Revista Espiritualidad
El aspirante espiritual y su obra. II
Por mucho que se quiera olvidar el mal que atormenta en la consciencia, no se conseguirá definitivamente hasta que no se destruya aquello que nos hizo creer que ese mal éramos nosotros o era una correcta acción por parte nuestra. Cuando el aspirante comienza a hollar el sendero ya no debe dar importancia al mal obrar del pasado sino cumplir responsablemente y con sentido del deber lo que la Ley de Consecuencia la traiga. Ahora se trata de poner orden y mando en los cuerpos internos para que nuestra vida esté basada en el amor y en el servicio desinteresado al prójimo. Rememorar el mal del pasado solo trae sufrimiento y remordimiento que ya no sirven para nada, ahora se trata de ver la vida con otra perspectiva, una perspectiva que nos relaciona con la Vida Divina y con la Obra de Dios. Ahora se trata de silenciar en la mente todo pensamiento que no esté de acuerdo con el ideal divino; de eliminar de nuestra vida los sentimientos y deseos que nos llevarán a la oscuridad en el pasado; de estar atentos plena y conscientemente a lo que sentimos, hablamos y pensamos para no volver a hacer mal en el mundo.
Cuando actuamos en esta línea, los agentes de Dios y las fuerzas espirituales que cubren el universo acuden a la llamada de nuestra luz y nos facilitan las cosas para que no nos falte aliento, peor ni debemos perder la fe ni debemos pensar que otro puede llevar nuestra carga. Hay que olvidarse de servir al cuerpo físico y a determinados deseos y pensamientos egoístas para dedicarse al Alma, al Yo superior, y así compartir su esplendor y su gloria. Es necesario situarse por encima de todas las miserias y materialismos del mundo para tener fe y confianza en alcanzar nuestros ideales más elevados. De esta manera nuestra vida será reconfortante, intensa y llena de oportunidades para demostrar nuestro amor y nuestra nobleza.
La motivación y el cumplimiento del deber son dos de los aspectos que mueven el mundo, y el aspirante así debe tomarse su trabajo, sea cual sea, porque todas las profesiones cumplen una labor importante en la evolución pero este aspirante debe poner la voluntad del Espíritu para trabajar en la Gran Obra en vez de hacerlo para su propio beneficio personal pues, todo lo demás le será dado por añadidura. Si cada persona del mundo trabajara como si fuera un deber y con lealtad a Dios, se acabarían muchos problemas de los que creamos entre nosotros mismos por no cumplir con nuestro deber responsablemente. Debemos ser imitadores de lo superior y ser conscientes de que todo lo manifestado y toda la evolución alcanzada hasta ahora por la humanidad ha sido gracias al sacrificio de nuestro propio Dios y de toda una serie de Jerarquías y Hermanos Mayores que han puesto su vida a disposición de la Gran Obra. Al igual que han hecho estos grandes seres debemos hacer nosotros si queremos acelerar nuestro desarrollo. Nuestras vidas deben ser útiles al mundo material y al espiritual porque todas nuestras acciones deben ser hechas como un sacrificio para la mejora de nuestros hermanos (aún inconscientes de estas verdades) y para la espiritualización del mundo; eso entra en el trabajo que lleva a la perfección.
Por ninguna mente de los aspirantes deberían pasar pensamientos de fracaso o derrota. Cuando el trabajo, el sacrificio y el cumplimiento del deber se hacen para colaborar con el Creador de este mundo no cabe el fracaso siempre que se intente. Deberíamos sentirnos orgullosos de ser conscientes colaboradores de la Ora Divina y de sentirnos “llamados a trabajar por el bien de nuestros hermanos.” Quizás nos vengamos abajo alguna vez, pero lo realizado dará sus frutos, sin embargo, no debemos permitir que el egoísmo y que el materialismo nos vuelva a dominar porque eso nos alejaría del Sendero. Dios está en el ermitaño y en el que dedica su vida a la oración, pero mayor sacrificio y mejor cumplimiento del deber hace el que vive entre otros amando, sirviendo y haciendo las cosas como si fueran para Dios. Al igual que el escultor da forma a su idea, nosotros debemos tener la consciencia en las cosas de Dios para que nuestro trabajo demuestre que en nosotros está la idea divina. Todos estamos evolucionando pero el que es consciente de que somos parte de Dios y, por tanto, parte de Su obra intenta esculpir la imagen divina en el templo interno de su cuerpo físico. Solo nosotros podemos manifestar la belleza y la armonía del Alma y eso solo se puede conseguir anhelando y manteniendo en el corazón los ideales espirituales para ponerlos en práctica en cada momento de nuestra vida.
Pero está claro que debemos alcanzar cierto desarrollo interno para poder ser colaboradores de las Jerarquías y Seres que gobiernan los destinos de la humanidad, y para ello debemos esforzarnos hasta que obtengamos alguna ayuda o respuesta. Ser colaborador de la Obra de Dios necesita también cierta preparación como, por ejemplo:
1º.- Esforzarse y sacrificarse para encontrar y ahondar en la Verdad, requisito imprescindible para hacer un trabajo superior.
2º.- Gobernar la mente concreta hasta tal punto que solo se use para lo necesario en el mundo físico y de manera consciente ya que así se manifiesta su aspecto abstracto y el Yo superior a través de él.
3º.- Abrir un canal (intuición e inspiración) que comunique los mundos superiores con la mente para ser instrumentos de Dios en la tierra y para recibir instrucciones.
4º.- Elevar la vibración de los vehículos inferiores para que sean verdaderas herramientas del Alma; esto es: Un cuerpo físico sano; un cuerpo de deseos cuyos deseos y sentimientos estén en armonía con la Obra Divina; y una mente controlada para que no piense por sí misma ni pierda el tiempo en críticas, enjuiciamientos ni en hechos pasados o futuros innecesarios.
5º.- Vivir todo el tiempo en lo interno, conscientes en cada aquí y ahora para actuar como conciencia y en lugar del Yo superior, consiguiendo así vivir en lo superior pero trabajando en este mundo irreal.
6º.- Trabajar en medio del tumulto del mundo y del ruido de la mente hasta alcanzar cada vez mayor iluminación gracias al servicio amoroso que se pueda hacer allá donde nos encontremos.
Francisco Nieto
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