Las probabilidades de que hubiese leído este libro de no haber pasado antes por el mucho más conocido "Open", de André Agassi son probablemente nulas. Moheringer es el periodista que ayudó, con resultado bastante brillante, a dar forma a los recuerdos del tenista y que tiene buena parte del mérito de que el libro se convirtiese en un bestseller. En los últimos capítulos de Open, el mismo André se deshace en elogios acerca de The tender bar, que es el título original del que aquí han llamado (sic) El bar de las grandes esperanzas.
Puede parecer poco edificante el centrar toda la infancia y buena parte de la juventud poniendo como faro contra todas las tormentas al Dickens, literario nombre del pub luego conocido por Publicans, lugar al que van a parar más temprano o más tarde casi todas las almas de Manhasset, en Nueva York; a todo esto la ciudad en la que transcurre El Gran Gatsby.
Los bares, a lo que se ve, son de importancia generalizada para la humanidad, pero adquieren ya proporciones de cosa imprescindible si alguien tiene alma de escritor. Y a esto parece dar igual que uno sea Galdós o Valle Inclán en el Café Gijón que Hemingway mazándose a vino barato en los bares de París. Ya lo dijo Gabinete Caligari: Bares, ¡qué lugares!.
Dejando al margen los aspectos filoalcohólicos que debieran hacer que el libro tuviese -como las cajetillas de tabaco- advertencias impresas en la portada para no ser consumido por menores de edad; está muy bien escrito, combinando envidiablemente la sinceridad, la ternura y la mejor versión de los propios recuerdos . Y lo más curioso: que un libro sobre bares y hombres, escrito por un niño criado sin padre, sea un hermoso y enorme homenaje a una madre corajuda y valiente.
Muy recomendable.
(Aunque tal vez el libro lo merezca, si leen que Moheringer tiene el premio Pulitzer, es el de Periodismo).