Revista Cultura y Ocio
"EL BOSQUE DE HADOSS"
Más allá de los prados ubérrimos y coloridos de Verbania se erige acechador y lóbrego el tupido bosque de Hadoss. Los dos niños, cogidos de las manos, cantando, brincando como espíritus libres que conmemorasen la efemérides de un evento festivo, se han colado en los dominios prohibidos del bosque por el discreto boquete de la muralla de rejas, zarzas y espino como campestres comadrejas. Ríen con desenfado y entonan canciones populares mientras exploran los nebulosos recovecos de ese reino vetado de árboles negros, grises y plateados, en cuyas copas no hay nidos ni aves que amenicen la mañana con sus locuaces trinos. Una bruma incesante, espesa y de sabor dulzón flota en el ambiente de escenario feérico. Yashinya no ha visto hadas, ni duendes, elfos, brujas ni magos. Todo eso no son más que paparruchas, colige sin ambages, robustecida por las convicciones de una niña de diez años que aún no sabe que la vida incipiente que conoce ha cambiado de manera radical, desde el mismo instante en que osó traspasar las fronteras del inicuo bosque de Hadoss. No entiende a qué pueden deberse los temores infundados de los mayores. El bosque es sólo eso, un bosque con árboles viejos y feos de troncos retorcidos y cubiertos de musgo, hiedras y setas de colores encendidos. El suelo es resbaladizo. Una capa fina de líquenes y musgo fosforescente forma una alfombra extensa que se pierde entre las raíces artríticas, nudosas e infinitas de esos árboles formidables que parecen custodios de este reino escondido. Alfred, su futuro esposo, resuelve Yashinya con el aplomo de una mujer madura y experimentada en los menesteres del amor, está todo el rato reclamando su atención con chanzas y cuchufletas de niño malcriado. Dice el muy descarado que de su cabello, rubio, largo, luminoso y ondulado, salen volando mariposas azules que revolotean en torno a su figura menuda.
Yashinya le hace muecas de pura befa y desdén. ¿Pero cómo van a salir mariposas de su hermosa cabellera de princesa? Su madre dice que no existe en Verbania una niña tan hermosa. Dice que su melena rubia resplandece como el Sol, pero jamás le ha dicho nadie que de entre sus cabellos saliesen mariposas... ¡Qué bobadas dice Alfred!
A veces es tan infantil... rezonga, levemente decepcionada con su esposo venidero.
Alfred ya está cansado y por momentos parece achacoso como un anciano. Se ha detenido a descansar, sentado en un leño que parece tener rostro redondo y rubicundo y nariz del tamaño de un pimiento. Yashinya sigue caminando. A lo lejos columbra la figura encorvada de un anciano muy delgado que se apoya en un cayado. Tiene las barbas blancas y el rostro tan arrugado como las cortezas de los árboles negros. No entiende lo que dice cuando le habla sin resuello. Ese viejo está chalado, colige la niña, que le escucha pasmada durante unos instantes, sin apercibirse de que han pasado ya más de 100 años desde que un niño llamado Alfred y Yashinya, la pizpireta hija de una campesina y un leñador, penetraran en el embrujado bosque de Hadoss. La niña no entiende lo que dice ese viejo chalado. Está loco, colige sin dudarlo. ¡Pues no va ese truhán y le cuenta que lleva atrapado en el bosque más de trescientos años! Dice que fue niño una vez, que penetró en el bosque una mañana de septiembre de 1566 y que desde entonces vaga como alma errante por los confines ilimitados del bosque de Hadoss. Está chalado, prosigue la niña. Le deja atrás, no quiere escuchar sus extravagancias. Además, se ha hecho tarde y no consigue recordar el camino de regreso a su aldea en el reino de Verbania.