En menos de dos meses sabremos si Mariano Rajoy acertó aplicándose el famoso refrán árabe: “Siéntate a la puerta de la Moncloa y verás pasar el cadáver de Mas”.
Parece que la indolencia del primer ministro podría ser realmente una virtud, la paciencia del camellero ante su jaima.
Espera cómodamente que llegue el cuerpo del aventurero barcelonés tras morir de sed en el desierto por seguir un espejismo al que llama independencia de Cataluña.
Un independentismo que floreció a partir de 2006, cuando, cómo no, Rodríguez Zapatero, acobardado por el nacionalismo y el socialnacionalimo del PSC, pretendió cambiar el Estado manipulando la Constitución.
Elaboró un Estatuto catalán cuasi-independentista que, denunciado por el entonces líder opositor, Rajoy, fue parcialmente anulado por el Constitucional en 2010.
Los socialnacionalistas catalanes y el nuevo dirigente socialista, Pedro Sánchez, acusan ahora al presidente del Gobierno de inmovilismo ante las demandas nacionalistas, conducta que, afirman, ha intensificado el separatismo.
Olvidan que a cada concesión del Estado los nacionalistas respondían con más exigencias: el independentismo estaba, de tapadillo, en el Estatuto zapateril de 2006.
Debe tenerse en cuenta, además, que desde 1978 hasta la llegada de Rajoy al poder en enero de 2012 –incluyendo a González, Aznar y Zapatero--, se aprobaron las demandas nacionalistas menos la del estatuto anticonstitucional.
La paciencia de Rajoy será inmovilismo, pero parece haber desorientado al buscador de espejismos con mente sahariana.
Cuando Rajoy compareció la semana pasada ante la prensa destacó los logros económicos de sus casi cuatro años de gobierno tras recibir el país en ruinas y, sobre todo, le negó el agua sediento Mas, que sigue agonizante buscándola por el desierto.
El primer ministro sigue ante su puerta, aunque, ¿y si muriera él y lo heredara Pedro Sánchez?
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SALAS