Revista Cultura y Ocio
Me asomo al balcón. Me fijo una vez más en ese azulejo que dice que los Reyes Católicos transitaban hace cinco siglos por el salón de mi casa. Más o menos por la misma época el Cardenal Cisneros se asomó a mi balcón (o al balcón que precedió al mío, o al anterior del anterior) y señaló con el dedo extendido a sus tropas apostadas en la Plaza de la Paja al grito de ‘éstos son mis poderes’. No recuerdo el motivo ni a quién se lo dijo, pero es que la historia está hecha de olvidos. La historia al parecer está llena de gente asomándose a los balcones y señalando acontecimientos con el dedo. Yo estoy en mi balcón contemplando la jardinera de la que brotan los geranios. Nunca he sabido si las jardineras hay que colgarlas por dentro o por fuera de los balcones. Es una duda que me acucia. Miro los balcones de los vecinos. En todos, las jardineras cuelgan de la parte de adentro. En todos menos en uno. Esta falta de unanimidad me llena de desconsuelo. La luz del sol se refleja en la pared de la Iglesia de San Andrés y me obliga a entornar los párpados. Me asomo a la terraza de la Plaza de los Carros y veo las mesas ocupadas por los clientes. La superficie metálica de las mesas lanza destellos. A esta distancia el efecto es parecido al espejeo de las olas bajo la luz de un mediodía de agosto. Y en el centro de la ola, quiero decir, de la terraza, veo al actor Jordi Mollà. Está solo. Lleva un jersey de tonos ocres y el pelo peinado hacia atrás. Mollà va con gabardinas (en invierno) y en general viste como si siempre hiciera frío. A mí Mollà me parece muy elegante en la vida real. Me extraño cuando veo una película en la que sale Mollà y llueve y es invierno y no lleva gabardina. Entonces me digo que ese actor no se parece en nada a Mollà. Aquí, en la vida real, Mollà lee algo. Me protejo de la luz usando la mano a modo de visera, como un vigía encaramado a una carabela. Es un puñado de folios sujetos con canutillo, así que debe ser un guión. Dan ganas de bajar y sentarse a la mesa de al lado y echar un vistazo por encima de su hombro para averiguar de qué va la película, para aconsejarlo. A lo mejor es un guión de Greenaway, o de Almodóvar. Yo creo que Mollà quedaría bien en una peli de Almodóvar. Eh, Almodóvar, ¿por qué no llamas a Mollà? Otra cosa es que Mollà quisiera actuar en una peli de Almodóvar. Tendría que llevar una gabardina roja o verde moco y ser gay o estar a punto de serlo o haberlo sido o, más meritorio, ser un gay encerrado en un cuerpo despampanante de mujer que solo se enamora de hombres a los que repugna la sola idea del coito anal. Una catástrofe. Hay algo que me fascina de Mollà, y no son sus ojos o la facilidad con la que encuentra mesa en la terraza de la Taquería del Alamillo, no. Lo que me fascina es que un catalán viva en Madrid y sea feliz. Cuando veo a Mollà me parece un hombre satisfecho, adaptado al barrio y a la práctica habitual del castellano. Aunque siempre cabe la sospecha de que, como buen actor, finja a la perfección el papel de catalán residente en Madrid y sin embargo feliz. Se le mire por donde se le mire, Mollà me sigue pareciendo un enigma.