En ocasiones, un argumento de novela que comienza con tintes humorísticos o absurdos se va complicando hasta que, mientras entornamos los ojos y tragamos saliva, nos asalta la impresión, honda e inquietante, de que al fondo de la historia late algo más. Es lo que ocurre, indudablemente, con El bigote, la propuesta narrativa que firma Emmanuel Carrère y que, traducida por Esther Benítez, podemos disfrutar gracias al sello Anagrama. En las primeras páginas, la sonrisa no se ha borrado de nuestro rostro: el protagonista, después de haber insinuado ante su mujer que debería afeitarse el bigote (que lo ha acompañado desde hace tantos años que ella, incluso, no lo conoce sin él), aprovecha una salida de ella para rasurarse y observar su reacción cuando regrese. El problema es que, cuando lo hace, ni un solo músculo se altera en el rostro de Agnès. ¿Cómo es posible que haya conseguido camuflar tan ágilmente su sorpresa? Para su pasmo, tampoco los amigos con quienes cenan emiten comentario alguno sobre tan drástica transformación. Enojado por este evidente complot burlesco, el protagonista se decide a pedirle explicaciones a Agnès, pero ella se sorprende y le responde que por qué le pregunta algo tan extraño, cuando es obvio que jamás ha llevado bigote.
A partir de ese punto, asistimos a un crescendo de tensión que los conduce a “una especie de guerrilla conyugal” (sic), en la que el narrador se siente molesto por convertirse en diana de una broma absurda y pertinaz. Pero las revelaciones no han hecho más que empezar, porque sus dos compañeros de trabajo (Samira y Jérôme) también insisten en que nunca ha ostentado un bigote. El narrador, harto de esta asfixiante situación, pide a Agnès que le muestre las fotos que se tomaron durante las vacaciones en Java, donde podrá comprobar que sí lo llevaba, pero la mujer es tajante: nunca han estado en Java. ¿Quiere su esposa volverlo loco? ¿Ha enloquecido ella? ¿Se trata de una broma de un barroquismo sofocante?
La persona que coja el libro y lo vaya recorriendo avanzará de sorpresa en sorpresa y deberá elaborar su propia hipótesis, pero me apuesto lo que quieran a que no acertarán con el final de la historia, cuyos hilos Emmanuel Carrère maneja con un virtuosismo indiscutible.
Muy curiosa.