por Sergio Suárez Rosa
Pongámonos en la siguiente situación ficticia: Estamos perdidos en alta mar, en un bote con varias personas, que consideraremos nuestro equipo. Rodeados de agua por todas partes, la situación empieza a ser preocupante. Queremos salir de aquí, avanzar y nos ponemos a pensar en posibles soluciones.
Nos planteamos qué necesitamos y alguien dice: -“Necesitaríamos un motor”. Buen inicio. En principio no es necesario que sea demasiado potente, pero sí con la fuerza suficiente como para mover el bote, con seguridad y constancia. Sin motor no podremos avanzar. El motor nos proporcionaría el impulso necesario para avanzar a través de las olas, sin hacernos retroceder. Además, navegaríamos, aunque no fuera con rapidez, sí de forma constante y segura.
-“¿Y un timón?”, pregunta otro miembro del equipo. -“Con el motor avanzaríamos, sí, pero sin timón no podríamos dirigir el bote hacia la dirección que queremos”.
Un timón nos permitiría fijar el rumbo a conveniencia y no navegar, aunque sea con seguridad y constancia, hacia direcciones cambiantes en función de las corrientes y el oleaje.
-“Pero, ¿hacia dónde nos dirigimos?, ¿cómo fijamos el rumbo?”. Muy buenas preguntas. Aunque tuviéramos un motor con la fuerza suficiente para impulsar nuestro bote y un timón con el que poder dirigirlo y seleccionar el rumbo, si no tenemos una “brújula” que nos indique el camino, el rumbo a seguir, navegaríamos a ciegas. Con una brújula podríamos conocer qué rumbo fijar, tendríamos libertad para seleccionar la ruta.
- “¡Pero sin saber a dónde nos llevaría esa ruta! La brújula nos ayudaría a orientarnos, indicándonos el rumbo correcto, pero ¿cuál es ese rumbo?”, apunta otro desde el fondo.
Efectivamente, de poco nos serviría saber que nos dirigimos hacia el norte si no sabemos qué hay en esa dirección. O, a la inversa, ¿cómo podemos saber qué rumbo tomar si no sabemos cómo se llega a nuestro destino…?
-“¡Una carta náutica, es lo que necesitamos!”.
¡Buena idea! Con una carta náutica y con la ayuda de la brújula podremos fijar con exactitud la ruta hacia nuestro destino y poner rumbo hacia a él, gobernando el bote con el timón y con el impulso del motor. Todo solucionado. ¿Seguro?
Falta algo muy importante, básico para fijar el rumbo correcto. Debemos conocer nuestra posición actual. Para trazar una ruta, para poder decidir qué dirección tomar hacia un destino debemos conocer el punto de partida. Si no sabemos dónde estamos, ¿cómo sabremos hacia dónde vamos?
Todo esto es una historia ficticia cuyo parecido con la realidad empresarial es pura coincidencia. Porque una empresa no tiene motor, que la impulse a través de las olas avanzando a pesar de las fuertes corrientes. Tampoco tiene un timón, que la dirija, permitiendo modificar su rumbo en una u otra dirección. En las empresas tampoco hay brújulas que permitan conocer qué rumbo fijar. Sería raro encontrar, así mismo, una carta náutica, con la que la empresa pudiera trazar la ruta por la que navegar desde su posición actual…
¿O quizás sí?
Sobre el autor, Sergio Suárez Rosa
Economista. Consultor de negocio, especializado en aspectos cualitativos de la creación de empresas. Consultor TIC, desarrollando estrategias para potenciar la presencia online y la mejora de las organizaciones. Gestor y Agente de la Innovación. Formador en diversas materias como innovación, negociación, gestión empresarial, emprendimiento y creación de empresas, comunicación y redes sociales, entre otras.
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