Antonio Aponte.
Desde que la Revolución es Revolución, dentro de ella han aparecido las propuestas de atajos, las seducciones para distraer el camino. Algunas plantean que no es posible la Revolución, otras, y estas son las que tienen más repercusión, proponen que sí es posible pero por pasos, poco a poco, que hay una transición que dura siglos, a estas se conocen con el nombre genérico de reformismo.
El reformismo es una tentación que afecta a los Revolucionarios de buen corazón, se trata de la ilusión de hacer la Revolución con el menor daño posible, sin afectar las tradiciones. Se buscan atajos para hacer una tortilla sin cascar los huevos… por supuesto que de aquí parten sólo dos caminos: regresar al capitalismo, con una necesaria y fortísima represión, y el otro, caer en cuenta de que no hay atajos.
Esta Revolución, como Revolución que es, la afecta la tentación reformista. La renta petrolera, su reparto, alimenta la ilusión de superar al capitalismo sin afectarlo. ¿Es posible? Veamos.
El capitalismo en todas partes es un gran fraude, se trata del robo de la riqueza social por una fracción de la sociedad: los burgueses, los oligarcas. Este robo no es meramente un problema económico, trae necesariamente una serie de problemas sociales: pobreza material y espiritual, y desapego del hombre con sus semejantes y con la naturaleza. Es en definitiva el camino al infierno. Se sostiene este sistema en una cultura que lo justifica y lo hace casi invencible. En estas condiciones los dominados son el principal sostén del sistema que los oprime.
La Revolución sólo puede ser un mandarriazo enérgico a esa costra cultural, ésta justifica al capitalismo y hace de la sociedad un cuerpo sumiso. Es una cuerda que nos permite descender a los abismos del alma individual y colectiva, y allí producir un remezón, una nueva conciencia, luz que alumbra al nuevo mundo posible, es el reencuentro del hombre con él mismo, la recomposición de la fragmentación. De esa manera el pueblo despierta y, guiado por su vanguardia, comienza la hermosa marcha de transformar al mundo transformándose a sí mismo.
Es así, la Revolución no puede ser un proceso controlado, sin desenfreno, tibio, ¡al contrario! Se trata de una conmoción espiritual, cultural, de desatar un huracán que levante las mejores pasiones del humano, le dé razones sagradas para la lucha, y esas razones sólo pueden anclarse en los sentimientos, en la esperanza de recuperar el amor. Si la pasión se apaga, si el huracán se transforma en briza inofensiva, tolerable, entonces todo está perdido.
Para nosotros la tormenta comenzó el 4 de febrero. Chávez, la guía de ese torbellino, supo conducirlo, superar tentaciones y atajos, llevarlo a los territorios de las decisiones finales, a las orillas del salto definitivo, el que promete Socialismo o Barbarie. Ya había desechado las ilusiones, estaba preparado para el combate, consciente estaba del dilema final. Él lo dijo: nos atacan más por lo que vamos a hacer que por lo que hicimos.