Más que mil palabras una imagen crea un par de ideas que quedan en la memoria, y Alicia Sánchez-Camacho, la presidenta del PP catalán, y jefa de la trinchera de su partido contra el separatismo, transmite a un personaje artificial y, por tanto, poco fiable.
La señora Sánchez-Camacho procede de una familia humilde de campesinos castellano-extremeños cuyo padre consiguió hacerse guardia civil, y que, destinado en Cataluña, se esforzó para que estudiara Derecho y administración pública.
Podía haberse integrado con de los nacionalistas de CiU o ERC, que aceptan a charnegos para que nunca lleguen alto; también tenía el PSC, que ha resultado neonacionalista y/o confederalista. Unos y otros son tributarios del bótos y de las apariencias.
Pero ella se inclinó por el PP, en el que, poco a poco, llegó a líder tras heredar a gente como Josep Piqué y derrotar a Montserrat Nebreda, profesora universitaria que ahora está cerca del independentismo.
Podría haber sido buena representante de una idea de España atractiva, renacida tras la Constitución de 1978, sin trampas ni falsedades, que desmonte los nacionalismos.
Pero ha caído en una trampa que se acepta entre nacionalistas y en la gente que vive de la farándula, pero que anula la credibilidad de los políticos de mayor enjundia, lo que contribuye a que el PP no resucite allí.
Tiene 47 años y ha querido rejuvenecer como una antigua burguesa del textil barcelonés, aplicándose exageradamente inyecciones de bótox que, además de hincharle la boca, anulan una expresividad que reflejaría su posible sinceridad y la veracidad de sus propuestas.
La señora Sánchez-Camacho tiene ahora una boca protuberante, firme, como la del pato Donald.
Aunque su discurso fuera atractivo, dicho con ese aspecto artificial, perdone usted, doña Alicia, su imagen comunica menos seguridad que los tóxicos nacionalistas, que tienen la ventaja de ser botóxicos por tradición, no por absorción; incluso Junqueras al natural es el Ecce Homo de Borja.
--------
SALAS Clásico