El oficio de bibliotecario goza de una cierta aureola de prestigio, quizá por la cantidad de brillantes escritores que lo fueron en algún momento de su vida. Tiene algo de vocacional, de amor a los libros, de celo en la defensa de la transmisión de cultura. En muchas ocasiones son la primera y la última, la única, línea de combate frente a la incultura.
Hasta que te encuentras con uno que ejerce de "funcionario", que representa a la perfección todos los tópicos peyorativos del trabajador público, acuñados a fuerza de que son individuos como este los que ejercen esa responsabilidad.
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No todos los funcionarios son vagos, inoperantes, caraduras y malencarados. Los hay eficaces y comprometidos con su labor de servicio público y atención al ciudadano. Tampoco me gusta usar el prepotente "yo pago tu sueldo" como argumento para exigir un trato correcto o una dedicación profesional.
Conozco muchos funcionarios; de diferentes áreas, de distintos servicios, con responsabilidades diversas y variados rangos. No hay nada de humillante en estar en la parte baja de la pirámide del desempeño ni de extraordinario en estar en la cumbre.
Es más: el servicio a los demás es una de las actividades más dignificadoras del ser humano.
El oficio de bibliotecario goza de una cierta aureola de prestigio, quizá por la cantidad de brillantes escritores que lo fueron en algún momento de su vida. Tiene algo de vocacional, de amor a los libros, de celo en la defensa de la transmisión de cultura. En muchas ocasiones son la primera y la última, la única, línea de combate frente a la incultura.
Hasta que te encuentras con un bibliotecario que ejerce de "funcionario", que representa a la perfección todos los tópicos peyorativos del trabajador público, acuñados a fuerza de que son individuos como este los que ejercen esa responsabilidad.
Biblioteca Pública de Aragón. Lunes, 9:30 de la mañana.
Funcionario al frente del servicio préstamo.
Le entrego un libro para llevarme, con el carnet correspondiente. Ni me mira, ni me habla, ni extiende la mano para cogerlos y realizar la "compleja" gestión: pasar los códigos de barras respectivos por un lector para que quede registrada la operación.
No mueve un músculo de la cara; no responde al buenos días; no esboza una mueca que se aproxime a un saludo; ni sus cuerdas vocales vibran lo más mínimo para emitir un gruñido que parezca una fórmula de comunicación humana.
Únicamente señala con el dedo el mostrador para que deposite allí el libro y el carnet. Entonces sí, me mira desafiante mientras espera mi reacción. Reacción que debería haber sido algún tipo de recriminación por su actitud, pero me limito a depositar el libro en el lugar indicado. Lo coge con pasividad notoria y evidente desgana mientras su segunda mano permanece inmóvil, sobre su regazo.
Por un momento pienso que puede tratarse de algún tipo de minusvalía, en cuyo caso no tengo nada que objetar.
Pero no; al funcionario no le sucede nada. Simplemente ha sido lo más maleducado, apático y despectivo que me he encontrado en mi vida en los muchos años que llevo utilizando la Biblioteca.
Su indiferencia hacia mí y hacia el servicio que presta son notorios y manifiestos. No se molesta en mostrar que, a lo mejor, ha tenido una mala mañana y está de mal humor. No; simplemente ejerce de manera paroxística de "funcionario": le molesto, le estorbo, interrumpo su abulia y le produce suma contrariedad tener que hacer su trabajo. Trabajo, por cierto, que consiste en atender al público; trabajo que realiza de la peor forma posible.
Tampoco hay a la vista reivindicación alguna que me de una pista sobre que, a lo mejor, está realizando algún tipo de protesta en forma de huelga de celo. No; simplemente es maleducado, irrespetuoso, incívico… es un mal profesional, un digno merecedor de paro prolongado mientras ocupa un puesto que, a buen seguro, muchos otros ostentarían de buen grado.
Este es el momento en que piensas que la función pública carga con el intocable lastre de ineptos apoltronados que se limitan a cobrar a fin de mes y a protestar airadamente por lo mal que les trata la adminsitración.
A ti, bibliotecario impresentable, deberían ponerte cada día delante de una ventanilla regentada por un tipo como tú; igual que a Sísifo, sobre ti debería caer la maldición de vértelas a diario contigo mismo, en cada gestión de tu vida. Así verías lo que se siente y, además, podrías armarte de razones para seguir siendo cada día más inepto.
Hace algún tiempo tuve otra experiencia en esta misma biblioteca, delirante y ridícula, pero que en aquel momento justifiqué por la lementable situación de las bibliotecas.
Pero lo de hoy no tiene nada que ver con aquello. El responsable de lo de hoy eres tú y solamente tú, estúpido inútil, amargado despilfarrador de recursos públicos que, entre otros, pago yo.
¿Sabes dónde deberías ir?