Revista Cine
Es fácil saber qué cinta ganará la mayor cantidad de estatuillas doradas el próximo domingo, en el Oscar 2012 y por qué sucederá eso. El Artista (The Artist, Francia-Bélgica, 2011), cuarto largometraje del cineasta galo Michel Hazanavicius (par de divertidos pastiches del agente OSS 117 -2006 y 2009- inéditos en México) es, en primera instancia, una cinta para cinéfilos que homenajea el cine como medio y como fin en sí mismo. En segunda instancia, está impecablemente realizada en cada departamento técnico y/o artístico. Y, finalmente, hace reír y sufrir de manera equilibrada, antes de llegar a un happy-end que, por cierto y para mi gusto, se quedó muy corto.¿La mejor cinta del año? Por supuesto que no –ni siquiera es la mejor entre las restantes ocho nominadas al Oscar 2012-, pero de eso no estamos hablando. Lo que digo es que El Artista tiene los suficientes argumentos para ganar la estatuilla dorada –sin contar la sombra del todopoderoso Harvey Weinstein- y eso sucederá el próximo domingo. Y, por cierto, eso a mí no me molesta en lo absoluto. Han ganado el Oscar cosas mucho peores.La trama no es más que un agradable repaso/fusión de Cantando Bajo la Lluvia (Donen y Kelly, 1952) y las dos primeras versiones de Nace una Estrella (Wellman/1937, Cukor/1954). Estamos en Hollywood, en 1927. El cine sonoro está a punto de arribar y la superestrella silente George Valentin (Jean Dujardin, con el rostro de Douglas Fairbanks y la apostura viril de Gene Kelly interpretando una versión del auténtico John Gilbert) se niega a hablar, por lo que en poco tiempo pierde todo: mujer, fama, dinero y autoestima. Sólo le quedan su fiel chofer Clifton (James Cromwell), su aún más fiel Jack Russell “Uggy” y la secreta devoción de la joven actriz en ascenso Peppy Miller (encantadora y expresiva Bérénice Bejo, esposa del director Hazanavicius), quien entró al cine gracias a una ayudadita del ególatra Valentin. Así, mientras el actor olvidado cae en el agujero del alcoholismo, Peppy, la nueva estrella que sí puede y quiere hablar, se eleva por los cielos.Desde los créditos iniciales, hechos al estilo del Hollywood de los años 20/30/40, Hazanavicius deja claro cuál es juego. Si el espectador no quiere o no le interesa jugarlo, está en su derecho, pero el director de las dos películas del OSS 117 no está engañando a nadie: he aquí un pastiche que no tiene empacho (¿ni desvergüenza?) de serlo. Así, además del discutido y discutible robo en despoblado de cierto pasaje musical escrito por Bernard Herrmann para De entre los Muertos (Hitchcock, 1958), he aquí las anacrónicas transiciones usando el iris, el uso del formato 1.37:1 llamado también académico, la aparición tipo Zelig (Allen, 1983) del George Valentin de Dujardin en una película protagonizada por el auténtico Douglas Fairbanks (nada menos que La Marca del Zorro/Niblo/1920), las bien realizadas secuencias en las que vemos pasar el tiempo a través de fragmentos de películas o noticias periodísticas y, por supuesto, el hecho (¿no lo había anotado ya?) de que estamos ante una cinta muda, aunque no silente, pues hay una pertinente banda sonora musical de Ludovic Burce y uno que otro efecto sonoro que escuchamos en algún momento clave del filme.Habría que anotar, sin embargo, que Hazanavicius no sólo es capaz del mero plagio juguetón. Hay un uso inteligente de la cámara a lo largo de toda la cinta –incluso hay una toma notable en la que Valentin, alcoholizado, baña su propia imagen reflejada en el crista de una mesa- y una escena que, como bien ha escrito David Thomson, podría haber sido escrita por el mismísimo Ernst Lubitsch: el momento en el que, a través de una filmación que se repite una y otra vez, vemos cómo Valentin empieza a enamorarse de Peppy. Todo funciona a la perfección: la actuación de Dujardin como Valentin que, a su vez, está actuando en una película; la encantadora presencia de Madame Bejo; y la sencilla pero eficaz puesta en imágenes de Hazanavicius. ¿Hazanavicius-touch?: nah, no es para tanto. Pero sí lo suficiente para ganar el Oscar.