Revista Cine

El Buen Amigo Gigante

Publicado el 18 agosto 2016 por Diezmartinez
El Buen Amigo GiganteNo han pasado quince minutos desde el inicio de El buen amigo gigante (The BFG, EU-GB-Canadá, 2016) y el espectador ya tiene claro quiénes son los dos personajes centrales del filme y, más aún, cuál es el tono visual y narrativo del vigésimo-noveno largometraje de Steven Spielberg.A la notable economía contenida en el guion escrito por la recién fallecida Melissa Mathison –sobre la clásica novela infantil de Roald Dahl publicada en 1982- hay que sumarle la emotiva música del habitual John Williams, el virtuosismo de la captura de movimiento a través de la cual vemos a Mark Rylance interpretar al BAG (o Buen Amigo Gigante) y, finalmente, la bienvenida presencia de la casi debutante doceañera Ruby Barnhill, quien interpreta a la perfección a uno de los protagonistas dahlianos/spielbergianos por excelencia: el infante huérfano, solitario, pero con una inagotable capacidad de supervivencia.La Sophie de Miss Barnhill es una precoz niña huérfana que, sufriendo de insomnio, se levanta a la hora de las brujas –las tres de la mañana, para ser exactos-, se asoma por la ventana de su dickensiano orfanatorio y, en lo más negro de la noche, ve a una figura enorme, de siete metros de altura, deambulando por la calle. Cuando ese siniestro ente la ve, secuestra a Sophie y, corriendo, saltando, casi volando, la lleva a la tierra de gigantes donde la criatura vive, acaso con la intención de comérsela.Por supuesto, cuando Sophie logra verlo con claridad y, luego, platicar con él, resulta obvio que el Buen Amigo Gigante no es ninguna amenaza para ella, pero sí lo son los nueve gigantes que viven al lado –todos ellos muchos más grandes que el BAG-, por lo que el enorme papá adoptivo de Sophie tendrá que hacerse cargo de ella: cuidarla, protegerla y, más importante aún, alimentar y alentar sus sueños. Porque esa es la chamba del BAG –y de cualquier madre/padre que se precie de serlo-: tratar que cada una de nuestras Sophies puedan salir adelante. No se trata de ocultarles que en la vida también hay fracasos y sinsabores sino, como le dice el BAG a Sophie en cierta escena clave hacia el final del filme, hay que entender que eso forma parte de la vida misma.Spielberg se apropia del relato fantástico/infantil de Dahl para imbuirlo de auténtica melancolía: esa plática ya citada entre el BAG y Sophie acerca de sus sueños –es decir, del futuro de ella- resulta esperanzadora, sí, pero hay también en ella un cierto grado de advertencia. La vida no siempre es lo que uno quiere, lo que uno imagina, lo que uno sueña.Spielberg ha logrado una cinta notable en un género dizque menor: el divertimento infantil. Pero no haya nada menor en cómo plantea y desarrolla la historia de principio a fin, no hay nada menor en su impecable puesta en imágenes –fotografía del gran Janusz Kaminski-, no hay nada menor en la ejecución de la más gozosa vulgaridad llevada al límite –la hilarante y escatológica escena en el Palacio de Buckingham-, no hay nada menor, finalmente, en cómo logra transmitir el más genuino asombro infantil. Mejor dicho: en cómo logra provocar que uno, como espectador, recupere la capacidad de asombro infantil.Spielberg es –ya lo dijo Stuart Klawans en su magnífica crítica publicada en The Nation-, una especie de BAG cinematográfico, un generoso creador de sueños y pesadillas, lo mismo de E.T. el Extraterrestre (1982) que de Tiburón (1975): el Buen Amigo Spielberg.

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