En Los hermanos Kip (1902) de Julio Verne, estos son exonerados del asesinato del capitán Gibson cuando su hijo descubre en una fotografía la imagen de sus asesinos grabada en las retinas de su padre. Sabiendo que Julio Verne, aparte de profetizar nuevos inventos y proyectos, basaba partes de sus novelas en descubrimientos y sucesos contemporáneos, ¿en qué apoyaba esta prueba irrefutable de inocencia?
Verne hacía alusión a un supuesto método forense nacido gracias al daguerrotipo, inventado en torno a 1837 por Louis Jackques Mandé Daguerre, y el oftalmoscopio, creado en 1850 por Hermann von Helmholtz. Este partía de la premisa de que al morir, en la retina se queda grabada la última imagen que capta el ojo. Este razonamiento se extendió como suelen hacerlo las leyendas urbanas. Ya en 1857, The Homoeopathic Record de Londres publicó un artículo anónimo citando al Chicago Press que hablaba de la replicación del chicagüense Dr. Pollock de los experimentos del inglés Dr. P. En el artículo, los ojos del asesinado J. H. Beardsley mostraban la figura difuminada de su asesino, pues, según el Dr. Sandford, se le habían extraído y la falta de conexión con el nervio óptico propició la pérdida de información.
El artículo provocó confusión, pues se desconocía si era real o una broma. De hecho, se publicaron varias versiones donde se alteraba la fuente de la noticia, la fecha de los experimentos o el nombre de los doctores. Además mencionaba que usando la atropina, extracto de la belladona, sobre el nervio óptico, el ojo protruía y podía observarse la imagen del asesino gracias a una potente lente. A pesar de la falta de fundamento, el Medical Times británico y el Gazette publicaron versiones de esta historia.
Las revistas especializadas también se dedicaron a desmentir los artículos que informaban de su uso para resolver un crimen o a responder a quienes defendían utilizarla para encontrar a los responsables de tales delitos. Además señalaban que los observadores simplemente se estarían viendo reflejados en las superficies de la córnea y el cristalino.
En 1876, fisiólogo e histiólogo Franz Christian Boll se percató de que la retina de las ranas palidecía ante la exposición a la luz, transparentándose con la luz directa. En contraste, las retinas recuperaban su color tras mantenerse en la oscuridad. Cuando expuso su descubrimiento al fisiólogo Hermann von Helmholtz, el botánico Nathanael Pringsheim y el fisiólogo Emil du Bois-Reymond. Este último publicó el descubrimento en Königlich Preussischen Akademie der Wissenschaften el 12 de noviembre de 1876 a petición de Boll. Entonces, Boll se refería al color de la retina como rojo púrpura, pero posteriormente lo denominaría rojo visual. Boll revelaría que el aclaramiento de la retina dependía de la intensidad de la luz y su oscurecimiento del tiempo que había sido expuesta a esta. En 1877 indicaba que el oscurecimiento de la retina podía durar hasta un día en ranas y peces y doce horas en mamíferos. Boll se preguntaba si el color rojo de la retina se debía a un factor fotofísico o fotoquímico. En el segundo caso, argumentaba que podría aislarse el pigmento responsable, al que llamó eritropsina. Desgraciadamente, no pudo continuar su investigación al morir de tuberculosis en 1869.
Simultáneamente, Wilhelm Kühne, que había sucedido a Helmholtz como profesor de fisiología en Heidelberg, confirmó varios de los descubrimientos de Boll. Kühne publicó sobre la persistencia del pigmento retinal tras la muerte antes de que Boll añadiera esta observación que había omitido de su artículo original. A diferencia de Boll, Kühne llamó a este pigmento "púrpura visual", rebautizándolo luego como rodopsina. No solo se percató acertadamente de que era un proceso tanto térmico como fotoquímico, sino que describió la estructura anatómica de los conos. Al ver el ojo como una cámara que realiza y desecha sucesivas fotografías, experimentó con la idea de las imágenes grabadas en la retina. Para ello obligó a una rana a mirar a una llama durante 14 horas, observando luego que en su retina estaba la imagen invertida de esta. Repitió este experimento con ranas y conejos mirando por la ventana.
Kühne intentó desacreditar el uso forense de la optografía, pues se requería unas condiciones muy específicas para que se grabase la imagen en la retina. De lo contrario, se produciría una sobreexposición que inutilizaría la prueba. Además trabajó en mejorar la definición y conservación de la imagen, aunque reconociendo que se encontraba en una batalla contra el tiempo frente a los procesos metabólicos post mortem. A pesar de ello, el 16 de noviembre de 1880 accedió a observar la retina de Erhard Gustav Reif, guillotinado por ahogar a sus dos hijos pequeños. Le extrajo el ojo izquierdo en una habitación con luz ténue filtrada con cristales rojo y amarillo durante diez minutos, observando un optograma de 2x3-4 mm durante cinco minutos. Kühne no juzgó qué representaba.
En 1881, el médico americano W.C. Ayres, que trabajó en el laboratorio de Kühne intentando perfeccionar la optografía, concluyó que esta nunca tendría ninguna utilidad práctica en las investigaciones forenses. Llegó a esa conclusión tras tomar un animal que había permanecido durante horas en una habitación oscura y llevarlo a otra iluminada, colocándole frente a sus ojos un negativo de Helmholtz y administrándole atropina para dilatar sus pupilas. Así permaneció durante cuatro minutos, pero la débil imagen desapareció rápidamente. Al repetir el experimento con el animal decapitado, el resultado era mejor, pero la imagen seguía siendo irreconocible.
Además del relato de Julio Verne, Rudyard Kipling menciona este método en Al final del camino (1890). En este libro, cuatro caballeros británicos en la India se reunen todos los domingos en casa del ingeniero Hummil. Este, irritable y ansiodo, es afectado por el insomnio y acaba desarrollando paranoia, balbuceos y pánico. Cuando lo encuentran muerto en su cama, el doctor Spurstow lo examina y le fotografía los ojos, pero destruye la cámara y la película tras revelarla sin compartir qué ha visto.
Walter Dew, antiguo inspector de Scotland Yard, escribió en I Caught Crippin (1938) que, recurriendo a cualquier método posible para identificar a Jack el destripador, fotografiaron las retinas de su última víctima, Marie Jeannette Kelly. En los asesinatos de Villisca, donde ocho personas murieron a hachazos, el Cedar Rapids Evening Gazette informaba el 23 de agosto de 1912 que habían obtenido una fotografía del asesino a través de las retinas de una de las víctimas. Varios médicos locales desecharon esa posibilidad. De la misma manera, el 27 de junio de 1920, The New York Times criticó al forense Charles Norris por no examinar los ojos del cadáver de Joseph Bowne Elwell, jugador, tutor y escritor de libros de bridge que pudo vivir lujosamente gracias a sus conexiones sociales y a quien no le avergonzaba presumir de sus conquistas, muchas de ellas mujeres casadas. El Dr. Norris no tardó en responder que, incluso de ser así, lo último que habría visto sería a su enfermera en el hospital. Además le recalcó que debía ser responsable de lo que escribía, dada la influencia de su medio.
Como nota final, el proyector de pensamientos de Tesla parecía actuar bajo un principio similar, señalando que los pensamientos podían captarse en la retina.
- Lanska, D. J. (2013). Optograms and criminology: science, news reporting, and fanciful novels. Progress in brain research, 205, 55-84.