Revista Cultura y Ocio
EL BOFETÓN QUE MERECIÓ APLAUSOS
El primer bofetón que recuerdo con unos ocho años no lo recibí yo (no recuerdo haber recibido ninguno, una niña demasiado buena) se lo dio mi padre a un primo mío de dieciséis que estaba acogido junto con su hermano de forma temporal en mi casa. También recuerdo que en mi habitación había un murete a una altura de un medio metro, y que después del incidente se quedó allí a dormir toda la tarde. Mientras él soñaba con dios sabe qué ángeles, mi padre fue a una cabina de teléfono para informar al padre de la criatura de lo acaecido, parece ser que el adolescente había comenzado a realizar pequeños hurtos en una sala recreativa a la que acudía a matar el tiempo de forma habitual. A la mañana siguiente el padre vino a recoger a mis primos. No les volví a ver hasta que se casó el durmiente. Dice que nunca podrá agradecer el favor que le hizo con ese bofetón.
Creo que por eso jamás he visto mal eso de que te den o dar un sopapo a tiempo, o “bien dado” que dicen en mi tierra.
Hace no demasiado tiempo leía con estupor que dos bofetadas alejaban durante meses a un padre de su hijo. ¡Cualquiera les dice nada! Las nuevas generaciones no conocen nada de lo que fueron los derechos laborales, pero como les pongas una mano encima de forma ocasional saben perfectamente qué pasos tienen que seguir. Deduzco que esto es parte de lo que llaman “educación en el valor de la obediencia”.
Hace unos días asistía con estupor cómo se convertía en una especie de “heroína” a una señora que abofeteaba a su hijo no sólo ante sus amigos, sino ante todo un país, ante todo “un mundo”.
Mi estado habitual es la contradicción y la pregunta, me pierdo y me encuentro en ellas como pez en agua.
Una madre, negra para más señas, ve cómo su niño adolescente está en una manifestación tirando piedras a la policía, lo reconoce, y en vez de enviarle un WhatsApp diciéndole algo así como “Idiota ¿qué haces tirando piedras sin taparte bien el careto que te he dado? Que no te pillen. Un beso”, la señora decide levantar sus posaderas del sofá, salir a la calle, acudir al lugar de la “trifulca” y sacarle de allí a sopapos, sopapos aceptados por todos, y una humillación pública aplaudida en medio mundo.
La aplauden los defensores del bofetón “bien dado”, y los que se aferran a la razón como lapas a las que no mata el aburrimiento, y sobre todo los satisfechos de que el Estado tenga el monopolio de la violencia. Cualquier tipo de violencia. (Lógicamente en este caso violencia es igual a bofetón).
Pero realmente ¿qué se está aplaudiendo?
Paradójicamente se jalea el monopolio de la violencia por parte del Estado. La madre le dice que no debe de acabar como Freddie Grey, y en esa frase está la clave. Freddie Grey era tan negro como ella, tan bueno o tan mala persona como ella, inocente o culpable es indiferente, a esa madre le da igual, ha muerto porque algo habrá hecho, ha muerto porque se lo merecía al igual que todos los negros a los que los polis matan.
Por abreviar, a esta señora se la aplaude por defender con uñas y dientes el mismo sistema que jamás le permitirá la presunción de inocencia a los de su raza.
En otro orden de cosas, me pregunto yo ¿qué clase de piedras tiran unos y qué clase de damiselas son otros? Me lo pregunto porque cada día me alucina más que una anciana en taca-taca pueda arañar siquiera a un robocopito, o que en EEUU con un par de pedradas puedan herir a esos “mazinguers”.
Y otra cosa que no entiendo es por qué tiran piedras como palestinos con el libre acceso que tienen a material más efectivo y menos pesado. Tengo noche preguntona.©Luisa L. Cortiñas
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