Revista Cultura y Ocio

El Auschwitz yanqui

Publicado el 03 diciembre 2015 por Debarbasyboinas @DeBarbasYBoinas
4114557463_c0edc8ff00_oCampo de concentración de Manzanar, California, Estados Unidos. Foto de Dorothea Lange

Muchas veces escuchamos decir que la Historia la escriben los vencedores, especialmente cuando se trata de analizar históricamente una guerra o un conflicto bélico o violento de cualquier clase. Esto es en parte cierto, aunque personalmente prefiero decir que en la Historia a veces hay manipulaciones políticas o ideológicas, excesiva promoción de algunos temas, u olvidos intencionados en otros temas. Hoy quiero hablar de un ejemplo de esto último.

En la II Guerra Mundial, cuando hablamos de campos de concentración, siempre nos acordamos de los campos de exterminio nazis, del Holocausto, de las carnicerías que hicieron en campos de concentración como el de Auschwitz, de cómo hacinaban a las personas en condiciones penosas, del pésimo trato que los nazis otorgaran a las personas que estaban allí, entre 6 y 11 millones de muertos, según diferentes datos… Toda una retahíla que han repetido hasta la saciedad. La segunda opción que normalmente se nos ocurre después de los campos de concentración, son los gulags soviéticos. Muy conocidos durante el mandato de Stalin, aunque eran más campos de trabajo forzoso que campos de concentración, los gulags explotaban hasta la saciedad a los presos que allí se encontraban, tanto presos políticos como presos comunes, y se calcula que más de un millón de personas murieron en estos gulags.

Todo esto es cierto, pero ¿alguien pensó que los Estados Unidos, adalides de la democracia, pudiesen tener sus propios campos de concentración? Pues, efectivamente, hubo campos de concentración en la costa oeste de los Estados Unidos. ¿Quiénes fueron los “inquilinos” de estos campos de concentración? En su mayoría, fueron los conocidos como americanos-japoneses (o también llamados en colectivo como Nisei). ¿Quiénes eran? Eran ciudadanos estadounidenses y de otros países americanos descendientes de japoneses que emigraron a estos países.

En el año 1942, ocurre el ataque del imperio japonés a la base estadounidense de Pearl Harbour, esa batalla que tanta fama tuvo, sobre todo gracias a Hollywood. Ocurre la reacción que todos conocemos: Estados Unidos entra en la guerra apoyando al bando de los Aliados. Pero ocurre también otra reacción que tan recientemente hemos vuelto a ver tras los atentados de París: la histeria colectiva. Y, al igual que está ocurriendo ahora con los ciudadanos musulmanes tras los atentados de París, los ciudadanos italianos, alemanes, y, sobre todo, los japoneses, eran objeto de sospecha por gran parte de la población en Estados Unidos tras el ataque a Pearl Harbour, fueron víctimas de grandes prejuicios raciales.

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Ejemplo muy ilustrativo del racismo recibido en Estados Unidos a los japoneses-estadounidenses

Para esta histeria, todos ellos eran posibles espías para sus países. Incluso se hizo correr el rumor de que iban a preparar un levantamiento armado en San Francisco. Algunos periódicos alimentaban todavía más esa histeria colectiva y ese racismo. Por ejemplo, en Los Ángeles Times, además de aparecer dibujos de carácter peyorativo hacia los japoneses en varios números, se decía, entre otras “lindezas”, que:

“Una víbora es una víbora, sin importar donde se abra el huevo. De la misma manera, un japonés-estadounidense, nacido de padres japoneses, se convierte en un japonés, no en un estadounidense”.

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Un ejemplo de cómo se las gastaba la prensa del momento en relación a este hecho
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Anuncio oficial de la Orden Ejecutiva 9066, y sus instrucciones para los japoneses étnicos

Esta histeria colectiva llegó incluso a la clase política y militar. El gobierno de Roosevelt recibió muchas presiones por parte del Secretario de Guerra Henry Stimson, quien junto a John L. DeWitt, comandante de la defensa Oeste de los Estados Unidos, recomendó internar a todos los japoneses étnicos. Varios congresistas apelaron por el internamiento de todos los japoneses étnicos en campos de concentración, que aunque amaran a los Estados Unidos, debían de hacer ese sacrificio para demostrar que, efectivamente, amaban a la nación yanqui y no eran espías al servicio de sus países de origen.

El comandante DeWitt mandó hacer registros en las casas de estos americanos-japoneses, con el objetivo de incautar cámaras y armas “subversivas”. Tal fue la histeria, que se llegó a considerar a los japoneses-estadounidenses como “extranjeros enemigos en territorio americano”. En muchos lugares, durante muchos de esos años, se pudo leer la frase “We don’t want any japs. Back here,… ever!” (traducida más o menos como “No queremos japos. Márchense de aquí,… ¡Para siempre!”).

Así, se declaró la Orden Ejecutiva 9066, por la cual, alrededor de 120.000 personas, entre ellas: alrededor de 110.000 japoneses étnicos residentes en Estados Unidos, más de 2000 japoneses étnicos residentes en diversos países de Latinoamérica con los que Estados Unidos llegó a firmar acuerdos, además de otros colectivos en menor medida (sobre todo, alemanes y descendientes de éstos, y algunos líderes de comunidades como sacerdotes y maestros, que se consideraron como sospechosos de espionaje, traición o deslealtad), fueron internados en campos de concentración en Panamá (para algunos japoneses residentes en Latinoamérica), y muy especialmente en la zona oeste de los Estados Unidos, sobre todo en el estado de California, y construidos en lugares desérticos en muchos casos. En este estado, se encuentran dos de los campos de concentración (“campos de reubicación” era el eufemismo más utilizado en la época) más famosos de este episodio (hubo un total de 10 campos de este tipo, además de 17 centros de reunión, 17 centros de detención, y 2 centros de aislamiento para prisioneros peligrosos): el de Manzanar y el de Tule Lake, siendo este último el que más gente albergó de todos: se calcula que más de 18.000 personas fueron “internadas” en este lugar.

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Además, todos los internados en estos campos de concentración, vieron como sus derechos civiles fueron suspendidos y los soldados de origen japonés en el ejército estadounidense fueron expulsados del ejército, y acabaron formando parte de los internados en estos campos. En estos campos de concentración, los internados allí eran ocupados con trabajos manuales y agrícolas, y vivían en barracones, sin apenas poder salir de allí. Es verdad que los internos contaban con algunas comodidades, muy limitadas, pero aún así, estos lugares no dejaban de ser auténticas prisiones.

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Este es un ejemplo de lo más cómodo que podías estar si eras “preso” en alguno de estos campos de concentración, pero no era lo más habitual, ni mucho menos

La resignación era el estado anímico mayoritario entre estos japoneses-americanos ante esta situación. La frase shikata ga nai (traducida más o menos como “no puede hacerse nada al respecto”) era muy usada entre los miembros de este colectivo en aquel momento. Muchas de sus posesiones fueron saqueadas, quemadas, o incluso confiscadas por el gobierno por considerarse “propiedad enemiga”, además de 400 millones de dólares confiscados de sus cuentas bancarias.

La única excepción que se aplicó a este internamiento fue en Hawái, debido a la mayoría demográfica que suponían los japoneses-estadounidenses en este territorio, si bien lo que realmente llevó a no aplicar esta regla fue la mediación del general Carleton Emmons, del servicio de reclutamiento del ejército de Estados Unidos en las islas, que desactivó batallones hawaianos, tal y como se lo habían ordenado, pero convenció al alto mando de no expulsar a los japoneses-estadounidenses del ejército en su territorio (dando origen al Regimiento 442º de Infantería, regimiento cuyos soldados eran “carne de cañón” que lucharon en Europa en la II Guerra Mundial, fue uno de los regimientos más condecorados de la historia del ejército de Estados Unidos, y su mérito en este conflicto bélico contribuyó a la declaración de Hawái como estado número 50 de los Estados Unidos).

Toda esta pesadilla acaba en marzo de 1946 con la firma de la Orden Ejecutiva 9742, que ordena el cierra del último de estos campos de concentración, el de Tule Lake. Antes de llegar a ese punto, a inicios de 1943, relevan a DeWitt de su puesto, en 1944 ya se empezaba a hablar del cierre de estos campos, y a partir de 1945 se fueron cerrando estos campos. A la salida de estos campos, los evacuados recibieron un billete de tren y 25 dólares. Se calcula que alrededor de 7000 personas murieron en estos campos de concentración.

En 1951, el gobierno estadounidense empezó a ofrecer compensaciones a las víctimas de este episodio, pero no sería hasta 1988 cuando se realizó una disculpa oficial por parte del gobierno, y el presidente Ronald Reagan firmó un acta donde entregaba 20.000 dólares a cada una de las víctimas. Y de los 400 millones de dólares confiscados de cuentas bancarias de las víctimas, solamente se devolvieron 40 millones de dólares.

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Ronald Reagan firmando el acta de compensación a las víctimas supervivientes de estos campos de concentración

En conclusión, podemos decir que este es uno de los episodios más negros de la historia de Estados Unidos, pero que, a diferencia de lo que ocurre con los casos nazi y soviético, este episodio muchas veces se ha tratado de ocultar deliberadamente del estudio de la historia de los Estados Unidos. ¿La historia la escriben los vencedores? Puede ser, pero no deberíamos que esto nos venza a nosotros. Porque la derrota cultural e intelectual es la derrota de uno mismo.


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