Los cafés en el mundo suelen ser receptáculo de buena parte
de la historia de los lugares en los que se encuentran. París, por ejemplo, incluye
entre sus tantas formas para descubrirla un circuito por los bares más
representativos (como el Flore, el Aux Deux Magots, la Brasserie Lipps), Roma lo
hace con el Antico Café Greco o la famosa Tazza d´Oro, Berlín con el Café
Einstein, Madrid con el Café Gijón o la Barra de Chicote y Lisboa, como no podía ser
de otra forma, con el icónico Café A Brasileira, un clásico que se vuelve de visita obligada para quienes arriban a la
ciudad.
Antes de llegar a Lisboa leí bastante acerca de su historia
y su cultura y me llamó mucho la atención que casi siempre, sea cual fuere el
tema sobre el que estaba leyendo, la lectura se desviaba hacia un punto en el
que aparecía el nombre de FernandoPessoa y alguna que otra mención al Café A Brasileira. Así es que teniendo en
cuenta la repetitiva aparición del poeta, decidí hospedarme en un hotel lo más cerca de allí y terminé exactamente al lado del famoso café y de la estatua de Pessoa.
Cuando el taxi me dejó en la puerta del hotel lo primero que
ví fue la silueta de Pessoa hecha en bronce, recortada en medio de las sillas
del café y una decena de turistas que aguardaba para sacarse una foto con él e
inmortalizar así su paso por la capital. En la puerta del café dos camareros
entraban y salían a un ritmo vertiginoso y las mesas de la terraza que ocupan
esa porción de la Rua Garret rebozaban de gente que tomaba café, fumaba, leía
el diario o charlaba en un portugués a medio tono, muy diferente al que
estamos acostumbrados a escuchar por estas latitudes.
Como se podrán imaginar, la foto con Pessoa no podía faltar
en mi estadía, pero al ver la cantidad de gente que había, preferí volver a la
noche, cuando estuviera más tranquilo y así aprovechar la tranquilidad para
poder entrar al café que, por entonce,se encontraba atestado de gente, tanta
que ni siquiera dejaba lugar para tomar algo de pie en la barra.
1. DE POR QUÉ PESSOA SE TRANSFORMÓ EN LA METÁFORA DEL BRASILEIRA
La figura de Pessoa es una de las más misteriosas y míticas de la literatura mundial. Nacido en Lisboa en 1888, a los pocos años de edad fué llevado a vivir a Sudáfrica y allí tuvo la posibilidad de estudiar inglés, la que se convertiría en su segunda lengua. Durante los años allí se dedicó a traducir de día (para sobrevivir) y por las noches a escribir poesía, de la que, claramente, no podía vivir. Pero lo que lo vuelve un personaje misterioso es que la mayor parte de sus escritos no los firmaba con su verdadero nombre sino a través de heterónimos.
Así es como durante años se puso en la piel setenta y dos personajes, entre los cuales Álvaro de Campo, Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Bernardo Soares fueron los más conocidos. Cada uno de ellos tenian una personalidad bien marcada y representaban de algún modo las diferentes formas que el escritor tenía de comprender la vida. De ese modo y con una prolífica obra sobre sus espaldas se transformó en el poeta más representativo de la literatura portuguesa y uno de los más interesantes de las letras europeas.
A su regreso a Lisboa, buena parte de su tiempo lo pasó en el Café A Brasileira, el cual había sido fundado en 1905 y que pronto se transformó en el sitio por donde pasó buena parte de la intelectualidad lisboeta de entonces. Cuentan que era muy común verlo allí escribiendo las columnas periodísticas que publicaba en diferentes medios lusitanos y también reunido con diferentes personalidades, siempre del ámbito de la cultura y el arte. Es por eso que Pessoa y el café profesan una comunión inseparable y no podría pensarse jamás uno sin el otro.
2. EL CAFÉ A BRASILEIRA: EL CORAZÓN ARDIENTE DE LA RÚA GARRET
Como ya conté en un posteo anterior, la Rúa Garret no sólo es la calle principal del Chiado, sino que podría considerársela como el corazón mismo del barrio y el Brasileira es el motor que lo pone en funcionamiento a diario.
Según cuenta la historia el café fue creado para difundir entre los lisboetas el "genuino" café de Brasil, que los portugueses comercializaban desde los años de la conquista del gigante sudamericano. Es por eso que Telles, su dueño, ofrecía una taza gratis de la bebida a quienes compraban un kilo de café molido listo para consumir en sus casas. Así es como el boca a boca hizo que el lugar se transformara en poco tiempo en un sitio obligado para los amantes del buen café.
Aquí tienen algunas imágenes:
Tanto en su fachada exterior (de preciosista estilo art decó) como en sus interiores pintados por diferentes artistas lisboetas, el café representa en sí mismo una verdadera obra de arte. A diferencia de la modalidad de otras ciudades que cobran diferentes precios por tomar un café de pie o sentado en la mesa, el Brasileira mantiene sus precios cualquiera sea la forma en que se lo tome. Además de la tradicional Bica (especie de café expresso) y las otras especialidades cafeteras, pueden adquirirse los típicos productos pasteleros (como el bolho, las berlinesas o los deliciosos pasteles de Belém y de nata) que hacen de la gastronomía lisboeta una de las más interesantes del mundo.
A diario pasan miles de personas por allí y es muy difícil encontrar a los camareros en este estado de descanso, salvo por las noches que es cuando la afluencia de público merma en relación al día.
La presencia del art decó hace del pequeño café uno de los sitios imperdibles de Lisboa y es un punto más que interesante para hacer fotografías. La fachada exterior con la escultura montada sobre la entrada de un señor tomando un café es uno de las imágenes más fotografiadas de la ciudad, después del bronce de Fernando Pessoa.
Los servilleteros que se encuentran en las mesas son testigos desde hace varias décadas de los miles de turistas que llegan hasta allí para un acercamiento con el mejor café de la zona y también para descubrir la emblemática figura de Pessoa, quien sigue siendo el parroquiano más fiel del café.
Hasta el más mínimo detalle está cuidado en A Brasileira y, a diferencia de lo que se pueda pensar, es uno de los cafés más económicos de Europa, además de tener una atención para con el cliente muy diferente a la de otros lugares de la región. La calidez y la buena predisposición de los camareros hacen que una sola visita no alcance y haya que volver reptidas veces, como fue en mi caso.
Si el café es el rey del Brasileira, no caben dudas de que la Ginjinha es la reina. Licor preparado a base de la fermentación de la ginja (guinda amarga) en alcohol, azúcar y vainilla es una de las bebidas más exquisitas que se pueda probar. Al año se importan cerca de 150.000 litros a los Estados Unidos y, en Portugal, es muy fácil de encontrar en Lisboa, Óbidos y otras regiones del país. En el Brasileira la sirven directamente en una copa de licor pero en otros bares (como los de la Plaza del Rossío) suelen hacerlo en vasitos de chocolate, con lo cual el sabor de la ginja se hace mucho más intenso y se lo puede tomar perfectamente como un postre.
Durante las cinco noches que pasé en la ciudad, tomé allí mi primer café del día y el último de la noche, acompañado éste último por una copita de ginjinha. Cuando mi paso por la ciudad llegó a su fin me despedí de Pessoa y esa última noche me quedé hasta lo último sentado en una de sus mesas, tratando de impregnarme de la mágica atmósfera que envuelve al lugar. Lisboa me sedujo como pocas ciudades lo hicieron.
Para cuando empecé a experimentar los primeros síntomas de la saudade (que inevitablemente sorprende a todo aquel que se enamoró de la ciudad) me compré una botella de ginjinha para ponerle sabor a los recuerdos de aquel café y del misterioso Pessoa, quienes fueron el billete sin escalas al glorioso pasado de Lisboa.