Revista Opinión
Después de vivir en mis propias carnes lo de mirar a otro lado, de interesarme mi propia ventaja, ignorando que los que nos ayudan a aventajarnos es a pesar de otros perjudicados. Se que aún debo caerme mucho, pero de las caídas se aprende ¿No?
Algo me ha quedado claro, es que si los que somos peones del gran ajedrez mundial, que jugamos al capitalismo de hoy en día, nos involucráramos más, en vez del egoísmo de mirar a otro lado, no habría estas diferencias sociales entre las pobres personas que mueren de hambre en el África. El ejemplo más claro fue el Nazismo, si los alemanes mermados por la perdida de la primera guerra mundial, no se hubiesen dejado engatusar por las promesas y alabanzas al pueblo alemán, ignorando mientras tanto las atrocidades que se realizaban, ¿Cuantas muertes se hubiesen ahorrado?. Por que aunque las personas normales y corrientes, parezcan invisibles, somos nosotros, los peones del mundo los que manejamos el sistema, los encargados de dejar que las barbaridades ocurran o se bloqueen.
El reparador de mecheros...
Jaime, un pequeño empresario sevillano, heredó de su padre un noble y legendario taller de reparación de mecheros usados, vivía de forma honesta y humilde su existencia. Su negocio aunque viejo y rústico se alojaba en la calle Betis de Sevilla. En un pequeño local, que perteneció a su tatarabuelo Ramón quien fue el precursor de tan noble y original profesión. La vida había avanzado tanto que ya la gente no solía pedir las reparaciones de mecheros, puesto que con la industria tan avanzada solía salir más caro que comprar nuevos mecheros. Esto conducía a que los únicos servicios prestados por el taller eran a curiosos coleccionistas que amaban sus antiguos mecheros de gasolina, mecheros de chiscas y otros tipos menos conocidos. Esto eran sus pocas reparaciones, ya que el taller también tenía ingresos, por la ingente cantidad de chinos, americanos y turistas de todos los colores y etnias, que entraban curiosos y que generosamente daban algunas propinas por tomarse una foto con el tradicional reparador de mecheros trianero. No se iba a hacer rico, pero su vida era ordenada y cómoda. Una tarde soleada en la que el termómetro marcaba cuarenta y cinco grados Celsius al sol, un joven entró en el taller, vestido de corbata, traje Emilio Tucci gris plata, una gafas de sol Ray Pum y el pelo engominado. “Buenos días, mi nombre es Federico Obor Odot” Se presentó como magnate del petróleo en Kulodelmundo, donde tenía diez mil trabajadores que cobraban un euro al día, aunque descontando el I.R.P.F. Le quedadaban un cincuenta por ciento menos. Este hombre le dijo querer comprarle su local, para montar una O.N.G. Ya que así desgravaba impuestos, porque en Kulodelmundo le prohibían ganar más de cinco millones de euros al día. Le ofreció cinco millones de euros por su pequeño local, por más de trescientos años de tradición y el joven no le concretó respuesta y alegó que al menos le dejara un día para pensarlo. El señor Obor Odot se lo concedió y esa noche Jaime reunió en casa a toda la familia. “No puedes venderle a un extorsionador de pobres criaturas” Le dijo su madre “Piensa en esas familias que no tienen ni para comer” “Vas a destrozar la herencia familiar” Comentó su hermana indignada. “¿Y si te engaña?” Cuestionó su mujer. Esa noche no pudo dormir, vueltas y más vueltas, “yo no tengo culpa de la gente que pasa hambre, no es mi problema que el mundo sea injusto con algunos, debo preocuparme por que mi vida vaya bien” pensaba “¿Para que me va a estafar un magnate con todo lo que tiene?” pero toda cuestión era superficial, una decisión se tardan veinte segundos en tomarse, el resto del tiempo se dedica a pensar en “que se va a hacer luego” o “que pensara fulano de tal” Cinco millones de euros era demasiado como para rechazarlo, se acabo eso de arreglar mecheros o fotografiarse con chinos. El día siguiente, a eso de las siete de la tarde, Federico cruzó la puerta llevando una estela de luz y de grandeza. Desde lejos se veía su esplendor. “¿Pensó usted en la proposición?” El reparador de mecheros asintió con la cabeza. A lo que el magnate siguió sacando un cheque y un contrato, que firmó. Le estrechó la mano y se despidieron felicitándose ambas partes. Al día siguiente se levantó muy tarde y cuando llegó al banco, se llevó la sorpresa de su vida, sus cinco millones de euros eran en bonos de una empresa que tenía tantas deudas que estaba a punto de declararse insolvente. No encontró al magnate Federico, había desaparecido y su abogado le dijo que nada tenía que hacer, pues había firmado.
Años después, trabajaba en la limpieza de ventanas y a lo lejos vio una figura bien vestida y repeinada salir de un comercio de alimentación, lo conoció inmediatamente, corrió y voceó pero el personaje se subió a un taxi y desapareció. Él ex reparador entró en el mismo comercio del que acababa de salir Federico y casi sin aliento y con desesperación se dirigió al comerciante. “Tenga cuidado con ese hombre, me engañó y explota a miles de personas en Kulodelmundo” El comerciante, le alzó la mano para que se tranquilizara y le dijo pausadamente. “Siento mucho si se sintió estafado por el señor Obor Odot, pero no es mi problema, no tengo culpa de eso ni de que el mundo sea injusto con algunas personas, ni del hambre, ni de las guerras, yo ya tengo bastante con preocuparme por mi mismo y de intentar salir adelante”