Editorial Caballo de Troya. 154
páginas. 1ª edición de 2013.
La novela El bosque es grande y profundo,
cuya primera versión está escrita en gallego y ha sido traducida al castellano
por el propio autor, Manuel Darriba
(Sarria, Lugo, 1973), me la regaló –al igual que el libro comentado la semana
pasada, Las vacaciones de Íñigo y Laura, de Pelayo Cardelús– su editor, Constantino
Bértolo.
El bosque es grande y profundo se inscribe dentro de la corriente
de la novela fantástica apocalíptica. Así que fácilmente se podría relacionar
con una serie de novelas que he leído en los últimos años: La carretera de Cormac McCarthy, Plop de Rafael Pinedo, El año del desierto de Pedro Mairal o Últimos días en el Puesto del
Este de Cristina Fallarás, y
con casi toda seguridad con Cenital de Emilio Bueso, novela que tengo en casa, pero que aún no he leído.
La primera parte del libro se
titula Hansel. En ella un personaje,
al que el narrador se refiere como “el viajero”, deambula por un lugar
denominado “el bosque”. El viajero se va a encontrar con otros habitantes del
bosque, que siempre –al igual que él– serán llamados por el narrador en función
de los asuntos a los que se dediquen o de alguna característica física: los
cazadores, el destilador, los aldeanos, la muchacha...
El viajero no ha nacido en el
bosque; cuando es preguntado apunta: “Huyo de la noche y la guerra” (pág. 30).
Proviene de otro lugar denominado “la ciudad”, donde ha estallado una guerra.
Los lugares (casi al igual que las personas) de esta novela son arquetipos: “el
bosque” simboliza un estadio primitivo del hombre, al que puede verse abocado a
volver tras la destrucción de la civilización, que estaría simbolizada por “la
ciudad”. Esta dicotomía clásica podríamos entroncarla con facilidad con la
tradición literaria argentina y su contraste civilización-barbarie; pero al
igual que ocurría en El año del desierto
de Pedro Mairal, tras el apocalipsis pueden haber cambiado las tornas, y la
barbarie proviene ahora del lugar civilizado (la ciudad). El bosque por el que
deambula el viajero se verá invadido por un cada vez mayor número de personas
que provienen de una ciudad en guerra en la que ya no pueden vivir. El paso
físico de una garganta separa los dos espacios: bosque y ciudad.
La parte de Hansel se ocupa de retratar el bosque y sus habitantes. El bosque,
más que como el escenario de la historia, funciona como un personaje más, ya
que está fuertemente personificado: “El bosque tiene el cuerpo cruzado de
senderos”; “El bosque entero ruge” (pág. 24); “El bosque está nervioso” (pág.
46).
Las frases son cortas y muy
descriptivas. Pongo como ejemplo este párrafo de la página 13: “El labrador
conduce una pareja de bueyes. Varias mujeres lo siguen en silencio, cargadas
con cestos y azadas. Alrededor de la finca hay robledales espesos. La tierra es
dura y está húmeda”.
El vocabulario para describir la
parte de Hansel está muy trabajado:
todas las comparaciones o las metáforas desconocen la tecnología (que sólo
llega hasta la existencia de la escopeta) o la civilización. En medio de tanto
vocabulario meteorológico, orográfico o vegetal, casi llama la atención por su
contraste encontrar palabras como: “oleo”, “electricidad”, “plásticos” o
“chicle”, usadas en muy contadas ocasiones.
Considero que la principal
influencia de Darriba es Cormac McCarthy: el narrador no nos acerca nunca a los
pensamientos o sentimientos de sus personajes (salvo cuando se refieren a
sensaciones físicas: hambre, frío...): estos se definen siempre por sus
palabras (los diálogos son abundantes) o por sus actos. También, al igual que
McCarthy, Darriba hace uso de bruscas elipsis narrativas, por lo que el lector
tendrá que jugar a componer las escenas no narradas.
Este estilo tan distanciado de
los personajes adolece de un problema: a pesar de la lograda ambientación, el
lector sigue los avatares del viajero por el bosque, sus encuentros con sus
distintos habitantes, sin implicarse demasiado en la historia. McCarthy, en las
dos novelas que he leído de él –No es
país para viejos y La carretera–
tenía claro cuál es el destino hacia el que se encaminan sus personajes, y el
lector lee interesado por averiguar hacia dónde lleva ese viaje. En más de una
ocasión leía la parte de Hansel sin
saber hacia dónde quería llevar Darriba a su viajero, al que le ocurren distintos
sucesos: la muerte de un conocido (o amigo) del bosque, el acercamiento o la
desaparición de una mujer, convertirse en esclavo... sin que el lector llegue a
averiguar hasta qué punto esos hechos le afectan.
La segunda parte se titula Gretel:
está narrada en primera persona por una niña que se quedó atrapada en la casa
de su profesora de piano tras el estallido de una guerra indefinida en la
ciudad. Descubrimos que Gretel es hermana de Hansel, que es el nombre del
viajero de la primera parte. Gretel vive en un refugio con otras personas,
entre el hambre y el miedo. Esta parte de la novela es bastante más corta que
la primera, y aunque aquí la ambientación no está tan lograda como la que Darriba
ha empleado para describir “el bosque”, la historia de Gretel en “la ciudad”,
gracias al acercamiento que supone el uso de la primera persona, resulta más
interesante.
La novela termina con un Epílogo-Entrevista
en el que un tal Hans Meyer mantiene un diálogo, organizado en el texto como si
se tratase de una obra de teatro, con un segundo personaje llamado Hombrecillo.
A través de esta conversación el lector comprende que el viajero de la primera
parte es en realidad un desertor que había huido de la ciudad al bosque para no
ser alistado en el ejército y tener que participar en la guerra.
El libro se cierra con un Posfacio-Antes:
en esta parte Hans Meyer es invitado en la ciudad a una fiesta en la casa del
rico abogado Matías Hirsch. Gracias a este capítulo, el lector comprende que ya
desde antes de la guerra Hans era un joven con problemas de integración social.
La verdad es que estas dos partes
finales me han parecido poco cohesionadas con el cuerpo principal de la novela,
el que estaría formado por el contraste entre Hansel (bosque) y Gretel
(ciudad).
Encuentro que Manuel Darriba sabe
narrar, ya que El bosque es grande y
profundo está escrito con pulso firme, y el lenguaje empleado, sobre todo en
la primera parte, es evocador y poderoso. Pero la novela falla donde no lo
hacen las novelas apocalípticas de Rafael Pinedo y Cormac McCarthy: tanto en Plop como en La carretera, por más que estén narradas con un estilo desapegado,
se siente la presencia de una trama precisa. El autor sabe qué va a ocurrir con
sus personajes, a qué conflictos morales o a qué ambiciones se van a tener que
enfrentar, y el lector los acompaña interesado en su viaje. En cambio, tengo la
impresión de que la ausencia de una trama sólida lastra el alcance de los
posibles logros de esta novela de Manuel Darriba.