Sentado junto al lecho del río, aclamando su rugido a mis oídos, apostado sobre mis brazos, escucho, miro, observo y siento atónito,
cómo el aire me trae el fresco aroma de azahar que una noche me regaló tu piel.
Percibo tu cercanía, tu mirada clavada en mi figura, y tus labios… dichosa arma que con ironía la naturaleza te ofreció al nacer para matarme con cada uno de tus besos…
El sonido de tus pasos me asedian, siento el calor que emana de tus deseos… me entrego a ti mientras tus brazos rodean mi pecho y tu cálido aliento penetra en los poros de mi piel. Susurras mi nombre al viento.
Tus labios acechan los míos dibujando su contorno con la lengua… clavo mi pupila en las tuyas, mi corazón se acelera, mis manos acarician tu piel sonrosada, tersa… dibujo figuras imposibles sobre tus mejillas, me mezclo con el aire que juega entre los hilos de tus cabellos.
Mis ojos se recrean con cada gesto de tu rostro, tus párpados nublan tu mente, ladeas la cabeza para reposarla sobre mis dedos, y ronroneas en mis oidos, acercas tus labios ardientes a los míos… y te acaricio, y te beso, y saboreo lentamente el elixir de tu boca, y me estremezco, y me estremeces… y disfrutamos de este baile que entre besos nos apropiamos de nuestros cuerpos, para danzar y oler y sentir… que soy hombre y niño cobijado en tus caricias…
Soy agua entre tus besos.
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