Gustav Klimt-El Beso
A los pies del palacio Belvedere se extiende un elegante jardín donde se puede jugar al escondite entre fuentes y ajedrezados de césped. Está cortado por un paseo central cuyo punto de fuga se pierde en el horizonte inabarcable. Allí se percibe el lujo de otros tiempos reservado sólo a unos pocos privilegiados y que hoy puede ser pisoteado por el módico precio de unos euros.
La luz matiza los alegres colores florales mientras la brisa revive entre los aromas de los diferentes tipos de plantas alpinas. El agua, al precipitarse en las fuentes, te salpica la piel y todo el entorno aviva los sentidos invitando a formar parte del juego amoroso que todo lo domina.
Es la más viva imagen de los señores que hoy lo habitan. Puede decirse que los actuales dueños tienen clara su escala de valores. Se aferran entre sí ante el precipicio que tienen cerca, tal vez por su amor prohibido, y no se preocupan de embellecer el interior de su palacio. Por eso, te reciben con la fuerza y la entrega de ese beso eterno que irradia fulgores dorados de un sol abrasador. ¡Ay del que intente separarlos! Son dueños del motor que lo mueve todo en la vida.