CAPÍTULO 11: EL SUEÑO
Cubierta por la capa de terciopelo de su abuelo, rodeada por los sonidos de las olas y el ligero chapoteo de los delfines de tiro, Nicole se sumió en un sueño cada vez más profundo. Cuando un tibio rayo de sol le acarició la mejilla, la muchacha entreabrió un ojo en
sueños.
Estaba inmersa en una inmensa esfera azul, de paredes cristalinas y fluidas. Miles de gotas refulgían a su alrededor. Al intentar tocar una de ellas, la burbuja se desvaneció bajo sus dedos y, al apartar la mano, reapareció de nuevo.
Una corriente de espuma discurría delante de ella. Nicole dejó su mirada navegar entre las burbujas y distinguió la ondulación de los delfines. Sus colas resplandecían entre los destellos y un sinfín de algas filiformes se extendían sobre sus torsos a modo de larguísimas cabelleras. Aquellos cabellos se esparcían a su alrededor y al oscilar en la espuma, la encendían con multitud de chispas. Aún medio dormida, se fijó un poco más en los detalles de la escena que la rodeaba. En el lugar de Nemo, se hallaba un ser magnífico. Su rostro lucía una hermosa barba blanca y, sobre su cabeza, Nicole identificó el reflejo dorado de una corona. Cuando aquel rey extendió su brazo y abrió la mano, el tridente que portaba emitió un relámpago cegador. El fulgor impulsó la rauda travesía del Trineo sobre la senda de luz.
La joven permaneció inmóvil, sin atreverse siquiera a pestañear, mientras el vehículo, conducido por el Dios de los Océanos y su corte de Tritones y Sirenas, cruzaba el mar a la velocidad del rayo.
Un extraño e inmenso pez se aproximaba en dirección contraria. Se asemejaba a un torpedo, e iba tan rápido como uno. El choque era inevitable. Nicole se tensó en el asiento y contuvo la respiración. No habría Navidad ese año. El inmenso pez se acercaba como una exhalación. El Trineo se haría añicos. Cerró los ojos.
Esperó. Fue un instante eterno que se alargó sin que llegara la colisión. Antes del encuentro, el Trineo inició el ascenso hacia la superficie y el pez le siguió en su camino. Ambos emergieron casi simultáneamente.
Hacía frío. ¿Era el frío del fin? Nicole abrió los ojos y contempló las estrellas desperdigadas sobre la oscura bóveda de la noche. Algunas yacían salpicadas entre las olas, casi al alcance de la mano, y tiritaban mecidas por el vaivén del agua. Una estrella trazó un arco antes de caer hacia el Trineo y posarse con suavidad en él.
- ¡Star!- exclamó Nicole. La niña se abrazó al cuello de la reno y la besó con cariño.
La silueta del extraordinario pez se alzó sobre el océano. El agua se derramó por sus laterales en una fina cascada y reveló una pátina metálica sobre su cuerpo sin escamas. En su dorso sin aletas se abrió un opérculo y a través de la abertura emergieron Claus y Helga.
- ¡Abuelos!- susurró Nicole, con la voz ahogada por la emoción y las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
Sin pensárselo dos veces, la joven saltó al mar para salvar a nado la corta distancia que la separaba del submarino. Sin embargo no llegó a tocar el agua. Un haz de luz la rodeo y la izó hasta depositarla en los brazos abiertos de su familia. Incapaz de articular una palabra, Nicole se hundió en el abrazo de Helga y Claus.
Claus fue el primero en despegarse de su nieta. Con un gesto saludó a Neptuno que contemplaba la reunión sentado sobre una ola. El Rey del mar envolvió el Trineo en uno de sus rayos y lo colocó sobre la cubierta de la nave. A continuación, apoyó el Tridente sobre el agua y marcó una senda de luz en el océano. El submarino se sumergió en ella y se convirtió en uno más de sus destellos.