Por Eduardo Nabal
Bien orquestada, bien resuelta, con un ritmo impecable que debe mucho al guion de David Hare, El bailarín es una película hermosa y resultona, donde el telón político no deja de estar presente, pero que se centra en la meteórica carrera del bailarín Rudolf Nureyev y en su decisión de permanecer en París, huyendo de las cortapisas del régimen soviético de los años sesenta.
Nureyev es definido como un ave poco común, un cuervo blanco, un ser solitario y voluble, a lo que se suman apuntes sobre su mal carácter y temperamento inestable. Con todo el director, Ralph Fiennes, intenta aproximarnos al lado más humano del personaje, con acertadas pinceladas autobiográficas que se insertan sin estorbar el desarrollo de la narración.
El cuervo blanco es una hermosa reconstrucción de varios tiempos claves en la obra del danzarín, una ‘rara avis’ en el firmamento de la Rusia comunista…
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