¡Hola!
Les escribo desde tierras lejanas, en medio de la locura y a través de un iPhone, por lo tanto, mejor de una vez les pido una disculpa por la (falta de) calidad y la (falta de) frecuencia de los próximos posts.
¿Desde tierras lejanas? Sí. Estamos lejos de casa. El viaje fue un desastre (y pensar que todavía me falta el regreso…). Para empezar, llegamos tarde al primer aeropuerto. Sí, “tarde” a las 4:30am, pero nuestro vuelo salía a las 6:00. El aeropuerto estaba a reventar, así que ya desde ahí comenzamos (yo sola, con maletas y mis 3 hijos que por cierto, no caminan rápido) a corretear aviones.
Ya una vez arriba, la locura se volvió un desastre. Tuve que hacer circo, teatro y maroma por mantener a mis pericos gritones calladitos. El pasillo del avión se volvió un desfile de pasarela, una vez que descubrieron que “quiero ir al baño” era una oportunidad para bajarse de su asiento.
Pablo, quien iba sentado junto a otro pasajero en ambos aviones, estaba empeñado en hacer nuevos amigos, aunque éstos no hablaran español. Y dispuesto a poner en práctica su inglés, trataba de comunicarse con las azafatas, gritándoles: “help, heeelp!”.
Todavía me pregunto en qué momento se me hizo buena idea no traer el DVD portátil…
Durante la escala, migración y aduanas, el desastre se volvió un caos. Literalmente corrimos para alcanzar el siguiente vuelo. Pía se tropezó 4 veces (sí, cuatro) así que aprovechábamos el “sana, sana colita de rana” para tomar aire y seguir corriendo.
Llegamos en calidad de trapo, pero ya estamos aquí. Ha sido toda una experiencia que realmente está valiendo la pena.
Pero por ahora los dejo porque ya todos los niños están despiertos y el iPhone me está haciendo ver bizco.
Nos leemos después.
¡Adiós!