Ha debido ser cosa de mi albedrío lo de sacar la moto y matar la idea de ir a El Atazar. Se me ha puesto que no. Se me han figurado sendas congeladas cerca del Pontón de la Oliva y he dicho que no. La mañana estaba muy fría. En mi terraza, el termómetro roto marcaba cinco bajo cero a primera hora, por lo que he esperado a que el asunto se civilizase y he dado tiempo a que el mediodía se tomara su media mañana. Y entonces he dicho: me voy a Hita.
La carretera hasta Hita es una vía bastante rápida que tiene, entre otras virtudes, ser soleada todo el año. Discurre entre sembrados por lo que no hay zonas umbrías.
Tras un rato de paseo por las calles del Arcipreste me he dejado confundir y he hecho un hallazgo: la GU-150. Vea el lector su trazado en el mapa adjunto a este escrito. Vea el perfil de la carretera, vea la sinuosidad. Una pasada de tramo. Tanto, que al llegar a Copernal he decidido continuar hasta el siguiente pueblo, que ha resultado ser Espinosa de Henares. Nunca había estado en Copernal, ni siquiera sabía que estaba ahí. Me ha sorprendido este lugar porque es la primera vez que voy a un pueblo y no veo a nadie. He aprovechado la ocasión y he celebrado la ceremonia de nombramiento de Copernal como Epicentro de la España vacía. Hago saber al lector que no ha habido aplausos en Copernadie.
En la más infinita soledad he alcanzado Espinosa del Henares, donde he tomado la carretera que lleva a Fuencemillán y, justo ahí, el desvío para Guadalajara.
Un día más me he sentido en medio de la nada y de nadie, sin seguridad sobre dónde estaba en ese momento, en lugares donde no hay coches sino sembrados vacíos de todo. Una sensación de soledad que refuerza y expresa, de nuevo, la voluntad y autonomía personal de decidir en cada momento lo que te parece oportuno o lo que no te parece oportuno. Porque hay veces que decidimos lo que no es oportuno y, aun así, acertamos, siempre y cuando la decisión sea propia, asumamos los riesgos y reparemos el daño, si es que lo hemos hecho.
Claro, estamos de nuevo en el asunto de la libertad, que es uno de los pocos asuntos de los que necesitamos ocuparnos. Yo pienso que la libertad ha de ser consciente. Si no hacemos consciente nuestra propia libertad, alguien se encargará de hacernos creer que somos libres a base de no hacer nada, de no pensar, de no sentir, de no escuchar al corazón, que es donde se atesora el albedrío. En las sobremesas siempre sale un clásico: -Pero no hay que confundir la libertad con libertinaje. Tampoco hay que confundir la felicidad con el felicinaje.
Para ser feliz en estos días yo necesito a mi familia, a mis amigos y un paseo con la moto. Para ser feliz, para vivir, hay que morir de vez en cuando, hay que quemar las sobras del rastro de la vida y hay que volver a nacer. Y naces más libre y más feliz. Pero hay que saber morirse. Y hay que aprender a renacer cada vez que la vida y tu albedrío te lo pidan. Es como ir en moto: hay que quemar la gasolina, hay que desgastar los escorcheres y hay que saber volver a casa, que es donde hay que estar.