Hace tiempo que rondaba por mi cabeza el publicar un artículo sobre esto; de hecho, estuvo a punto de ser uno de mis aforismos, pero finalmente lo descarté, pues consideré que merecía un desarrollo más amplio, y reivindicar la importancia de este tema en un formato ensayístico más adecuado.
Y así hemos llegado al día de hoy, en el que la sección «Arte», después de tanto tiempo, vuelve a publicar… aunque todos sabemos que este blog jamás ha dejado de lado de este tema realmente, se escribiera o no en este apartado.
La cuestión que quiero tratar, es defender el cómo el arte (o más bien, el que lo es realmente), en todas sus formas (porque cuando se dice esta palabra, desgraciadamente, la mayor parte de la gente sólo piensa en pintura, cuando hay tanto más… por supuesto, la consabida escultura o incluso arquitectura; pero tampoco se debe descuidar lo escénico o audiovisual, fotografía, danza… por supuesto literatura, etc, disciplinas artísticas, todas ellas de pleno derecho, y que, sin embargo, no se las suele considerar al mismo nivel) es algo siempre puro y elevado, con un origen más divino (o del mundo de las ideas, que diría Platón) que material o del mundo sensible. Mientras, que, por su parte, el artista siempre sería, inevitablemente, por su cualidad y calidad humana, un ser más limitado, forzosamente impuro y terrenal.
Verdaderamente, me parece imperioso e importantísimo establecer tal diferencia; siendo hoy, quizás más necesario que nunca, debido al auge de las culturas de la cancelación (sí, en plural); puritanismos ideológicos de todo sesgo, que llevan a todo tipo de formas de censura; o las inconsecuentes e irresponsables damnatio memoriae de muertos y vivos… etc; que, independientemente del daño personal, social o cultural que puedan hacer (y lo hacen), siempre e indefectiblemente, perjudican al arte con mayúsculas.
En cualquier caso, ¿por qué sentar tal disparidad?, ¿cuál sería el objetivo?; indudablemente, uno de sus fines sería el poder disfrutar de las obras sin intermediación: las personas pueden levantar mayor o menor simpatía, por cuestiones que no tienen nada que ver con su creación… con el arte no debería pasar eso (y debería considerársele ajeno a ello, eximido, ser juzgado sólo por sí mismo); a lo anterior, además, se suele unir un contexto histórico-artístico que, si bien puede ser condicionante para una obra, jamás puede determinarla absolutamente, pues, de ser así no podría sobrevivir a su época (y esa es una de las claves de los auténticos trabajos maestros, y por tanto, del propio arte; otra de las múltiples características que lo diferencian, en su esencia, del ser humano, es decir, la propiedad inmortal de la creación artística, su capacidad para llamar la atención, afectar y conmover a todo tipo de personas mucho después de pasado su tiempo).
En contra de lo anteriormente defendido, sin duda saldrá el típico argumentario de que el artista es autor, y por tanto, que todo tiene que proceder de él: su vida, experiencias… de hecho, los estudiosos siempre se molestan, mucho, muy celosamente (en exceso incluso, hasta puntos rocambolescos en ocasiones), en buscar el origen de la inspiración, en pretender probar que absolutamente todo tiene un origen real… sin embargo, muchos artistas, que han tenido la oportunidad de hacerlo, han negado esto en última instancia, a la vez que se han determinado incapaces de decir de dónde había salido la idea o el porqué. Por otro lado, si todo se limitase a experiencias personales, las obras no tendrían la cualidad de universalidad que se le suele exigir al arte.
Del mismo modo, también es habitual que haya quien pretenda sentar cátedra con la materialista tesis de que «quien paga, manda»; sin embargo, sobran los ejemplos de artistas que acababan haciendo lo que querían (incluso a pesar de tener contratos de lo más estrictos o rigurosos), que se rebelaron abiertamente contra sus mecenas (¿y por qué, para qué, poner en peligro tu supervivencia personal si sólo se trata de un mero trabajo con el que ganarse la vida?), o de épocas con especial censura, en las que, de algún modo, el artífice acababa creando una obra incluso más atrevida debido, precisamente, a las limitaciones; sin mencionar que es un gremio que, tradicionalmente, aún siendo controlado hasta cierto punto, siempre ha gozado de unas inevitables prebendas de libertad, que otras profesiones nunca han tenido, tal vez debido al factor creatividad (lo que a menudo, ha ido acompañado, irremediablemente, de una clara desconfianza, suspicacia, además de un cierto factor de exclusión social). En cualquier caso, si las creaciones fueran mera propaganda (y no debemos olvidar que la mayor parte de la historia del arte tiene una temática religiosa o áulica), entonces no habrían sobrevivido al examen del tiempo, porque, cumplida su función en su momento, a partir de ahí serían tan inútiles como cualquier folleto electoral, y sabemos que no es así.
¿Esas son entonces las razones por las que debemos separar obra y artista?, sin embargo, ello no explica porque el arte está por encima del creador, porque el primero es puro, divino… es decir, superior al segundo…. A continuación, desarrollaré mi argumentación a favor de esa idea, apoyándola principalmente en ejemplos históricos, y casos concretos de diversos artistas, de las más distintas disciplinas y épocas.
Quizás, una de las personas, artistas, que mejor identificó, y definió, la idea que defiendo, fue el músico Franz Liszt, que se autoproclamó como mero instrumento, concretamente de Dios, a quien atribuyó todo lo que había creado, siendo él, simplemente, quien lo habría transmitido al mundo. Teniendo en cuenta la época y el recorrido vital del compositor, es comprensible que pensara así… pero, lo cierto es que no costaría nada cambiar el concepto de «Dios» por el de «el universo», «la naturaleza»… «la inspiración»… o mejor (y ahí voy yo), por el «arte» en sí mismo, como elemento puro supremo que, cuál monarca, otorga sus favores a quien considera que los merece. El caso del pianista no es para nada único en el mundo; hablando de otro país, época y disciplina distintas, Gregorio Fernández comentaba algo muy similar acerca de la cabeza de su escultura «Cristo yacente», la obra que le llevaría a la historia del arte; también, volviendo a la música, Haendel dijo algo muy parecido cuando elaboró «El Mesías» (no está de más decir, que muchos creadores, han hablado también de estados de éxtasis místico durante el proceso creativo, en los que sentían que no eran ellos mismos); y Stefan Zweig reflexionaba sobre cosas parecidas cuando relataba la composición de «La Marsellesa» de Rouget de l’Isle, este último, un caso especialmente interesante, pues ayuda a establecer la diferencia clara entre arte y artista, al identificar que hay quienes sólo reciben la inspiración una vez en su vida, y luego ya nunca más (tampoco este ejemplo, de flor de un día, es algo único, vemos constantemente casos de creadores que consiguen hacer una gran obra, y luego ya nunca más vuelven a lograrlo: desde Carmen Laforet con «Nada», hasta J. K. Rowling con «Harry Potter»; múltiples músicos con un único éxito, pero que sigue en la mente colectiva; o actores que se vieron devorados por uno de los personajes que crearon)… es decir, si los artistas fueran verdaderamente autores absolutos, y poseyeran un mérito total sobre lo que hacen, ¿porque no son capaces de volver a replicarlo?, en cualquier otra actividad, es fácil volver a repetir algo que ya se ha hecho, sin embargo, el arte es una clara excepción, resulta casi imposible volver a reiterar un éxito anterior; no se puede hacer en cadena (ni siquiera Hollywood lo consiguió, de ahí que el sistema de estudios terminara por desaparecer); otra prueba de esto, también son los incontrolables bloqueos creativos que puede sufrir cualquier artista, y que no se aplican a ninguna otra actividad, mental o manual (sin estar enfermo)… todo ello, muestras de que, el arte, en el fondo, no está en manos humanas, sino que es algo superior a eso.
Otra importante cuestión, que demuestra hasta que punto es necesario disociar entre arte y artista, se encuentra en el hecho de que muchos de los segundos no están a la altura de sus obras… puesto que, ¿cómo explicar sino que algunas de las melodías, consideradas más románticas de todos los tiempos, las de la ópera «Tristán e Isolda», fueran compuestas por Wagner, una persona con ideas claramente precedentes del nazismo?; y sin irse a lo político, sino a lo personal, no debemos olvidar las palabras que dijo la hija de la actriz Marlene Dietrich sobre esta, pues expresó que, aunque no sabía que hacía falta para tener la magia, el talento o magnetismo de su madre, de algo estaba segura, por su experiencia personal, evidentemente no era necesario ser buena persona (otra cosa más, que crea un claro paralelismo con la cuestión divina, pues en todas las mitologías se suele hablar de lo inescrutable de la deidad o potencia suprema, al tener unos elegidos bastante impensables, y que no necesariamente se ven como la mejor opción en un principio).
Tampoco está de más reseñar, que muchos artistas no estuvieron satisfechos con sus propias obras más populares, hasta el punto de denostarlas o incluso intentar destruirlas… sobran ejemplos de eso: Tchaikovsky con el ballet de «El Cascanueces»; Botticelli con «El nacimiento de Venus» (cuadro del que llegó a afirmar que se lo había inspirado el diablo… y sí, una vez más, un artista vuelve a reconocer que es algo externo a él lo que lo ha llevado a la creación… eso ya sin mencionar la eterna metáfora de las musas, que es lo más trillado que existe, por lo que ya no se advierte que tal expresión lo está condicionando todo a un factor o fuerza externa, dicho de otro modo, la posibilidad de creación no está en manos del artífice, sino de una potencia superior -en este caso, una diosa griega-… aunque ahí podríamos entrar en el terreno aún más interesante de si no fueron las deidades los primeros artistas, o el universo, la naturaleza… etc; porque ¿no es la capacidad de creación en sí misma, algo de carácter plenamente divino?) o Sir Arthur Conan Doyle con las novelas de Sherlock Holmes… este último caso es también reseñable porque nos da otro argumento en favor de la teoría que estoy exponiendo, y ese es la antítesis que se puede formar entre el creador y la creación: así, mientras que Doyle era una persona que creía en lo espiritual, sobrenatural… etc, su personaje era exactamente lo contrario, el colmo de lo racional y lo lógico… ¿cómo explicar entonces que el uno saliese del otro?; es un caso pero se podrían citar otros muchos; por ejemplo, ¿cómo es posible que algunas de las novelas que mejor retrataron todo lo negativo de los sistemas totalitarios, y más concretamente del comunismo, fuesen escritas precisamente por un marxista como George Orwell, que no dejó en ningún buen lugar las ideas que, aunque defendió como persona, denostó literariamente? (siendo precisamente lo segundo lo que ha quedado para la historia; una vez más, volvemos al argumento que siempre estamos rondando en sus mil formas, y que titula este artículo: el arte es inmortal, el artista mortal; en todos los sentidos de ambas palabras)…. Y, en todo caso, ¿por qué cualquier persona produciría, continuaría haciendo, terminaría algo con lo que está insatisfecho o no está del todo de acuerdo, y más siendo una obra de arte, que da tanto trabajo, esfuerzo, casi siempre sin perspectivas de obtener algo a cambio (o en todo caso, una recompensa irrisoria que no justifica el afán), muchas veces incluso contra viento y marea, con todas las dificultades posibles?, claramente es una fuerza superior lo que lleva a ello, porque sino, es imposible explicarlo racionalmente.
Así pues, ¿cuál es la tesis que en última instancia estoy defendiendo?, pues bien: considero que el artista debe ser considerado simplemente el profeta (y por tanto humano, impuro) del arte, que sería lo supremo (en consecuencia, lo divino, lo puro); entendámonos bien, no «profeta» con el significado que se le da hoy a esa palabra, que define a quien ve o pronostica el futuro (aunque no está de más comentar, que tanto el artista como el arte tienen mucho de augures, sólo hay que ver la producción literaria de Julio Verne o las innovaciones de Walt Disney, por poner un par de casos), sino en el sentido bíblico original, según el cual, el profeta era aquel que se veía henchido, abrasado por la palabra de Dios, y se veía obligado a proclamarla a los cuatro vientos… cambiando el punto religioso, una vez más, por el punto artístico (y no es tan extraño, no han faltado teóricos del arte que han definido a este como una religión en sí misma); creo que ello encaja a la perfección con lo que es un artista: es decir, alguien que siente una vocación imparable, irrefrenable; que le lleva incluso a olvidar, dejar a un lado, anular lo que se considera pragmático, razonable e incluso lógico; para perseguir un sueño, un ideal; todo porque una fuerza superior le impele, le exige ese sacrificio (¿en su honor?); y le obliga a mostrar al mundo lo que ella desea…. Visto así podría sonar extraño, quijotesco incluso… pero, más allá de psicoanálisis baratos; a cualquier artista que se le pregunte porque hace lo que hace, de cualquier tipo, con mayor o menor fortuna (pero es especialmente reseñable el caso que no ha tenido éxito, porque no parece que tenga sentido alguno que siga realizando algo de lo que no saca provecho alguno)… la respuesta común es la misma: lo hace «porque necesito hacerlo» o «porque siento que alguien tiene que hacer esto» (pensemos, por ejemplo, en el notorio caso de Emilia Pardo Bazán, que renunció a una vida burguesa, cómoda, tranquila y predecible; aquella que le estaba destinada y lo que se esperaba socialmente de ella; por aventurarse en un mundo en el que sabía que difícilmente sería aceptada… pero tenía que hacerlo); de hecho, incluso en los casos de triunfo (casi todos los cuales tuvieron un largo tiempo de crear solo por amor al arte, y debido a esa constancia, a no rendirse, es por lo que acabaron pudiendo llamar la atención) reconocen que, aunque no lo hubieran conseguido, seguirían creando igual (sin cobrar por ello, aunque sólo fuera para sí mismos… etc)…. Así que lo dicho, ¿es esto muy diferente al caso de los mencionados profetas del Antiguo Testamento, quienes, a pesar de las consecuencias, positivas o negativas, se veían obligados a gritar la voluntad de Dios, quisieran o no? (siempre según la mitología bíblica) francamente, yo no lo veo desemejante.
Por todo lo anterior, defiendo que debemos considerar al arte como algo más puro, elevado, incluso divino; que está por encima del artista, un ser humano y su mero instrumento; sin duda es este último el que nos traslada la magia de la creación que le ha llegado desde lo más elevado, pero siempre es un error confundir el mensaje con el mensajero, y no siempre el primero está a la altura del segundo. El artista pertenece al mundo mortal, sensible, terrenal, tiene sus necesidades, vicios y defectos humanos, no es un dios… ya reflexionaba sobre ello Vargas Llosa en una de sus obras, en la cual, la protagonista, tras entrar en el mundo de la cultura, buscando algo mejor, más profundo… se decepcionaba descubriendo que, en realidad y en el fondo, el colectivo al que aspiraba y admiraba, resultaba ser tan frívolo como la sociedad de la que ella misma provenía… y eso es porque esta comunidad la forman personas, y estas, son iguales en todos los lados, da igual la pátina que se pongan o lo que hagan, no pueden evitar ser lo que son en última instancia: humanos. Sin embargo, y ahí está la clave, el arte no es así nunca, jamás decepciona, y es porque procede del mundo de las ideas, de Dios, el universo, la naturaleza… de sí mismo, de algún lugar más puro e ideal… da igual, no importa, aquello en lo que queramos creer, en cualquier caso, de un extracto puro y divino que está por encima de los simples mortales… porque, ¿cómo explicar sino las sensaciones que nos produce, que ninguna otra cosa puede hacer, y que son comunes a tantos otros de las más diversas procedencias sociales, nacionales, culturales… etc, además de con las más diversas experiencias vitales; y con quienes en principio no tendríamos nada que ver (y de hecho, quizás hasta sólo tengamos eso en común)?, ¿cómo entender sino las poderosas emociones que produce (y a las cuales todos sucumben), salidas de la nada, sin causa o razón aparente, y desde luego difícilmente explicables (pues no se trata de cosas que nos afecten directa o tangiblemente)?, ¿o que siempre se haya practicado de las maneras más variadas, pero, sin embargo manteniendo muchos puntos en común, en las zonas más dispersas del mundo y no conectadas entre sí?, ¿o cómo se explica que, invariablemente, exista esa necesidad, que no responde, de forma directa, a ningún instinto y/o necesidad básica de supervivencia?… está claro que todo esto sólo puede ser porque es algo superior, mejor, perfecto… puro; el don (y posiblemente, también la maldición), por excelencia, concedido a la humanidad (pues, hasta donde sabemos, a ningún otro ser vivo le ha sido otorgado). Aún podría llegar más lejos: quizás el arte es la auténtica divinidad, venida al mundo para salvar a la humanidad… o al menos, hace lo que bien puede (ya igualmente Dostoyevski reflexionaba sobre que la belleza salvará al mundo… aunque no es menos cierto que Rilke afirmó que esta era el principio de lo terrible… una vez más, volvemos a cuestiones muy paralelas o similares a conceptos espirituales: bien/mal, yin/yang… etc).