Despierta tu SER
Para mí, este describir la envergadura de la esclavitud humana es un camino hacia la conciencia, hacia el conocimiento del ser humano y su evolución, no la evolución inventada por el teólogo eugenista Darwin, sino el proceso de la humanidad que está aconteciendo hacia un mundo inhumano, basado en el triunfo del ego y de la imagen, en la pereza y la comodidad, la desidia, el letargo, la falta de curiosidad, basado en la irresponsabilidad adolescente y la incongruencia, la hipocresía, la mentira, el abuso de poder, la violencia y, todo esto, TODO, movido por el miedo: miedo a no gustar, miedo a perder el trabajo, miedo a perder estatus social, miedo al qué dirán, miedo al cansancio, miedo a la muerte. Descubrir todo eso es, para mí, sumamente motivante porque lo que yo siento en mi corazón, este calor, este amor a este mundo, esta curiosidad por saber, esta constante sorpresa ante la belleza y grandeza del Universo y estas ganas de compartir con los demás toda mi energía son la prueba de que todavía soy un ser humano y que, por lo menos conmigo, han fracasado en su plan de control y destrucción global. Cuando, en base a esta valiosa información que llevo compartiendo desde el 2009 y que algunos denominan malas noticias o incluso mierda, me analizo, observo que me han pillado en muchas cosas, pero en muchas otras cosas no han podido con la fuerza y la verdad. Cuanto más descubro el tamaño de la manipulación, más afortunada me siento.
Esta mierda oscura e impresionante que llevo estudiando en estos últimos años es para mí un regalo, porque por un lado me permite entender cómo funciona este mundo, y cómo funciono yo, y por otro lado me hace ver la luz que está ahí en el mundo y en mí, desde siempre y para siempre, pues es indestructible. ¿Luz en la mierda? Si. Cuanto más descubro la dimensión de su maldad, más valoro lo que soy: un ser de alma, de luz y de amor. Y ellos tendrán todo el dinero y todo el poder del mundo pero no tienen ese tesoro en su corazón. Porque si lo tuvieran actuarían de otra manera. Son muy pobres, muy pequeños, son miserables. Se pasan el día reunidos, vestidos con trajes oscuros y corbatas que asfixian, y trabajando mucho, horas y horas para someternos y destruir el planeta, pero al menos conmigo no lo han conseguido del todo.Como son infrahumanos, funcionan y se alimentan de lo más bajo que tiene lo humano, el miedo. Platón decía que no existe la maldad, sólo la ignorancia. Pero su ignorancia es inmensa, demasiado inmensa, en mi opinión su ignorancia/maldad tiene una calidad que no es de este planeta. Pero da igual si son terrícolas o no, porque están aquí y aquí están ejerciendo su poder con una inteligencia que me resulta fascinante. Son muy inteligentes para utilizar lo más bajo del ser humano para que obedezca, y en eso son superiores a la humanidad porque han conseguido controlar al ser humano y llevarlo a su autodestrucción, algo muy poco presente en la naturaleza, por cierto, todo en la naturaleza expresa ansias de vivir, además de estar en permanente movimiento y transformación.
Cuando describo el momento histórico en el que vivimos como un momento de manipulación extrema y de destrucción de la Humanidad, hay lectores que ven que estoy colaborando al malestar, que quiero angustiar y deprimir, en cambio yo lo veo como que estoy abriendo una puerta de luz. ¿A qué se debe esta diferencia? Creo que estas personas esperan. Tienen esperanza. Esperan que pase algo, que alguien haga algo, que les digan, que les ayuden. Tienen implantada la esperanza cristiana, religión para esclavos basada en la venganza pues reconforta con la promesa de que los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros. El cristianismo, que lleva 2000 años hablando de la bondad de la esperanza por un lado, y la pereza cultivada y favorecida por la sociedad del bienestar, por otro, han creado una sociedad de esclavos borregos pasivos perezosos fofos irresponsables preocupados por su imagen y esperanzados, pues esperan que su pastor les lleve a buen puerto, les indique el camino, les diga lo que tienen que hacer. Recuerdo que a Jesús se le llama el Buen Pastor. La comodidad, la pasividad, el delegar en un político que se ocupe, el obedecer sin cuestionar lo que dice el profesor, la revista de moda, tu periódico o programa favorito, el jefe, el médico, el psicólogo o el farmacéutico de turno, son los rasgos humanos que más se han educado en este mundo moderno. Muchos lectores me reprochan que sólo hablo de la maldad y la oscuridad. Así pues, y aunque yo no soy cura y esto no es una iglesia, la gente en el fondo me está pidiendo que dé soluciones. Aquí van las que a mí me sirven.
ÚNETE A LA NATURALEZA Esto que voy a decir no es una frikada de colgada, FUNCIONA. Una de las maneras de destruir a la humanidad ha sido separarla de su verdadero hogar, que es gratis y está ahí para nosotros: la naturaleza. Pasamos la vida metidos en espacios cerrados, con tejados y ventanas, viajando en subterráneos malolientes, aviones y coches ruidosos o trenes herméticos con aire artificial, iluminados por luz eléctrica, comunicando por sistemas electromagnéticos. Nuestro ocio transcurre en casa frente al ordenador o la televisión, o en espacios cerrados, ruidosos y mal ventilados como gimnasios, bares, restaurantes, cines o discotecas. Sentarse en una terraza de una ciudad llena de coches para poder fumarse un pitillo mientras bebes un gin tónic es percibido como el colmo de la libertad. Toda nuestra vida transcurre lejos de la naturaleza, de la que estamos hechos, a la que pertenecemos y a la que regresaremos llegado el momento. Esta Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Tierra, pero esto no se dice pues descabala nuestro sistema que está basado en que la felicidad se consigue por la posesión de las cosas gracias al dinero. ¿Cómo le vamos a decir a los niños que no necesitan nada más que correr en el monte, bañarse en el río o en el mar, jugar con el barro, volar una cometa o saltar a la comba, coger higos, cascar nueces? No habría negocio. Recuerdo una amiga que me dijo desconsolada que a su hija no le gustaba jugar con la Wii con lo que le había costado, ¡qué buena noticia! Le dije, tu hija todavía no está muerta. La Wii es el deporte cibernético para esclavos que viven en un submundo artificial. ¿Cómo le vas a decir a la gente que lo único que necesita para sentirse bien es sentarse debajo un árbol viejo, o mirar la puesta de sol? Esas cosas las hacen los humanos modernos cuando están enamorados, porque es cuando conectamos con nuestra verdadera naturaleza, pero el enamoramiento se pasa y dejamos de mirar la puesta de sol. A menos que nos vayamos a la Riviera Maya o a Petra, lugares en los que en lugar de contemplarla, le sacamos fotos, como si no hubiera puestas de sol maravillosas en Madrid o en Cádiz, y como si por hacer la foto pudiéramos poseer esa belleza! En nuestro sistema de vida, la naturaleza es tan sólo el fondo del cuadro. La miramos desde el coche, el objetivo de la cámara o la tumbona. Pero no nos fundimos con ella. Fundirse con la naturaleza es una sensación que los amantes del esquí, el surf, la escalada, el senderismo, el ala delta, el buceo… conocen bien. Pero, aún en esos casos, se habla de “hacer deporte” no de “fundirte con la naturaleza”: nuestra cultura hedonista, superficial y egocéntrica siempre frivoliza para evitar que conectemos con nuestra naturaleza sagrada. La mayor parte de los que “practican deporte en la naturaleza” piensan que están haciendo un “ejercicio saludable”, para “fortalecer su cuerpo”: están en la naturaleza porque les SIRVE, les sirve de soporte para realizar una acción que divierte, estimula, relaja o entretiene. Y generalmente van en grupo y hacen mucho ruido. Eso no es unirse con la naturaleza, eso es usarla con fines utilitarios y materiales, aunque mejor hacer eso que quedarse en el sofá con la tele y la película de guerra. Unirse a la naturaleza, es sentirla, contemplarla en silencio y en soledad, es escucharla, sentir cómo entre ella y nosotros apenas hay diferencia: nos alimentamos de lo que nos da y le devolvemos lo que nos ha sobrado y al final volvemos a ella. La Naturaleza no está afuera, no es ajena a nosotros, no es algo diferente sino que es nosotros, y nosotros somos ella. Unirse a la naturaleza es conseguir sentir esto, cuando lo consigues, te sientes en casa y desapareces. Esta desaparición no significa que ya no te pueden ver, sino que desapareces como yo individual y es una maravillosa sensación de plenitud, paz y felicidad. Esto no se consigue en 5 minutos pero se suele alcanzar a la media hora. Puede que no lo consigas la primera, pero vuelve a intentarlo y verás que puedes. Esta es una manera práctica y accesible a todos para experimentar la unión con el Universo, regenerar tu energía, elevar el lado más humano y sagrado que hay en ti, en un sentimiento que los griegos denominaban agapé, y que los romanos tradujeron por amor, este sentimiento lo tienen constantemente los niños menores de 3 años que son la felicidad hecha persona y era la manera en la que debieron sentirse las personas en el origen de la Humanidad. Esta experiencia de unión con la naturaleza permite, al menos por un momento, superar la dualidad cuerpo/alma, bueno /malo. Así, fundiéndote con la naturaleza, experimentarás el hombre primordial, aquel estado del hombre antes de su caída, antes de que entrara en la dualidad.
El bosque. En mi pueblo hay un bosque. No va nadie, sólo muy de vez en cuando ves a alguien que va a buscar leña, a coger setas, a matar palomas o a correr para hacer ejercicio. La relación con el bosque es de explotación utilitaria, de abuso, de expolio. Mi pasión es el bosque. Después de hacer mis ejercicios de estiramientos, respiración y relajación, me siento y escucho su silencio, su música y me vuelvo bosque, rama o pájaro. Me quedo tumbada bajo un árbol sabio y me fundo, desaparezco. Visto desde fuera puede parecer que soy una holgazana, y que pierdo el tiempo, pero, justamente, allí no hay tiempo, sólo hay energía. Y la energía en el bosque es alegre y ligera. Y nosotros los seres humanos estamos hechos de eso, somos parte del bosque. En todos los cuentos las cosas ocurren en el bosque. Los druidas, que eran nuestros sabios de Europa, se reunían en los bosques, que eran lugares sagrados, cuidados, respetados, protegidos por todos. El bosque es nuestro hogar. No la ciudad. El bosque no se venera ya, se explota, se quema o se ignora, o se pasa por él corriendo para ser más eficiente y para adelgazar. El bosque no sabe de fronteras ni de nacionalidades, tampoco sabe de clases sociales o de pasaportes: el bosque siempre habla tu idioma, estés donde estés, seas quien seas, rica o pobre, feo o guapa. El bosque puede con todo, lo dejas tranquilo y vuelve a regenerarse y a armonizarse. Todos hemos visto como una casa abandonada, incluso en el centro de una ciudad, acaba siendo devorada por la vegetación: el viento trae polvo, hojas y tierra, los pájaros traen semillas (todo eso que se suele considerar que “ensucia”) y al cabo de un tiempo crecen hierbas, plantas, enredaderas, árboles que acaban tirando la casa, sí, entre la tierra, el sol y el agua del cielo, esa energía renovadora que en los libros escolares denominan con el término despectivo de erosión, la casa al cabo de un tiempo desaparece, porque así es la naturaleza y, por mucho que pongamos límites, mojones, fronteras, escrituras, construyamos muros, no nos pertenece. En Méjico, la naturaleza recubrió por completo las pirámides en Yucatán que miden 30 metros de altura: no se las veía. El bosque también enseña que la muerte no existe: árboles caídos y hojas secas no están muertos, pues si los observas, se mueven, cambian de día en día, siguen su proceso de vida, en este caso se transforman en Tierra, vuelven a ella, de dónde salieron: morir en el bosque es volver a casa. Y así es, la muerte no existe, sólo hay continua transformación. Morir es volver a casa. Pero en nuestra sociedad en la que hay que estar constantemente favoreciendo todo lo que da miedo, no se habla de esto. La gente dice no querer hablar de la muerte porque les da miedo, les parece desagradable. Pero es precisamente lo contrario: no hablar de la muerte favorece el miedo, mientras que ayudar a comprender y aceptar ese proceso, tranquiliza y libera. ¿Cómo puede ser que algo que es inevitable y que nos va a ocurrir a todos sea un tema tabú, algo vergonzoso, feo y repugnante? Pues, muy sencillo, para mantenernos en el miedo. Cuando asumes que la muerte es volver a casa y dejar de sufrir, ya nadie te puede amenazar. Ya no hay miedo. No por amenazar a una gallina te dará más huevos, al contrario. Pero si amenazas a un ser humano te dará sus huevos y hasta su corazón. Por miedo a morir. Perder el miedo a morir es el único camino a la libertad. Pero no es un camino fácil.
La maldad que está padeciendo la Humanidad es muy poca cosa frente a la naturaleza. La vida sobre la Tierra es mucho más larga y desconocida de lo que nos cuentan, los humanos podemos desaparecer, pero la vida en la Tierra continuará puesto que es eterna e infinita, y vendrán otros seres, humanos o no… Y esa fuerza infinita y energía eterna, maravillosa y sagrada late en mí, brilla en mi corazón. Y también en el tuyo. Ve al bosque, siente los árboles, abrázalos y dales las gracias, respira y haz ejercicios que relajen, fortalezcan y vitalicen tu cuerpo, pues somos, antes que nada, cuerpo. Ve al mar y báñate en él, juega con las olas y disfruta de su energía. Túmbate y mira las estrellas, mira las nubes, el sol, pero no un ratito, mínimo media hora, sube a las montañas, pasea por los valles, por los campos y, cuando encuentres un punto en el que sientes que estás a gusto, siéntate, túmbate y quédate en silencio, mínimo media hora, recuerda, no hay prisa. Pero no de vez en cuando, siempre que puedas. Todos los días. No te digas que no tienes tiempo, calcula cuánto tiempo pasas delante del ordenador o la televisión, quítale una hora diaria y regálatela. Ya sé que suena muy friki esto de abrazar a los árboles pero justamente ya se han encargado de que todo lo que es bueno y gratis parezca friki o ridículo. Hazlo, y verás como empiezan a pasar cosas en ti, como empiezas a ver las cosas de otra manera. Estamos hechos de átomos, y los átomos son energía, y lo propio de la energía es que se mueve sin parar: si vas al bosque, a la montaña o al mar, su energía es libre, revitalizará y reforzará la tuya, que también lo es, la naturaleza te REGALA su fuerza, está constantemente dando. Sólo hay que estar dispuesto a recogerla. Empezarás a sentir en ti una fuerza liberadora y no sabrás explicarlo, empezarás a sentirte más alegre, más vital porque empezarás a sentir ese ser humano que es libre como el mar o el viento, pues estamos hechos DE LA MISMA MATERIA/ENERGÍA. No hay ninguna diferencia entre tú y los árboles, el mar o las nubes: somos UNO. Es muy sencillo. Es fácil, todo el mundo lo puede hacer, es muy agradable, es cómodo, es gratis. Entonces ¿Por qué no nos lo han dicho? Porque es gratis, porque no hay negocio, porque la gente quiere hacer cosas exclusivas, raras y caras, porque la gente quiere ruido y no le gusta la soledad, porque sólo se valora la mente como camino hacia el conocimiento, pero sobre todo porque cuando estás conectado te sientes profundamente en paz, necesitas menos cosas para ser feliz, no tienes ganas de enfrentamientos ni guerras y no puedes destruir la naturaleza. Pero sobre todo porque te hace libre y nos quieren miedosos, violentos, perezosos, sometidos y cómplices de la destrucción de la Tierra. Los que han hecho el camino de Santiago han sentido estas cosas, pero rara vez lo siguen practicando: hacen el Camino, como quien se pone una medalla, es un logro, un reto. Pues en este mundo absurdo de la competitividad conectar con la naturaleza es un reto, una proeza que una vez lograda se pega en el álbum o se enmarca y se convierte en un recuerdo. Como el que una vez tuvo la suerte de saludar al presidente, al papa o al artista famoso. Conectas con tu ser sagrado, le haces una foto, y lo cuentas a tus amigos. Hay gente que no se baña en el río porque tiene miedo a los peces, o que no se pasea por el bosque porque tiene miedo a los corzos, o que no se tumba en la hierba porque tiene miedo a las avispas, las arañas o las serpientes. Propongo que reflexionen y valoren cuánto hay de peligro real y de miedos aprendidos, recordando que el miedo es un método de sometimiento que nos ha sido inculcado desde la infancia. Si los peces son de los que se asustan cuando te ven, no será un peligro como si se tratara de un tiburón o una morena, si son corzos que huyen al menor ruido no son como leones hambrientos o cocodrilos mimetizados con la vegetación. No debemos confundir miedo con cautela. Unirse a la naturaleza nunca puede ser ponerse en peligro. Existe una aberración que se llama deporte de riesgo y que no es otra cosa que jugar con la muerte. La gente lo practica porque siente pánico y supone un chute de adrenalina. Sabiendo que el miedo y el pánico son lo que más gusta a los que nos manipulan, huelga decir qué parte de nuestra humanidad se ve activada por este falso deporte muy promocionado en todos los medios, como no. Correr está de moda, pero correr es de cobardes, te agita en una competición contigo mismo y, no es casualidad, es el ejercicio preferido de las sociedades del miedo. En ninguna sociedad tradicional se corre por placer, sino por necesidad. Corres para escapar del peligro, o porque tienes que advertir de un peligro a tu comunidad: siempre se corre por una mala razón. Es malo para las rodillas y los pies, que se golpean una y otra vez como si los estuvieras machacando con todo tu peso en caída libre. Es malo para la columna. Si quieres hacer ejercicios aeróbicos: baila. El baile lo une todo: estimulas la circulación, fortaleces tus músculos, sudas, compartes con los demás y te diviertes. En todas las culturas el baile es un ritual para celebrar la vida, es una manera de unirte a ella. Cuida tus plantas, en el jardín, en el balcón o en el salón. Educa a tus padres, a tus hijos, a tus hermanos, a tus sobrinos en el respeto a la naturaleza, a los árboles que son los que fabrican, y gratis, el oxígeno que nosotros necesitamos para vivir, porque la naturaleza nos da todo, nos lo regala todo: trigo, agua, oro o petróleo. El árbol no es un palo gordo vertical que da sombra y sirve para apoyar la bici o para que meen los perros. Los árboles son nuestros maestros y nuestros cuidadores. Sin ellos, moriríamos. Basta con tumbarte bajo un árbol y verás cómo te protege con sus ramas. Salvo el ciprés, porque el ciprés te acompaña en tu último viaje, con sus raíces hundidas en la tierra, te va a buscar para llevarte al cielo hacia el que siempre está señalando.
Enseña a los niños que te rodean los nombres y que aprendan a mirar los árboles, su forma, sus colores, que sepan que son los árboles que nos dan el oxígeno que respiramos, que no se pueden cortar, que un árbol viejo es sabio y nos da su sabiduría sin que los sepamos pues, aunque lo ignoramos, somos árbol. Practica esto, enséñalo a tu alrededor, hazlo tú porque el colegio y la sociedad no lo harán.