Pusiéronse en camino, llevando por delante un borriquillo en que cargar lo comprado. De allí a poco se cruzaron con un grupo de labradores que regresaban ya de la villa. Saludáronse con un “Santos y buenos días”, y así que hubieron pasado, dijole el hombre a su hijo:
—Párate un momento y escucha lo que van hablando. Los caminantes decían, entre risas y bromas: —¡Buen par de tontos! Los dos a pie y el burro sin carga. —¿Qué te parece?— preguntó el buen hombre. —Que dicen verdad —respondió el mozo—; ya que el borrico no va cargado no hay razón para que vayamos a pie ambos. —Pues móntate tú en él —ordenó el padre. Siguieron así un buen trecho hasta que se cruzaron con un nuevo grupo de viajeros. Saludáronse con el “Santos y buenos días”, y así que hubieron pasado, díjole el buen hombre a su hijo: —Párate un momento y escucha lo que van hablando. Los pasajeros decían: —¡Jamás se vió tal! El cansado anciano a pie y el mozo fuerte a caballo. —¿Qué te parece? —preguntó el buen hombre. —Que llevan razón —respondió el mozo—, pues los trabajos más son para las fuerzas nuevas que para las quebrantadas por los años. —Pues apéate tú, que iré yo en el asno. Hiciéronlo así, y de aquel modo fueron camino adelante hasta que se encontraron con un nuevo grupo de aldeanos. Saludáronse con el “¡Santos y buenos días!”, y así que hubieron pasado díjole el buen hombre a su hijo: —Párate un momento y escucha lo que van hablando. Los labriegos decían: —¿Habéis visto? El tierno mozuelo a pie y el hombre robusto, hecho a todas las fatigas del mundo, a caballo. —¿Qué te parece? —preguntó el buen hombre. —Que no van descaminados —respondió el mozo—, pues quien más ha vivido más acostumbrado está a toda especie de privaciones y trabajos. —Pues monta detrás de mí, a la zaga. Hízolo el hijo, y siquieron así un buen espacio, hasta que tropezaron con un nuevo grupo de campesinos. Saludáronse con el “Santos y buenos días”, y así que hubieron pasado díjole el hombre a su hijo: —Detengámonos un momento y oigamos lo que van diciendo. Los rústicos decían: —¡Buen par de zánganos! Reventarán al borriquillo antes de acabar la jornada. —¿Que te parece? —preguntó el buen hombre. —Que no yerran —respondió el mozo—, pues tan débil es el asno que con nosotros dos sobre los lomos apenas puede dar un paso.
Paró entonces el buen hombre a la cabalgadura, volvió el rostro atrás, y encarándose con el mancebo le dijo: —Pues tú me dirás quien está en lo cierto y con qué consejo te quedas. Que de casa salimos los dos a pie y no faltó quien nos censurara por llevar el burro sin jinete; montaste luego tú y hubo quien no fue conforme con que cabalgara el mozo mientras caminaba el viejo; otro halló mal lo contrario, cuando ocupé yo la albarda del asno, y por último, desagradó a otro que los dos nos acomodáramos en las espaldas de la bestia, y estas opiniones las fuiste tomando por tuyas. ¿Qué podremos hacer a gusto de todos? Por tanto, hijo, hagamos el bien según nuestra conciencia y despreciemos las hablillas de la gente. Así, por parecerme lo justo, iré yo montado y tú me arrearás la cabalgadura. ¡Con que, vámonos ya! ¡Arre, burro!.