Revista Cultura y Ocio
Si bien siempre he repudiado las modas en el mundo del libro (ya sea en forma de vampiros, templarios o cuarentonas subiditas de tono), creo que el fenómeno de la novela negra es demasiado intenso y racional como para definirlo como una simple moda. En el género negro, la frontera entre el bien y el mal aparece bastante difuminada, y los protagonistas suelen caminar por la angosta línea que separa ambos términos haciendo dudar de sus convicciones incluso al propio lector.
Entre los factores que han favorecido el auge de la novela negra, a mi juicio, el más importante es la crisis que nos está tocando vivir. Malversación de fondos, recalificación de terrenos, corrupción, injusticia… Son palabras que forman parte de nuestras vidas, acompañándonos cada sobremesa a poco que escuchemos los titulares de cualquier telediario (yo prefiero ahorrármelos, la verdad). Nos guste o no, convivimos con unos bellacos que además ostentan una posición de poder y se limitan a hacer y deshacer mientras los que estamos abajo no podemos hacer otra cosa que protestar, y a veces ni eso. En un ambiente tan turbio y desolador, es inevitable que los escritores reflejen esta frustrante realidad en sus escritos, de la misma manera que los lectores buscan novelas en los que puedan reconocer el mundo que les rodea. Conviene recordar que el nacimiento del género negro se remonta a la importante crisis que sacudió a los Estados Unidos durante los años veinte, por lo que tal vez estemos asistiendo a una nueva época dorada de la novela policiaca.