Todo apunta a que la cantidad prevalece sobre la calidad, y también es cierto que la popularidad del ballet en Internet a en los últimos 15/20 años ha producido un incremento de público que puede acercarse desde su hogar al mundo del ballet que antes solo estaba reservado a unos pocos – al menos en España -.
Pero ¿qué calidad de contenidos tiene a disposición el principiante interesado? ¿saben éstos que espacios virtuales deben seleccionar y que es lo más adecuado para aprender? La respuesta casi siempre es ‘no’. La multiplicidad y auge de redes sociales, blogs y videos, a menudo no nos sugiere si el autor es competente o está cualificado en la materia, de modo que abunda gran variedad de personajes anónimos – que con seudónimos o eslóganes tan simplistas como ‘ballet pasión’, ‘love ballet’ (y otras cosas por el estilo)- atraen a cantidad de seguidores llevados por el desconocimiento ingenuo de no saber distinguir temáticas de calidad. Y no hay que dejar de mencionar el lado más aborrecible de ciertos ‘youtubers’ (nueva tribu de desconocidos mediáticos que despuntan en al red de manera aleatoria y sin mérito que lo acredite) que arrojan palabrotas y groserías corriendo el grave riesgo de que a todos los que estamos en esta disciplina profesionalmente se nos confunda de manera errónea y se nos incluya ‘en el mismo saco’. La mediocridad se impone notoriamente.
Por otra parte, pareciera que el nuevo público tiene un perfil que se inclina a apreciar más la habilidad acrobática sobre la calidad artística, de modo que la imagen de una jovencilla con la pierna en la oreja tiene más ‘likes’ o visitas que una étoile reconocida. Y como la mayoría del reciente público conoce más bien poquito, estos aficionados que suben contenidos sin elaboración o selección a la red pueden llegar a tener más seguidores que el mismísimo ABT. Claro que hay que dar lugar a la promoción a estudiantes con futuro, escuelas dignas y bailarines destacados, pero nunca confundir el ballet clásico con la acrobacia circense, o hacer del ballet un género de categoría basura donde cualquiera se convierte en disertante cuando ni siquiera puede hablar con propiedad, o no respeta la formalidad del lenguaje hacia los receptores. Definitivamente esto es incompatible con la educación y la etiqueta de la danza clásica.
En fin, esta difusión descontrolada y vulgaridad de la danza en algunos medios nos sitúa en el compromiso de vernos perjudicados aquellos que intentamos mantener la calidad y conservación de los valores propios de este arte, y que muchos personajes extraños han hecho suyo sin justificación alguna. Pero también es preciso valorar el lado mas positivo de esta expansión al estar en contacto con grandes compañías, portales y revistas profesionales, noticias de actualidad, artistas de renombre: solo se trata de saber escoger sin caer en lo mezquino u ordinario, y en la soledad frente a un ordenador el nuevo público no lo tiene nada fácil. Para reflexionar.
Maria Doval