Fotografías por Antonio Andrés
A Hard Rain’s A Gonna Fall. En medio de una tormenta de esas, cada vez más inusuales, que descargan lluvias tan abundantes que borran durante un rato el perfil de las ciudades, descubrimos en pleno corazón del centro de Sevilla un café teatro íntimo y nocturno. En la calle Dos de Mayo, junto al Arco del Postigo, apenas a unos metros de la catedral. Bautizado con el pseudónimo de la protagonista fugaz y alevosa de una canción de Quique González. Con un pequeño escenario flanqueado por las miradas vigilantes de Jimi Hendrix, Janis Joplin o Jim Morrison, el Lady Drama se antoja un espacio muy interesante para la música en directo del panorama local. Por su ubicación, su comodidad, su capacidad de aforo reducido perfecto para una serie de conciertos que en otras salas se queda corto o largo y, sobre todo, por el espíritu litúrgico rockero que rezuman sus paredes, perfecto para la ciencia no exacta de la noche.
Todo ello lo convertía en la atmósfera más propicia para el protagonista de la noche. Protagonista de lujo, dicho sea. Con el uniforme de hombre orquesta, Lichis llegaba a tu ciudad. Con la guitarra como única compañera sobre las tablas, desplegó las mejores canciones de su repertorio más reciente como artista en solitario y algunas de las que nacieron de la mancuerna que lo sentó en una mesa para dos junto a Rubén Pozo en su último disco. Más bluesman que cantautor, dejando reposar el rock en las reflexiones de un artista maduro y honesto, abrió, precisamente con El hombre orquesta, el anti himno del solitario músico ambulante que carga su vida por las tablas del mundo con una responsabilidad tras el hatillo de sus canciones.
De la cosecha sembrada junto al ex Pereza mostró en hilera Rock de pueblo, Nudo sur y Loquillo. Un homenaje al rock más grasiento y auténtico de las plazas del pueblo, donde todo comienza; otro a los barrios obreros del extrarradio de las capitales y la disertación irónica sobre la masculinidad que se pregunta todo el tiempo qué haría Loquillo. Entre canción y canción, Lichis está lúcido y brillante en el traje de showman. En este ambiente cómplice, con el público tan cercano, los caminos del humor y la honestidad le llevan por monólogos que transitan por el alambre que la Disney corrección política hace cada día más fino sobre un abismo cada día más hondo (¡¡la cancelación!!, los quince minutos de fama de Warhol, pero a la inversa…). Ese es el mejor reflejo de sus letras, lejos de cualquier sosería insípida que no diga nada, Lichis cuenta cosas que arañan.
Se agradece el golpe de realidad canalla de Teloneros de lujo y Cazador de mariposas, la rabia descarnada de Tinkiwinky, los ladridos pesados del blues Tics raros. Los giros sofisticados que pueblan de recovecos sus armonías (Tu coartada), el inventario de tantas Horas de vuelo y las confesiones que uno solo haría a un desconocido. La dolorosa Tal vez Buenos Aires y la camaradería de Salir a asustar encaminaban a un final que culminaron los bises: la melancólica Febrero y Carne de canción, de la Cabra Mecánica. Tras esto, el maravilloso triunfo palpable de la distancia corta.Con el público totalmente ganado y a dos palmos de la cara del artista, estos conciertos se prestan al maravilloso chantaje de no dejar al cantante bajarse del escenario con una rueda infinita de otra, otra. Así que Lichis se sentó una última vez en el escenario de Lady Drama, ya sin micrófonos, para despedirse cantándonos por Elvis, dejando caer suavemente cada verso como quien deja caer el telón.
Con oficio y libertad, el espíritu encendido volcado en las guitarras y las libretas. Entre tantas canciones que no dicen nada, Lichis pone sobre la mesa el pan (y el hambre) nuestro de cada día. La realidad a pie de acera de un hombre adulto lejos del falso glamour que los neones disparan, un corredor de fondo que revela sus debilidades y que busca las canciones donde se descosen las velas, que paga facturas y saca una familia adelante. Como cualquiera. Superhéroes de barrio, que diría Kiko Veneno. Lichis on the road.
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