Escritor: Joseph Roth
Antes de la I Guerra Mundial, el
Imperio Austro-Húngaro estaba integrado por un abanico de naciones.
Concretamente estaban aglutinados bajo la misma corona, 13 países
actuales europeos, o partes de los mismos, como la región de
Galitzia, lugar de nacimiento del escritor, y escenario de este
relato corto, que si bien ahora es polaca, antes de eso fue
austríaca.
Estas pocas páginas es el lamento de
un noble: el conde de Morstin, que representa la parte de la sociedad
que vivió estos cambios y la nueva ordenación del mundo, con
desgarro y un sentimiento de gran pérdida. Resulta interesante este testimonio. Y todo ello escrito con la calidad literaria que un buen escritor es capaz de hacerte disfrutar.
Se habla de la cuestión de las
nacionalidades. Del sentimiento de pérdida por ese desmembramiento,
porque para el conde, este imperio austríaco, como una
representación de un mundo en miniatura, permitía viajar dentro de
un mismo país, y disfrutar al mismo tiempo de la variedad de
lenguas, costumbres, y vestimentas que aporta un mundo completo. Era
para él, “la patria de los eternos caminantes”, ahora ya no
austríacos, sino o bien polacos, serbios, húngaros, checos,
bosnios, italianos, etc.
Además del lamento de esta pérdida
de una “patria caleidoscópica”, está el lamento de un cambio de
pensamiento que se impone, que para algunos fue la pérdida en la fe
en las jerarquías que se transmitían de padres a hijos, o la fe
ciega, casi divina, en la figura del emperador.
Si en “El triunfo de la belleza”, la
mujer es dibujada llena de verrugas. En “El busto del emperador”,
también se observa una crítica unilateral al hombre “moderno”
que ha tomado las riendas en una nueva ordenación del mundo.
Dice del hombre moderno que administra
“la herencia del mundo de ayer, para que unos cuantos años más
tarde, sean a su vez traspasados con intereses a otros herederos
todavía más modernos y fatídicos” (en tono de broma digo, que ¡esos ya somos nosotros!. Si viera ahora a Europa hasta el cuello de deudas .... )
Pero, esta unilateralidad en el
pensamiento también resulta enriquecedor, para entender el funcionamiento
del cerebro y del pensamiento de un determinado conjunto, que sin dejar de tener su razón, también
puede no tenerla en absoluto, porque no dejan de ser pensamientos, muy focalizados en una parte
concreta de la realidad, creo yo. De todos modos, da igual, porque
para las otras partes, existen también otras historias. Y esto es lo divertido.
El conde de Morstin, ahora apátrida
de corazón, en su lamento te dice “puesto que mi mundo parece
vencido para siempre, ya no tengo patria. Es mejor que vaya a buscar
los escombros de mi vieja patria” Va a recuperar un busto del
emperador Francisco José, que guardaba en el sótano; también un uniforme de la Real Orden militar del Dragón. Y el relato
sigue ….. casi como una parodia.