Quedó un atril vacío en el estudio que El País preparó para el debate electoral; se trataba del puesto que debía ocupar el cuarto candidato a la presidencia: Mariano Rajoy, que apareció en una televisión privada para anunciar que bajaba los impuestos. El PP, cuando la economía va viento en popa, adelgaza los impuestos para que todos creamos que el estado del bienestar puede comprarse de saldo. Las ofertas del Presidente han llegado justo a tiempo, con el Black Friday enloqueciendo el monedero del contribuyente.
Con la ausencia de Mariano Rajoy sobrevolando el plató como un fantasma que ya no asusta, los tres candidatos se dieron la mano sonriendo y fueron poco a poco calentando el discurso, cuando aparecía la palabra corrupción todos miraban de soslayo el atril vacío en un gesto automático que parecía más una interrogación que un reproche, como si ya estuvieran acostumbrados a pedirle cuentas a una imagen o a un símbolo en lugar de a alguien de carne y hueso. En la portada de la edición digital de El País aparece una fotografía en la que la ausencia del Presidente nos recuerda que llevamos cuatro años siendo gobernados por un político asustadizo y en constante huida. Aquel orador punzante, incisivo y contundente que hizo oposición a las dos legislaturas de Zapatero es hoy un tipo del que solo tenemos recuerdos, como si fuera un pariente que murió hace mucho.
Vi nervioso a Albert Rivera, estático a Pedro Sánchez y contundente a Pablo Iglesias. Un debate a tres es desequilibrado y confuso por naturaleza; atacas o te alias con el mismo oponente, por momentos parece un pugilato de dos contra uno o un combate de todos contra todos. En el todos contra todos salía siempre sonriendo Pablo Iglesias, que ya asume las referencias a la antigua unión soviética como el que da la razón al padre cuando se pone pesado.
Trató Pedro Sánchez de aparecer como única opción frente a Rajoy, colocándose en el centro, dando a veces la ilusión de que el planteamiento era un cara a cara entre el tándem Rivera-Iglesias y él. Pero la ilusión se desvanecía cuando Pedro Sánchez hablaba más de cuatro minutos seguidos; en ese momento la audiencia se aburría, la vieja política se diferencia de la nueva solo en el aburrimiento que genera.
El debate fue correcto y a veces incluso trepidante, y Pablo Iglesias tuvo numerosas ocasiones para sacar a pasear su argumento preferido: yo no te he interrumpido a ti. Una frase que va a terminar por definir al de Podemos como el puedo prometer y prometo de Suárez, o el váyase señor González de Aznar. Hay frases que resumen un ambiente político a la perfección y si uno lo piensa bien son acertadas hasta cuando se equivocan.
Estuvo muy bien Pablo Iglesias en el minuto de oro, cuando afirmó que él no iba a pedir el voto y que la responsabilidad de los votantes era leer los programas, compararlos y tomar una decisión. De los tres fue el más natural, el más incisivo y el más beligerante. Dió la sensación de haber comenzado una remontada, como un ciclista solitario que tratara de alcanzar al grupo de escapados.
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