Después se apresuró a limpiar el baño y el resto de la casa. Recogió los restos que habían quedado en el fondo de la bañera e intentó deshacerse de ellos por el lavabo, para lo que tuvo que utilizar el desatascador. No pudo borrar por completo una mancha de sangre en el salón; la cubrió con cera y la ocultó poniendo encima la pata de un sillón. Cuando creyó que todo estaba limpio y en orden transportó las bolsas al maletero de su coche.
Según la policía, el crimen se produjo el 9 de enero de 1984, el mismo día en que se había dado por desaparecida a María Teresa, en un apartamento de la urbanización Reus Mediterrani, en Cambrils (Tarragona) situado en la primera planta del edificio donde, en el tercer piso, pasaban el verano la fallecida y su familia. El presunto autor de la muerte era Ángel Emilio Mayayo Pérez, íntimo amigo de los hijos de María Teresa. Pero hasta que la policía llegó a esa conclusión y Mayayo fue detenido pasaron dos meses y medio.
Catorce días después de la desaparición de María Teresa, el lunes 23, su cadáver troceado fue descubierto por tres trabajadores de recogida de basuras, a las dos menos diez de la madrugada, en un vertedero cercano a su domicilio, en Cambrils. Su cuerpo conservaba los pendientes, un anillo, el collar, guantes y calcetines. En el guante de la mano izquierda, dentro del espacio para el dedo pulgar, se encontraron siete monedas: aunque en principio parecía un número cabalístico, en realidad no era más que las vueltas de la compra, que sumaban ochenta y ocho pesetas.
El dato verdaderamente misterioso era otro: el cadáver fue hallado sin sangre y con un escaso grado de putrefacción. Los forenses estimaron, de forma errónea, que la muerte había ocurrido entre 48 y 72 horas antes, y que el cuerpo había sido congelado, o al menos conservado en un frigorífico, extremos que todavía hoy resultan incoherentes con el relato policial, que afirma que María Teresa fue asesinada el mismo 9 de enero en que desapareció, es decir, 14 días antes.
Los familiares de la víctima recibieron, mientras ésta se encontraba en paradero desconocido, una carta firmada con las siglas GADAC; en ella se les informaba de que María Teresa había sido objeto de un secuestro, por el que se pedía un rescate de 25 millones de pesetas.
Algunos detalles de la misiva dieron la clave a la policía. Los agentes encargados de la investigación realizaron una labor de descarte partiendo de una lista de sospechosos del círculo íntimo de la familia. El último de la lista era Ángel Emilio Mayayo.
El jefe del operativo policial, Víctor Cuñado, por entonces destinado en Barcelona, a fuerza de releer la carta tuvo la sensación de que había encontrado una pista. Llegó a la conclusión de que el autor era una persona joven, del entorno de la familia Salomó-Mestre, que no sabía escribir bien a máquina.
Le tocó comprobar si Mayayo tenía máquina de escribir. Cuando llegó a la casa de éste, en Reus, no estaba. Cuñado explicó a la madre de Mayayo que investigaba a jóvenes relacionados con la familia Salomó. Entonces la mujer sacó la agenda de su hijo y ofreció al policía que apuntara los nombres que quisiera. El inspector utilizó la argucia de preguntarle si disponía de máquina de escribir, para que sus anotaciones fueran más claras. La señora sacó una Hispano Olivetti y unos folios, que a Cuñado le parecieron muy semejantes a papel con que estaba escrita la supuesta carta de los secuestradores.
Cuñado sintió un nudo en el estómago. Cuando empezó a teclear no tuvo dudas: era la máquina que buscaba. Fue en ese momento cuando se presentó "Angelito".Con el fin de que todo fuera más fácil, el inspector le invitó a tomar un café en el cercano hotel Gaudí. Cuando sacó a relucir el crimen, la preocupación y el nerviosismo de Ángel Mayayo le movió a llevarle a comisaría.
Allí confesó. Contó cómo llevó en su coche los restos de María Teresa al lavadero de su casa de Reus, donde los ocultó hasta que decidió trasladarlos al vertedero en que fueron encontrados. Lo único que no quiso explicar fue el móvil del crimen. Afirmó que no lo declaraba porque le daba "vergüenza".
Todo lo que se supo es que sufrió un impulso repentino, quizá debido al "pequeño monstruo" que llevaba dentro, como había dicho en alguna ocasión. Fue juzgado a principios de julio de 1985, y el día 6 de ese mes se dictó la sentencia que le condenó por asesinato con alevosía, con la circunstancia atenuante de enajenación metal incompleta, a la pena de 21 años de reclusión.
La victima reposa en paz en el cementerio de Riudoms junto a su padre.