Revista Cultura y Ocio
Demasiado numerosas son en España las localidades que siguen ostentando en sus calles los nombres de inveterados asesinos, cuyas placas parecen vigilarnos o advertirnos desde la altura. Los apellidos Queipo de Llano, Moscadó, Franco o Mola continúan, oxidados pero inamovibles (o brillantes pero inamovibles, lo cual resulta casi más inquietante), en sus atalayas anacrónicas, sin que resulten demasiado operativas las intenciones de desalojarlos de ese inmerecido lugar de privilegio, que debería reservarse para nombres más dignos o provechosos. Javier Ruiz Martín (Madrid, 1964) se ha adentrado en ese incómodo lodazal para construir su libro “El callejero maldito”, en el que plantea un recorrido por varias rutas del Madrid actual, donde Varela, Eduardo Aunós o el general Cabanillas presiden la vida capitalina de forma tan férrea como aparentemente invisible. Y el modo en que lo hace consiste en mantener entrevistas con estos personajes, que salen de sus tumbas para responder a las preguntas del escritor. Hasta ahí, perfecto.El desajuste “interno” del volumen viene, a mi entender, más tarde; porque el autor arranca su recorrido diciendo que está en su ánimo otorgar a los entrevistados “la posibilidad de justificar su barbarie” (p.32). Y resulta fácil constatar no lo hace. Cuando alguno lo intenta, de inmediato se modula su intervención con una apostilla del estilo “No voy a dejar que me convenza”, lo que desbarata el presunto equilibrio de la conversación o el intercambio de versiones. Entiéndaseme. Estoy de acuerdo con Javier Ruiz Martín en que todos los forajidos que asoman en estas hojas fueron unos engendros sangrientos, unos energúmenos fanáticos y unos criminales. Pero si asegura que el juego consistía en darles alguna opción para explicarse, quebrantado queda el propósito en cada página, porque los maneja como muñecos de guiñol a quienes apenas deja balbucir explicaciones o justificaciones entrecortadas.Con todo, la obra nos aporta un asombroso caudal de datos históricos, de atroces salvajadas y de episodios innobles que Javier Ruiz recopila y ordena con espíritu de historiador, para salvarlos de la amnesia y del maquillaje interesado de los intereses políticos actuales. En ese sentido sí que la obra merece, y mucho, las horas que se dedican a leerla.