Jeffrey Sachs, Project Syndicate
La crisis económica y política de los Estados Unidos va a agravarse a raíz de las próximas elecciones de noviembre. El Presidente Barack Obama perderá todas las esperanzas de aprobar una legislación progresista en pro de los pobres o del medio ambiente. De hecho, es probable que todas las leyes y las reformas queden paralizadas hasta 2013, con ocasión de unas nuevas elecciones presidenciales, y también que empeore una situación mala caracterizada por el punto muerto y la causticidad, por lo que el mundo no debe esperar demasiada capacidad de dirección por parte de unos Estados Unidos enconadamente divididos.
Gran parte del país está de mal humor y se ha abandonado más o menos el lenguaje de la compasión. Los dos partidos políticos están al servicio de los ricos contribuyentes a sus campañas, al tiempo que proclaman defender a la clase media. Ninguno de los dos partidos habla siquiera de los pobres, que ahora constituyen oficialmente el 15 por ciento de la población, pero, en realidad, son mucho más numerosos, si contamos a todas las familias que luchan con las necesidades en materia de atención de salud, vivienda, puestos de trabajo y demás.
El partido Republicano ha hecho pública recientemente una “Promesa a los Estados Unidos” para explicar sus creencias y promesas de campaña. El documento está lleno de disparates, como, por ejemplo, la fatua afirmación de que los impuestos elevados y el exceso de reglamentación explican el elevado desempleo del país. También está lleno de propaganda. Figura una cita del Presidente Kennedy, en el sentido de que los tipos impositivos altos pueden estrangular la economía, pero Kennedy se refería a la situación de hace medio siglo, cuando los tipos marginales máximos eran el doble de los actuales. Sobre todo, la plataforma republicana está exenta de compasión.
Los Estados Unidos presentan actualmente la paradoja de ser un país rico que está desmoronándose por el desplome de sus valores fundamentales. La productividad americana es una de las mayores del mundo. La renta nacional media por habitante asciende a unos 46.000 dólares; suficientes no sólo para vivir, sino también para prosperar. Y, sin embargo, el país está sumido en una horrible crisis moral.
La desigualdad de ingresos es la mayor de la Historia, pero los ricos afirman que no tienen responsabilidades para con el resto de la sociedad. Se niegan a acudir en ayuda de los indigentes y son partidarios de reducciones de impuestos en todas las oportunidades. Casi todo el mundo se queja, casi todo el mundo defiende agresivamente sus intereses egoístas y a corto plazo y casi todo el mundo abandona pretensión alguna de mirar adelante o abordar las necesidades de los demás.
Lo que pasa por ser el debate político americano es una contienda entre los partidos para ofrecer promesas mayores a la clase media, principalmente en forma de reducciones de impuestos que menoscaban el presupuesto en un momento en el que el déficit fiscal asciende ya a más del 10 por ciento del PIB. Los americanos parecen creer que tienen un derecho natural a los servicios estatales sin pagar impuestos. En el léxico político americano, se definen los impuestos como una denegación de la libertad.
Hubo una época, no hace mucho, en que los americanos hablaban de acabar con la pobreza dentro y fuera del país. La guerra contra la pobreza de Lyndon Johnson a mediados del decenio de 1960 reflejó una época de optimismo nacional y el convencimiento de que la sociedad debía hacer esfuerzos colectivos para resolver problemas comunes, como, por ejemplo, la pobreza, la contaminación y la atención de salud. En el decenio de 1960, los Estados Unidos aplicaron programas para reconstruir las comunidades pobres, luchar contra la contaminación del aire y del agua y garantizar la atención de salud a los ancianos. Después las profundas divisiones respecto de Vietnam y los derechos civiles, combinadas con un repentino aumento del consumismo y la publicidad, parecieron poner fin a una época de sacrificio compartido por el bien común.
Durante cuarenta años, la compasión en la política retrocedió. Ronald Reagan consiguió popularidad con la reducción de las prestaciones sociales para los pobres (con el argumento de que los pobres engañaban para recibir pagos extras). Bill Clinton continuó con esas reducciones en el decenio de 1990. En la actualidad, ningún político se atreve siquiera a hablar de prestar ayuda a los pobres.
Los grandes contribuyentes a las campañas de los dos partidos pagan para que sus intereses creados predominen en los debates políticos. Eso significa que los dos partidos defienden cada vez más los intereses de los ricos, si bien los republicanos lo hacen un poco más que los demócratas. Es probable que ni siquiera un modesto aumento de impuestos a los ricos reciba apoyo en la política americana.
Es probable que el resultado de todo ello sea una reducción a largo plazo del poder y la prosperidad de los EE.UU., porque los americanos han dejado de invertir colectivamente en su futuro común. Los Estados Unidos seguirán siendo una sociedad rica durante mucho tiempo por venir, pero que está cada vez más dividida y es cada vez más inestable. El miedo y la propaganda pueden propiciar más guerras internacionales encabezadas por los EE.UU., como en el último decenio.
Y es posible que lo que está sucediendo en los Estados Unidos se repita en otros países. Los Estados Unidos son vulnerables a la desintegración social porque se trata de una sociedad muy diversa. El racismo y los sentimientos antiinmigrantes son una parte importante del ataque a los pobres o al menos la razón por la que tantas personas están dispuestas a hacer caso a la propaganda contra la ayuda a los pobres. Como otras sociedades afrontan una diversidad en aumento, pueden seguir a los EE.UU. en su crisis.
Recientemente, los suecos dieron suficientes votos a un partido de derecha antiinmigrantes para que contara con representación en el Parlamento, lo que refleja una violenta reacción contra el número cada vez mayor de inmigrantes en la sociedad sueca. En Francia, el gobierno de Nicolas Sarkozy ha intentado recuperar popularidad entre la clase trabajadora deportando a migrantes gitanos, blanco de un odio generalizado y de ataques étnicos.
Esos dos ejemplos muestran que Europa, como los EE.UU, es vulnerable a la política de división, a medida que nuestras sociedades se vuelven más diversas étnicamente.
La enseñanza que se desprende de los EE.UU. es la de que el crecimiento económico no es una garantía de bienestar o estabilidad política. La sociedad americana ha llegado a ser una sociedad cada vez más dura, en la que los americanos más ricos compran su participación en el poder político y los pobres quedan abandonados a su suerte. En su vida privada, los americanos se han vuelto adictos al consumismo, lo que les roba tiempo, ahorros, atención e inclinación a participar en actos de compasión colectiva.
El mundo debe tener cuidado. A no ser que se acabe con las horribles tendencias de los adinerados en política y el consumismo desenfrenado, corremos el riesgo de conseguir la productividad económica a costa de nuestra humanidad.
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Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia. Es también asesor especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre los objetivos de desarrollo del Milenio.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización