La justicia ha ganado la batalla a los obstáculos de la verdad. La toga deshilada de Baltasar ha sido inmune a las manos limpias de la aguja ultraliberal. Las víctimas del franquismo han salido fortalecidas en su batalla por esclarecer las atrocidades de su pasado. Con la toga colgada en el armario de la inhabilitación, el exjuez ha recuperado parte de su honorabilidad. Hoy la angustia de María, hija de Garzón, por clamar justicia social en la carta desesperada del sentido común, cobra la misma fuerza de aquellos manuscritos polvorientos del pasado. que siglos después dejan patente las miserias ocultas de su presente.
Después de varios años de investigación, las víctimas del ayer, aquéllas que perdieron a sus seres queridos por las insidias de la culpabilidad en el marco del régimen dictatorial, son las que han perdido el tren de la verdad. Hoy el Tribunal Supremo ha errado por su lentitud. La sentencia ha llegado justo en el momento en que Garzón tiene las manos atadas para descifrar el lenguaje de los huesos hacinados en las fosas del olvido. La presión internacional y, sobre todo, la sensibilidad del fenómeno han contribuido para descolgar la etiqueta de la vergüenza, que durante los días que duró la vista oral tuvimos que llevar colgada en el titular global. Hoy llora el pueblo con las lágrimas de la frustración. El mismo juez que investigó a Pinochet no estará habilitado para terminar de poner los ladrillos en las estructuras de la verdad.
La politización del fenómeno desde el nacimiento de su demanda pone en jaque al marco político actual. Mientras que la izquierda y buena parte del tejido intelectual de este país siempre ha estado al lado del juez. Las capas sociales afines a la derecha han callado como una losa y han derivado a la frase coloquial “aceptamos la decisión judicial” su postura cómoda ante un litigio intergeneracional de un pueblo asfixiado por su pasado. Es precisamente, el escepticismo político de unos, la derecha, en contraste con el pronunciamiento activo de otros, la izquierda, el verdadero conflicto social que abre las heridas abiertas de la contienda. Mientras Llamazares estuvo dejándose la voz a las puertas del juzgado. Las caras conservadoras del gobierno de Rajoy estuvieron ausentes en todo momento del proceso judicial.
Con la sentencia en la mano reivindicamos al poder judicial la reapertura inmediata de la causa para conseguir reparar el daño causado durante estos años de sobreseimiento a las víctimas del franquismo. Gracias a Garzón, juez “estrella” para unos y “estrellado” para otros, conseguimos que Franco siga presente en el discurso cotidiano. La vivencia del diálogo de los pueblos con los horrores de su pasado incrementa el conocimiento del porqué de su presente. La historia, como bien decíamos en el péndulo es necesaria refrescarla para evitar tropezar con los errores de nuestros mayores. Hoy María, somos nosotros, aquellos que siempre hemos creído en la justicia y hemos defendido desde la crítica la honorabilidad de tu padre, a quienes nos toca brindar con la copa de champán. Enhorabuena.