Hay ocasiones en las que el cine sirve para denunciar la vulneración de derechos en la vida real y para criticar ciertos regímenes políticos que atentan con sus leyes contra principios básicos del ser humano. Pride este año ya incidió en este tema y El bailarín del desierto, otra película inglesa, continua la idea desarrollándola a través de la danza. La historia de Afshin Ghaffarian ocurrió de verdad, no es inventada. Irán era un país que estaba anclado en el pasado cuando él era solo un niño. El gobierno no dejaba que nadie bailara en público. No es la ciudad de Footloose pero lo parece, la religión no deja que la gente pueda expresar sus sentimientos libremente. Bajo este clima de crispación y represión a partes iguales, el joven Afshin asiste a una escuela un tanto especial donde se valora el arte y las expresiones que la religión iraní prohibía.
Un profesor decide ir más allá y decide potenciar esta innata curiosidad por la danza hasta su juventud cuando ingresa en la universidad en 2009. Son unos años de crisis política con prontas elecciones. En la universidad toma contacto con la vanguardia más moderna del campus y animado por sus nuevos amigos, decide montar con estos un grupo de baile, teniendo que ensayar clandestinamente en un lugar en condiciones deplorables pero al menos es libre para expresar todo aquello que piensa y siente. Al grupo llega un día una bailarina, una excepcional Freida Pinto que sorprende a todos con una prueba de admisión colosal que llama la atención de Afshin. No solo eso sino que a partir de ese momento pondrá patas arriba su mundo despertando en él sentimientos que hasta ese día se encontraban hibernando. Es el momento para que el amor, la amistad y la danza se den la mano en una coreografía grupal que lucha contra la injusticia, la intolerancia y otros peligros como la misma droga a la que aquí se le hace un feroz ataque ya que esta es la culpable de asesinar el talento puro del ser humano.
El bailarín del desierto orbita alrededor del planeta arte representado en los bellos movimientos que ejecutan los protagonistas cuando bailan durante todo el metraje ya sea en la universidad o en el desierto donde se desplazan para mostrar sin miedo y a escondidas todo lo que han aprendido. Richard Raymond, director de la película, da gran importancia a la música en todo el film al igual que la fotografía con unas instantáneas del virginal desierto maravillosas. Aviso a navegantes: Si la escena de final de La familia Belier les emocionó no se pierdan la última exhibición con público del protagonista en suelo europeo en la que ejecuta una actuación estelar denunciando a voces pero sin palabras la situación de su país, un lugar que había atentado contra su vida por unas absurdas prohibiciones vestidas con el manto del desconocimiento.
Lejos de las propuestas americanas de baile-espectáculo tipo Step Up, El bailarín del desierto se convierte en algo mucho más serio convirtiéndose en una crítica social y política nada velada, una buena opción en la cartelera veraniega plagada de blockbusters y demás películas de usar y tirar.