Revista Creaciones

El Bestiario

Por Chio Rocío Moreno @RocioMorenoKiss

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Toda belleza necesita su bestia.

Pero…

La rutina me mata. Me mata y me seduce, porque sabe que la pereza se acurruca en el sofá cada tarde después de comer. El solecillo de invierno ha hecho un trato con ella y se me apelmaza en las pestañas, que caen sobre su propio peso.  Así es difícil reconciliarse con las ganas, los planes y los muérdagos que cuelgan en cada puerta de la casa.

La rutina me ha venido marcando unos besos que ya no se correspondían con mis deseos. Vivir para plantar mis labios en el cristal, para observar cómo el aliento lo iba empañando todo. Todo. El todo saludando por las ventanas…

La rutina ha hecho papillas que me he tragado sin sal, sin esmero y con cara de asco. Mis ilusiones se han disecado, pegadas a mi pellejo. Un pellejo mortuorio y lleno de pus que amortigua cada movimiento.

La rutina me la ha jugado. Juega sucio y lo sabe. Yo también lo sabía, pero admito que se está bien donde nunca pasa nada. No hay tiempo para la traición, los berrinches y la prostitución de juicios. Está infectado de fístulas que escuecen pero no pican. Se repasan los días y se pulimentan. Y ya. Es sencillo. Predecible.

Me miro en un espejo y me reflejo en un cuerpo decrépito y gris. No hay color en las mejillas. De hecho, no hay color en ninguna parte. Aunque el carmín robe la atención de mi mirada perdida y los hombres mantengan su nivel de deseo. Aquí las florituras, la gramática y las curvas han hecho mutis por el foro.

Soy el humo.

Soy una bestia que apenas deja huella, porque apenas existo.

Soy la bestia en que me he convertido.

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La belleza me mira desde el desván. La tengo ahí, recogida, para que sus pies de mármol no pisen este suelo mugriento y sucio. Aunque ella no se da por vencida. Sabe que las mismas escaleras que la llevaron allá arriba volverán a dejarla caer por efecto de la gravedad. Por la gravedad del asunto, se entiende. Es lista… Tanto que sólo me sonríe cuando a mi me da por gritar. Sabe que si la miro dejaré de volverme loca. Cada tarde, se queda esperando mis preguntas. Las preguntas que ya tienen respuesta y que no me atrevo a poner sobre la mesa.

Soy sólo lúcida con una cosa, un verbo. Mutar. La metamorfosis de lo que soy en lo que siempre he sido. Porque hubo una vida en ésta en la que yo también era bella. Recuerdo que cantaba y abría las puertas de la casa para dejar pasar el aire entre mis piernas. Era la dama del vagabundo. La Reina Blanca. Como Platero, toda de algodón… Pero estando ensimismada en mi propia belleza, perdí las cuentas y las bellezas de otros. Entre mi ombligo y mi belleza, que poco espacio cabía, me quedé tantos años, tantos, que un buen día el cielo se volvió negro y lo que creía un eclipse oscureció mi territorio. Aprendí a caminar a tientas y a alimentarme de la nada más fea que puedas llegar a imaginar.

Pero sigo aquí por despecho a mi misma. Porque la “muchedad” me da más miedo que la salvedad. Aunque también sé que sólo me salvo si engordo este cuerpo flacucho y débil que no hace más que darme guerra. Ya he pasado por esta trinchera. Y el bestiario de términos que ahora me definen están a punto del colapso. Lo sé porque lo he vivido. Tiempo atrás; cuando antes era…

Toda belleza necesita su bestia. Y yo ya la he encontrado.


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