No es oro todo lo que reluce. El AVE ha supuesto que España sea, el país con más kilómetros de tren de alta velocidad del mundo. Esto es lo que muchos catalogan como un gran éxito.
Y, lo sería, si nos quedáramos sólo en esta cifra. Lo que ocurre es que hay algo más. El AVE no es el único tipo de tren existente, ni el tren el único medio de transporte.
Hoy, no sabemos por cuánto tiempo, RENFE todavía es una empresa pública, y como tal debería responder a intereses generales. Sin embargo no ha sido así.
El apogeo del AVE ha llegado a obstaculizar otras inversiones que, sin ser tan espectaculares, son fundamentales para un país como España. La RENFE ha dejado de servir centenares de pueblos, cerrando sus estaciones. Todos conocemos estaciones de tren ayer, hoy cubiertas de maleza o adaptadas a otro tipo de edificios.
Mientras que desde el Ministerio de Fomento se ha promocionado el tren más veloz entre ciudades importantes, el tren, el simple tren de toda la vida, ha dejado de circular por muchos pueblos, habiendo sido sustituido por el transporte de carretera. Y no digamos nada del transporte de mercancías, que ha salido todavía más perjudicado, pues los trenes de alta velocidad están pensados exclusivamente para los pasajeros.
Hoy el transporte de mercancías dentro de la península utiliza, en un 90%, la carretera, mientras que en Francia o Alemania, el ferrocarril transporta un 50% de las mercancías de sus respectivos países. Un transporte más limpio, más económico y más seguro.
Aquí la alta velocidad ha podido con todo, ha evitado que se desarrollara el transporte de mercancías por ferrocarril y ha suprimido muchas estaciones, dedicándose sólo a las ciudades importantes y olvidándose que el criterio de una empresa pública, como RENFE, y de un ministerio, es atender al bien general.
La velocidad ha sido el juguete de nuestros políticos, que han hecho del AVE su prenda preferida. Un juguete que luce, corre y da esplendor de cara al exterior, pero ¿es la alta velocidad la mejor opción?
Las líneas de alta velocidad tienen su ventaja principal en la velocidad, sin embargo también tiene grandes puntos débiles. Han supuesto unos graves problemas para el ecosistema. Su implantación ha comportado cambios negativos que han quebrado más de un parque nacional. Las denuncias constantes de los ecologistas no han hecho sino constatar la degradación del medio ambiente de muchos parajes por donde pasa el AVE.
Por otro lado, la inversión que requiere es altísima, aproximadamente un km de vía AVE cuesta diez veces la de un tren normal. Y el precio que llega al consumidor final es altísimo, llegando en muchos casos a superar al del transporte aéreo.
La elección de esta política de transportes, a mi modo de ver, ha sido un error. Y los resultados están ahí. Pueblos sin ferrocarril desde hace unos años, algún AVE que hay que cerrar por falta de pasajeros y un transporte de mercancías en el que el tren juega un papel mínimo, habiendo sido sustituido por el transporte de carretera, más inseguro, caro y contaminante.
En fin, los juguetes de los políticos se vuelven platos rotos que pagamos todos. El caso del cierre del AVE de Toledo-Cuenca-Albacete no es una anécdota sino una demostración de que no habían efectuado algo tan elemental como un estudio de mercado, cuestión indispensable cuando se quiere lanzar una infraestructura de este tipo.
Los centros de poder, CC.AA, grandes ayuntamientos y Ministerio de Fomento han actuado con una constante improvisación embarcándose en proyectos que no son viables, o cuando menos son mejorables, y que cumplen con la misión –si no hay otras más oscuras— de satisfacer el ego del responsable político de turno.
El Transporte ha de servir al país, y no al revés. No hay que invertir más de lo que se puede, que luego llega el tío Paco con las rebajas.Y se trata de llegar, no de correr. No nos tengamos que acordar de la fábula de la liebre y la tortuga. Ni el AVE ni la velocidad son la solución.
Salud y República