamente al aire y cayendo sobre el picado de cartón que mostraba el dibujo mediante puntitos casi invisibles que señalaban la forma de la labor. El encaje, ganaba belleza y destacaba exacto entre los alfileres de cabezuelas negras y alguna de color. Para la joven la tarde discurría lentamente.

Largas son las horas cuando se espera la llegada de la persona amada. El aire denso, penetraba hasta mi garganta impregnado del aroma de los almendros que lucían la plenitud de su hermosura, flores de pétalos increíblemente tersos y suaves que yo llevaba a mi boca y mascaba con deleite hasta confundir, voluntariamente, su textura con el manjar, más dulce, que merendaba cada tarde: miel de brezo y romero untando la morena rebanada de pan que me daba la abuela.

Jamás podré olvidar la ternura de los años vividos en mi tierra, la certeza de que todo me fue regalado sin otro precio que el dejarme llenar de aromas, olores, sonidos para siempre. Un tesoro que sueño cada noche para no perderlo al ir creciendo y, antes de que la memoria me juegue una mala pasada.

El aroma llega con tu nombre

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