Revista Cultura y Ocio

El bar, una mirada al mejor Álex de la Iglesia

Publicado el 27 noviembre 2017 por Mariocrespo @1MarioCrespo
El bar, una mirada al mejor Álex de la Iglesia
Podría definir El bar como una reinterpretación contemporánea y malasañera del cine de Hitchcock y las novelas de Agatha Christie. Aunque, por otro lado, y sin tener nada que ver en la forma, el fondo me ha recordado mucho a la película Cube, de 1997. El bar no resulta por lo tanto un producto novedoso, sin embargo, la marca de agua de Álex de la Iglesia lo convierte en una obra no solo original y castiza, sino también sólida; alejada de los desmanes de guion en los que suele caer el director en muchas de sus obras.
Tenemos, tomando algo en un bar cualquiera, a un frívolo hipster, a una pija en busca de amor, a un representante de ventas divorciado, a un poli jubilado (necesario para introducir el elemento de la pistola), a un mendigo alcohólico y trastornado, a una ludópata y a la lunática que regenta el local… En fin, originales son los parroquianos del garito, pero su comportamiento, salvo una excepción, evoluciona siempre hacia donde creemos que lo hará. La historia es sencilla: uno de los clientes sale del bar y es abatido por un disparo; otro sale a prestarle ayuda y fallece también. Después la calle se vacía de repente, los cadáveres desaparecen y los personajes que quedan encerrados dentro sin atreverse a salir plantean un abanico de hipótesis para ahorrarle ese trabajo al espectador y que éste elija la que le parece más coherente o le sienta mejor, pues no habrá mayor explicación que esas sugerencias. 
De la Iglesia es un gran director y tiene un sello propio, un estilo, que lo identifica. El bar me parece su mejor película desde La comunidad, y hace pasar al espectador un rato agobiante y además, y esto sí que tiene valor, plantea conflictos constantes que conducen a preguntarse “¿y tú qué harías?” Para ello lleva a los personajes al límite en un juego de razonamientos tautológicos que se convierten en máximas nada más ser formulados y que modifican el devenir de la historia. Por otro lado, De la Iglesia despliega un abanico de recursos cinemetagráficos entre los que destaca un Mcguffin (unas jeringuillas) que facilita el fluir del hilo conductor y hace avanzar la trama sin que sepamos para qué sirve realmente. Todo este desemboca en un ritmo tan salvaje que la cinta necesita una pausa por cada acto. 
El humor castizo le resta dramatismo a la historia y nos recuerda al Día de la Bestia y Acción mutante, con sus referencias religiosas y su alegoría del apocalipsis. Pero, aunque la historia parezca hiperbólica, ¿acaso no se viven situaciones apocalítpicas cada día en los lugares más insospechados?, ¿en vecindarios, empresas y familias? Por eso resulta muy acertada la inclusión de un personaje que funciona como una suerte de “pastor”; un indigente llamado Israel que recita sin cesar pasajes bíblicos y que tendrá una importancia en el desenlace mayor de lo que en un principio pudiera parecer. Esa es la otra lectura de El bar, la que conduce a la reflexión y hace pensar cómo reaccionaríamos los demás en semejante situación o cómo, de forma inexplicable, un día cualquiera puede convertirse en el final de nuestras vidas. En resumen, Álex de la Iglesia demuestra que sigue siendo uno de los más originales directores nacionales y que sabe leer y plasmar como nadie las peculiaridades del pueblo español. En general, la mayoría de sus historias comienzan ordenadas y acaban deslavazadas, sin embargo esta me parece que no va más allá de donde se supone que una suerte de thriller psicológico ibérico ha de ir… a la locura.

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