Cuántas veces hemos tratado de pasar nuestro atlántico y cuántas veces hemos sucumbido a los discursos de los otros. Ayer mismo, una Amelia de tantas me hizo partícipe de su calvario. Me contó que su marido había muerto a los 50 años. De repente. De improviso. Recordaba que cuando moría algún amigo de su esposo, ella solía exclamar: "¡Qué pena!". Pero era como cuando se mira un suceso grave desde la distancia. La mujer pensaba que aquello sólo les sucedía a los demás. Hace unos meses, la novia de su hijo, días antes de contraer matrimonio, sufrió un accidente de coche que la mantuvo durante muchos días postrada sin sentido en la cama de un hospital. En un instante pasan por su cabeza escenas de dolor que hacen brotar las lágrimas. Me cuenta que su hijo, corre a diario a buscar el rostro de su amada. Se arrepiente de no ser su marido en esta hora. Aquella madre, que no me conoce de nada, me cuenta emocionada la disposición de su hijo a embargarse hasta las cejas si fuera necesario para llevarla a un centro especializado donde recupere el sentido, la risa, la emoción; donde vuelva a ser lo que era ayer, donde le reconozca y sepa del amor que por ella siente.
La mujer detiene su relato. "No faltan cruces para nadie" -le digo yo. Ya sé que no es lo mismo intuirlo que padecerlo en propia carne: Me fijo más en la señora. Me acuerdo de las palabras que Robin Wiliams le lanza al tribunal médico que le juzga en "Patch Adams". Todos estamos enfermos de algo y todos somos médicos de alguna manera, procurando palabras de consuelo a los demás.
Pero yo les he prometido aquí buenas noticias y esta lo es por varias razones:
La muchacha que sufrió el accidente se recupera poco a poco. Reconoce a Kike, su novio, balbucea algunas palabras y expone a su manera proyectos que dibujaron juntos. Ha comenzado de nuevo a caminar. Como Amelia Earhart, a sus 31 años, esta mujer se encuentra con el reto más grande de su vida, se da de bruces con su atlántico y quiere a toda costa superar esta prueba que no le reportará más citas en los periódicos que esta anónima que yo le mando, como señal evidente de que a lo largo y ancho de esta vida, todo el mundo deberá pasar un puente solo. Cuando el mar es tan largo, cuando es tan débil el mecanismo con el que vamos a cruzarlo, cuando por las circunstancias de la vida no lleguemos como aquella mujer a vadearlo, rompiendo así la espina de las oposiciones, bueno será que estén a nuestro lado aquellos a quienes les hicimos partícipes de nuestra vida.
La mujer ya se ha ido. Yo he sido testigo de su atlántico.
Para saber más sobre Amelia Earhart en Curiosón
El avión de Amelia