Finalmente, he optado por aproximarme a otro libro de Alejandro Casona, y el tomo que ha acabado en mis manos ha sido El caballero de las espuelas de oro, una revisión muy interesante sobre la vida y el pensar de Francisco de Quevedo, quien se define a sí mismo desde las primeras páginas cuando, decidido a ingresar en la Cofradía de la Risa, declara: “Amigos no tengo ninguno; enemigos los tengo todos. Las mujeres, unas me piden y otras me despiden; y si alguna me quiso fue tan poco, que hasta de olvidarme se olvidó. Nací con los ojos dobles y tartamudo de piernas. No hay cosa que yo piense al derecho que no me salga al revés. Las tejas que van a caer, siempre esperan a que pase yo. Si yo estudiara medicina, nadie se pondría enfermo; si vendiese zapatos, todos andarían descalzos. ¡Y hasta creo que, si un día quisiera ser cornudo, tropezaría con mujer honrada!”. No será necesario insistir en la condición quevedesca (puramente quevedesca y literal) de las mencionadas expresiones, tomadas de diferentes obras del vate madrileño; y no se trata, desde luego, de un demérito del dramaturgo. Alejandro Casona se ha documentado y ha manejado infinidad de versos y líneas en prosa del escritor barroco para intentar que todo sonase a Quevedo. Y lográndolo, vive Dios.
Escuchamos en sus ocho cuadros escénicos a un poeta solitario, obsesionado por el frío, audaz en sus apuestas literarias, firme en sus posturas políticas, compasivo con los débiles y dueño de unas espuelas de oro que, lejos de ser utilizadas como signo de riqueza o de vanagloria, esconden una simbología muy respetable: “Me las hice para ponérmelas dos únicas veces en mi vida. La primera fue en las Descalzas Reales al tomar mi hábito de Santiago. La otra será el día de mi muerte, para entrar pisando con dignidad en el Reino de Dios”. A través de sus ojos, de sus éxitos y de sus penurias, asistimos a un resumen excepcional de la historia de aquella España de nobles venales, miseria popular y supersticiones religiosas. Y, sobre todo, se nos muestra el aspecto humano de un Quevedo que, por su acidez verbal y su aparente altanería, suele ser visto como una figura más hermética, menos accesible.
Me ha convencido la lectura. Insistiré en el autor.