Soy un chaskiq, todos piensan que soy un mensajero del Sapa Inca pero mi nombre quiere decir “el que recibe” y no el que entrega un mensaje a alguien. Recorro el Tawantinsuyo de punta a punta, corriendo sin pararme nunca a disfrutar de los parajes que atravieso. Siempre alerta, siempre esperando algo que nunca sé cuándo llegará, perdido en la acción de esperar. El que siempre puede ser interrumpido, el que nunca comienza por el miedo a no terminar.
Mi casa es un tambo, no uno en concreto sino todos y ninguno. A veces tengo suerte y descanso un tiempo en un lugar cálido y cerca del sonido del mar, otras, las más, espero impaciente en algún lugar de las alturas andinas, comiendo llama seca y cubierto completamente, espantando el frio de la montaña. También el caluroso clima selvático pertenece a mi hogar, pero que atrevido al llamar hogar a todo el imperio del Sapa Inca.
Mi pututu anuncia mi llegada, lo soplo con las fuerzas que me quedan después de la distancia recorrida. Cuando mi destino final es Cuzco y entrego personalmente el quipu al Inca entro en la ciudad henchido de honor mientras siento las miradas de la gente. Aunque normalmente mi llegada tan sólo despierta a otro chaskiq como yo, esperando aburrido en un tambo, deseando verme llegar y al mismo tiempo temiendo ese momento. Ni siquiera me espera para recibir el quipu o establecemos algún tipo de conversación, sale corriendo al oír mi llegada y yo lo persigo durante un rato hasta que le paso el mensaje. Me quedo resoplando en mitad del camino empedrado, mirando a esa persona a la que he entregado la posta y que corre como yo lo he hecho las ultimas dieciséis o más horas. Pienso en lo que pensará y en que estaría haciendo, en si tiene familia, en cuantos años tendrá y le quedarán de ser receptor de mensajes. Luego camino hasta mi nueva casa temporal, observo el paisaje, intento adivinar donde me encuentro o si alguien vive cerca para informarme de en que remoto lugar del Tawantinsuyo me hallo. Me siento en el suelo de arena, tierra, hierba o vegetación estirando las piernas y disfruto del sol, la lluvia, el frio o el viento mirando sin ver todos los caminos que terminan donde yo me encuentro, todas las vías por las que se acerca un destino que me impide comenzar nada, todas las calzadas que conforman mi futuro, presente y pasado, el recorrido que no me llevará a ninguna parte. Espero.
Parte del camino inca desde Chachapoyas a Levanto. Foto: Sara Gordón
Publicado en MICROHISTORIAS, PERU