Las alarmas seguían oxidadas, aunque empezaron a afinar tras las sucesivas movilizaciones contra las políticas económicas francesas, con la aparición en escena de una figura conocida por su apellido. Marine Le Pen. El Frente Nacional abría una herida mientras cerraba otra con su discurso reaccionario y xenófobo. La herida en los intereses capitalistas, que se partían en plena época de crisis. Por otro lado, en Oriente Próximo, comenzaba un periodo que no despertaba especial antipatía entre la intelectualidad de la izquierda occidental, marcado por lo que se veía como el deseo de cambio por parte de la población de países islámicos. Una más de las revoluciones de colores, que años después se desveló como la coartada del terrorismo yihadista para tomar el poder en esos Estados.
Donald Trump, el magnate del racismo y las políticas keynesianas, era aupado en las redes sociales por una heterogénea corriente vinculada estrechamente al fascismo, que más adelante fue bautizada como alt-right; y ahora sí, de lo más variopintos elementos de la burguesía más progresista se empiezan a tirar de los pelos, enarbolando discursos catastrofistas sobre un fenómeno más viejo de lo que habían detectado. El auge de la extrema derecha. Antes, su visión del fascismo solo estaba presente en las cosas a las que el discurso moralista de la derecha se enfocaba, aunque en realidad llevase años desarrollándose. Ahora, la victoria de Bolsonaro en Brasil no es más que la confirmación de que ese discurso, esa polémica mediática que puede llenar las tertulias de los grandes grupos de comunicación, esa pregunta mil veces repetida sobre si la extrema derecha está en auge, vende un montón. El fascismo va a estar en auge cada vez que el capitalismo se tambalée demasiado, porque es su forma de reequilibrarse. Por eso mismo Santiago Abascal se hace la ronda de platós mientras claman por Bolsonaro, por Le Pen, por Salvini o por quien corresponda. Hay capitalistas que impulsan, financian y promocionan constantemente a representantes políticos del nacionalismo supremacista, el proteccionismo, la represión y el reaccionarismo más encarnado. Esos mismos capitalistas son quienes patrocinan una separación con respecto a los que sustentan a las fuerzas políticas institucionales “moderadas” en épocas de bonanza. Son el relevo de los mecenas del Partido Nazi en la República de Weimar; de Siemens, de Volkswagen y de Hugo Boss. De Dragados y Construcciones, de Renfe y de Huarte en la posguerra española. En el caso de Bolsonaro, hemos visto a varios exfutbolistas y futbolistas en activo, grandes fortunas, posicionarse a su favor. Los medios de comunicación están dando espacio y altavoz una y otra vez a cada representante de esa extrema derecha que tanto sugieren ellos mismos que preocupa. Todos ellos reciben financiación millonaria para sus faraónicas campañas electorales. Todos sus eventos cuentan con el patrocinio de alguna empresa, y siempre hay algún personaje público que se suma a su carro. Si el fascismo empieza a gozar de buena salud en las instituciones es, en primer lugar, porque se le nutre con capital. Havan, entre otras empresas, no solo ha apoyado a Bolsonaro, sino que también podría haber invertido recursos en una campaña de desprestigio hacia el principal candidato rival, según diversas informaciones. Los vínculos con Amanecer Dorado de Restis Group, uno de los gigantes empresariales griegos, parecen trascender la mera financiación y entrar en el terreno de la malversación de fondos y el tráfico de armas. Y esto sin contar los apoyos abiertos a partidos de ultraderecha en todo el mundo provenientes de instituciones como el FMI. La burguesía es la encargada de apuntalar su facción más radical cuando las cosas empiezan a no salirles bien. Y en segundo lugar, si se produce ese auge de la extrema derecha que se empieza a llorar demasiado tarde es justo porque las formaciones fascistas tienen cómplices indirectos en todas partes. El discurso hegemónico es el que abre polémicas sobre fronteras, colores o políticas del gesto. Es una semilla latente en la sociedad que se intenta estimular desde esos sectores, y con espacios en prime time en las grandes cadenas. Susana Griso o Antonio García Ferreras han hecho más por la ultraderecha que el votante más enfervorecido del partido más reaccionario. Y no solo ellos. La propia y supuesta intelectualidad de izquierdas pone su granito de arena e incluso lo escupe desde plataformas supuestamente humorísticas enquistadas en poderosos medios privados. Pero como algunos gritan mucho y dicen cosas como “commedia” pues se les perdona, por lo visto. Tal vez sean estas cuestiones las que haya que poner en valor. No ya el auge del fascismo, sino el auge de las herramientas que lo encumbran en cada época de crisis capitalista y el por qué de su aparición. Tal vez ese sea el debate.Revista Opinión
Hace no muchos años, en Grecia, el azote de la crisis del capital bancario se volvía especialmente virulento. Los pactos entre clases dominantes dieron lugar a un rescate que exigía una serie de “medidas de austeridad” como pago. Es una vieja historia: la legalidad utilizada como lubricante de las herramientas de los poseedores para auparse sobre los desposeídos. Inyección de capital a la banca y la empresa privada, agudización de las condiciones de explotación de los trabajadores para generar el pago, y discurso institucional de “apretarse el cinturón”.
Es posible que todo el mundo recuerde las movilizaciones que se produjeron a partir del 1 de Mayo de 2010, la violencia policial, la Plaza Sintagma… Bien, pues dos años después, en las siguientes elecciones, el mapa de la política institucional griega cambió de color, y entre los dos partidos mayoritarios ni siquiera alcanzaban un resultado que les permitiera formar gobierno; pero hay una formación en concreto que logró por primera vez ocupar escaños en el Consejo de los Helenos (21 para ser exactos), tras una campaña basada en la alusión directa a las consecuencias de la crisis para la clase obrera, pero cargando las tintas sobre la inmigración. Un partido cargado de simbología, consignas, retórica y miembros fascistas. Amanecer Dorado entraba en escena de un modo nuevo hasta entonces.
Muy poco después, el diputado Ilias Kasidaris, de dicho partido, agredía en directo a dos parlamentarias en un programa de tertulia, y las imágenes daban la vuelta al mundo. Las alarmas se empiezan a encender, aunque sin mucho brillo.
Ya en 2013, en Ucrania, en medio de una serie de negociaciones de exportación de capital que sirvieran para “recuperar” la maltrecha economía del país, la forma en la que la UE empieza a desaparecer del tablero coincide con una serie de protestas cada vez más violentas, que se vuelven icónicas en los informativos en la Plaza del Maidan, en Kiev. En ciertos círculos se habla de “los de abajo volviéndose contra los de arriba”, pero en ninguno de ellos se incluye en los comentarios la presencia de grupos paramilitares, armamento cada vez más peligroso y menos improvisado, o implicación del llamado Rabbi Sektor. Incluso John Kerry hacía su aparición en la plaza, con aires de visita humanitaria, mientras se culminaba un golpe de Estado.