El avión despegó, al fin. Tras asistir a las situaciones habituales en los viajes aéreos (esa que se pone mala, aquel que se queda lívido, la otra que agarra la mano del pariente hasta hacerla papilla) y tras tolerar con la mejor de nuestras sonrisas de chicas-modernas-que-no-tienen-miedo-a-volar unas cuantas turbuuuuleeencias de esas del estómago ida y vuelta a la luna en dos segundos, llegamos a Granada. Bueno, a su aeropuerto, que viene quedando pelín retirado, pero no nos pongamos tiquismiquis. Granada.
Como era Granada, sí, pero eso, quinto pino, la situación requería de otro autobús para llegar, de una vez, a nuestro objetivo. El ánimo con el que Marycheivis y servidora emprendieron la subida al nuevo bus tras la mañanita (y casi tarde) que llevábamos y tras no haber probado bocado desde hacía eones, no os lo quiero ni contar. En plan, bueno, venga, no queda otra, que no nos vamos a quedar aquí, viendo huertas y polígonos industriales. Pero, ganas, lo que se dice ganas de otro viaje, pues no teníamos, para qué engañarnos.
En fin. Bus del aeropuerto granaíno. Compartido con alguna gente que reconocimos del vuelo. Que, claro, cómo no reconocerlas (eran féminas, sí), con esos estilismos donde imperaba el dorado en toda su extensión... Si es que nos lo pusieron a huevo. A huevo lo de mandar fotos de sus zapatillas rollo bota de oro de Cristiano Ronaldo a un colega para que lo flipara, digo.
¿Nosotras? Simples cronistas de la realidad estilística del país, oiga. Y que nos aburríamos también, conste, porque mientras esto sucedía en nuestros guasaps y en nuestras maléficas cabezas, el autobús lo que se dice moverse, pues no se movía. Ni un centímetro. Nada.
Y es que.... tenían que llegar.... ellos...
Bueno, estos exactos no, pero you know what I mean. Japoneses. A montones.
Y más japoneses, y japoneses a montones, y venga a subir japoneses.
Dato destacable: En #Granada hay japoneses #LiaAndCheivisEnGraná— Marycheivis (@Marycheivis) octubre 11, 2014
El misterioso caso del autobús que no se llena. #ymasjaponeses #ymas #LiaAndCheivisEnGrana— Lía (@liacice) octubre 11, 2014
Una muestra de nuestro sufrir. Que no quedó en que lleváramos con nosotros a medio Tokyo, no. El problema apareció cuando unas cuantas nenas niponas, con pinta de recién salidas de un manga de princesas, se las tuvieron que ver con el busero. Español de pura cepa. Autóctono, ya sabéis. De los de que se piensan que los guiris vienen de serie con problemas de oído y hay que meterles unas voces a ver si lo pillan y de paso, espabilan.
Yo, si os soy sincera, no me enteré muy bien de qué iba el asunto. Creo que estaba tan cansada y tenía tanta hambre, que en lo único que podía pensar era en el hotel y en comer. Sólo sé que las japonesas pagaron por dos y eran tres, o al revés, y el busero erre que erre a intentar corregir a las muchachas de su, supuesto, error y las chicas con cara de ¿yo por qué he salido de Osaka? y una española que estaba por allí intentado explicar la situación al busero, que tampoco lo pillaba y no hacía más que repetir 'tri pípol', 'tri uros', 'nain uros' y la histérica del inglés que me habita se puso más histérica aún, pero el hambre me poseía...
Total, que japonés viene, japonés va, el busero que se aclara y el autobús que se llena, tardamos en salir de allí prácticamente lo mismo que habíamos estado en el aire. Súmese a esto más de media hora de camino hasta el centro de Granada, llegar, preguntar por el hotel y encontrarlo, y servidora que por poco no le metió un bocao a la estatua de la reina Isabel y Colón cuando, al fin, la divisó.
Qué mañana la de aquel día, eh. Qué mañana. Eso sí, el restaurante del hotel estaba hasta los topes, con la gente, dada la hora, ya en la copita de después de comer y dándole al palmeo y al cante y nosotras ya ahí nos vinimos arriba. Más con el flamenquín tamaño obús norcoreano que nos metimos entre pecho y espalda ya casi a media tarde, mientras asistíamos -sin quererlo- a los arrumacos de los amantes de Graná, que no me leerán, pero si por un casual caen sus ojos en este blog, digo ahora lo que me quedé con ganas de decir entonces: eh, vosotros, los de la terraza del Carmela, IDOS A UN HOTEL, LEÑE, QUE NOS VAIS A MANCHAR CON LAS BABAS Y OTROS FLUJOS. PESAOS.
En fin, terminado nuestro maratoniano viaje, comenzó de verdad a lo que habíamos ido: Granada, en toda su extensión y belleza. Pero eso ya será otro capítulo que haré en cuanto encuentre las fotos... ehem, que, como estuve off (qué mala) después del viaje, no sé dónde las descargué...
Jeje. Glups.