¿Qué significado puede tener el apelativo de Perines? ¿De qué materia u objeto se deriva este titular único y sin registro? ¿Quién se inventó Perines?, se preguntará con extrañeza mi querido lector.
Perinés, al igual que todo el sistema creado por la naturaleza, está basado por la unión de varios factores determinantes que generan un todo. Su historia y estos factores junto a la nutrida plebe que compuso su núcleo hicieron posible el fenomenal milagro de hacerlo brillar con refulgencia dentro del esquema ciudadano. Perines, tal como suena, es un barrio lejano del centro capitalino, una calle central alineada con tiralíneas por unos frondosos olmos, los cuales con respeto de vasallo bien tratado, acarician con su plumero los balcones y ventanas del privilegiado rasante vecindario que los venera cual imagen santificada. Ellos, conscientes de su importancia, ofrecen al lugareño su sombra de estela verde y el alivio de su frescor cuando la estación canicular aprieta y los rigores del astro rey se dejan sentir sobre la tierra. (Dice la leyenda que estos árboles exentos de fruto antes de sufrir dicha metamorfosis eran perales y que debido a ello el barrio se denominó Perinés). Mas Perines no es sólo su entorno lo que le define como tal. Perines contiene dentro de si una atmósfera reminiscente imposible de explicar, su toque de gracia especial que le define su personalidad de barrio bien educado y señorial. En aquel entonces, por obra y gracia del milagro evolutivo, coincidimos en aquel paradisiaco lugar, un nutrido grupo de adolescentes, que unidos por la edad y la situación del momento, y el orgullo interno de nuestra identidad perinense, nos propusimos ganarle la partida a la dificultad que imponía la vida, echándole a tan adverso enemigo imaginación y alegría. Unidos por el lazo social de una convivencia fraternal casi siamesa. El homogéneo grupo superaba los grilletes que imponía la escasez aportando a todo acto astucia y creatividad, la situación se tornaba difícil, ya que escaseaban las necesidades primarias, mas ello no era óbice para frenar aquel impulso de superación por ganarle la batalla a la vida con nuestras propias armas que también y con sumo efecto alimentaban nuestro ser. Allí había inventores, aventureros, artistas, futbolistas, pillos e ingenieros, todos un conglomerado de ideas que generaban sucesos disparatados y grotescos. Así la vecindad exenta de información limitaba su vida a las vivencias y actos que se protagonizaban dentro del barrio; fieles a esta reducida carta filosófica aquel núcleo de gentes llegó a crear su propio mundo. El lavadero, templo ritual donde se predicaba el catecismo luciferiano en defensa de un escaño, era al mismo tiempo abadía de coladas y campo de batalla para las féminas armadas del delantal y la bañera. Lugar de cánticos sagrados con letra y música del códice blasfemo, liturgia gregoriana que enardecía los ánimos del auditorio invitándolas al combate. Mientras llovían las pastillas de jabón y las tablas hacían de escudo, el órgano fluvial hacía subir de tono la marea pilastral hasta límites alarmantes, situación que servía para que las protagonistas abandonasen el recinto y siguiesen leyéndose el evangelio en el exterior a golpe de moño y mordisco.
(Del libro de Gilberto Muñiz: “Perines, un renacer fecundo”)