Revista Cultura y Ocio
CAPÍTULO 5: DESHIELO INVERNAL
Star también se fijó en la gran franja azulada del mar. ¡Nunca había estado tan cerca! Se preguntó si no sería más que una ilusión, un simple efecto óptico provocado por la nitidez del día. Con mucho cuidado, continuó su marcha mientras sentía el inquietante crujido del hielo a cada paso. Súbitamente, se oyó un ruido, un lejano y extraño chasquido. Star se detuvo y Nicole se asomó por el lateral del trineo. ¿Se habría roto algún eje? Comprobó los esquíes. Todo parecía estar en orden.
Prosiguieron. El sonido se repitió, más próximo y más intenso.
El abuelo Claus también escuchó el ruido. ¿Deshielo? ¿En esa época del año? ¡Imposible! Sobresaltado, en menos de una fracción de segundo apareció en la puerta del taller y su rostro se demudó.
- ¡NICOLE!- gritó angustiado. - ¡Sal de ahí! ¡Deprisa!
La niña se estremeció, asustada ante el intenso gesto de alarma del anciano, del que apenas le separaban unos pasos. Se asomó al otro lado del trineo y descubrió, horrorizada, una gran grieta que, según se abría en su progresión, hendía un abismo entre ambos.
-¡Corre Star! ¡Corre! ¡Corre tan rápido como puedas! - le pidió desesperada.
La reno trató de obedecer pero el suelo se balanceó y tuvo que emplearse a fondo en sujetar el trineo, que resbalaba descontrolado y se inclinaba peligrosamente hacia la línea de mar que asomaba por la fisura. Instintivamente, Nicole tiró con todas sus fuerzas de la palanca de freno para anclarlo fijamente al hielo. La placa se escoró y, a continuación, el retumbar violento de un trueno ascendió desde las profundidades al tiempo que el fragmento terminaba de escindirse. El ensordecedor rugido silenció el grito de pánico de la pequeña y, entre un alud de restos de nieve y hielo, el témpano cayó. El hielo se deslizó vertiginósamente por la pared vertical de la placa polar de la que formaba parte hasta hacía una fracción de segundo. Los esquíes temblaron. Star cayó al suelo, sujeta por los arreos, y Nicole se cubrió la cabeza con la capa para protegerse de la avalancha que volaba desbocada sobre ella. Se abrazó con brazos y piernas a la barandilla del asiento para no salir despedida. Al terminar su caída libre, el nuevo iceberg rebotó con brusquedad contra el agua para, a continuación, flotar sobre el oleaje mientras se bamboleaba y se adentraba, lenta e inexorablemente, en el océano.
Aunque el proceso apenas duró unos segundos, a Nicole y Claus, paralizados por la impotencia, aquel terrorífico instante se les hizo eterno. Abrumados, embargados por una combinación de asombro, terror e incredulidad frente a aquel suceso inconcebible, abuelo y nieta se miraron con espanto mientras la cinta de agua oscura que los separaba se hacía progresivamente más ancha.
- ¡Abuelo! - gritó Nicole suplicante, con los brazos tendidos hacia él.
- ¡Nicole! ¡Tranquila! ¡Mantén la calma! ¡Te rescataremos enseguida! - le aseguró el viejo, con más certeza de la que sentía.
Papá Noel se mesó la barba apesadumbrado, con los ojos fijos en la joven, mientras la veía alejarse sin remedio. Su alterada mente bullía, presa de un sinfín de temores y de dudas, todas ellas no exentas de un profundo sentimiento de culpa. ¿Por qué la había dejado sola? La siguió con la mirada hasta que, finalmente, la perdió de vista. Se quedó un rato allí plantado, con la esperanza de divisarla de nuevo.
Cabizbajo regresó a la casa. Helga había salido a la puerta al oír el terrible chasquido del hielo al hendirse y el ensordecedor estruendo de la avalancha de fragmentos al desprenderse. Aunque desde su posición la nube de nieve y cascotes apenas le había permitido distinguir los detalles, sí que había reconocido el Trineo y la mancha roja en su pescante. Permanecía inmóvil, pálida de la impresión, con el rostro desencajado y sin su habitual sonrisa. Se apoyaba en la pared para mantenerse en pie, las piernas no la sujetaban. Al ver a su marido, lágrimas de preocupación y alivio inundaron sus ojos.
- ¡Nicolás! - exclamó mientras se abrazaba a él - ¿Estás bien? ¡Pensé que estabas en el Trineo!
El abuelo la sostuvo con cariño, con un nudo en la garganta.
- Era Nicole la que conducía el Trineo cuando se rompió el hielo – aclaró.
Helga se tambaleó, sus piernas cedieron y su marido la ayudó a sentarse en el banco colocado al lado de la puerta y le rodeó sus hombros con su brazo.
- ¡Nicole!- musitó la anciana que parecía haber envejecido de repente y se sentía débil y terriblemente asustada.
- Afortunadamente está bien, o al menos ilesa, – se apresuró a añadir Nicolás - aunque ahora flota a la deriva, junto con Star y el Trineo, sobre un iceberg.
- ¿Star está con ella?- inquirió la impresionada mujer con un tono menos desesperado.
El abuelo asintió. Ambos se sentían más tranquilos al pensar que aquella reno estaba con la niña. Entre ambas criaturas existía una conexión especial. ¡Lástima que Star fuese demasiado débil para volar con la carga del Gran Trineo!
- Debo ir a buscarla – declaró Nicolás - aunque no sé cómo - confesó.
No disponía de trineo y, ni su forma física, su edad, o su peso hacían aconsejable que cabalgase sobre uno de los renos voladores. Tampoco podía enviar en su lugar a uno de los duendes porque, salvo en Nochebuena, la única capaz de recorrer largos trayectos por el aire era la ligerísima Star. El resto necesitaban de la magia de esa noche para viajar.
- Encontraremos el modo. Si es necesario construiremos un barco, ingenieros y trabajadores no nos faltan – propuso Helga, con el ánimo ligeramente recompuesto. No podía venirse abajo y abandonar a su nieta a su suerte. ¿Qué tal se las apañaría la pobre chiquilla, sola y perdida, hasta que pudiesen rescatarla? No podían permitirse perder más tiempo.
- Al menos la madera con la que está hecho el Trineo es insumergible – se consoló Nicolás. De una cosa sí que estaba seguro: su nieta jamás abandonaría a su suerte el vehículo mágico sin el cual no se podrían repartir los regalos en Nochebuena. No es que esa noche se encontrase en ese momento entre sus prioridades pero, aún así, le preocupaba la desilusión de los niños si se despertaban en Navidad sin sus regalos. ¡Quedaban sólo tres días hasta entonces! Debía pergeñar rápidamente, y con detalle, un buen plan.
Star también se fijó en la gran franja azulada del mar. ¡Nunca había estado tan cerca! Se preguntó si no sería más que una ilusión, un simple efecto óptico provocado por la nitidez del día. Con mucho cuidado, continuó su marcha mientras sentía el inquietante crujido del hielo a cada paso. Súbitamente, se oyó un ruido, un lejano y extraño chasquido. Star se detuvo y Nicole se asomó por el lateral del trineo. ¿Se habría roto algún eje? Comprobó los esquíes. Todo parecía estar en orden.
Prosiguieron. El sonido se repitió, más próximo y más intenso.
El abuelo Claus también escuchó el ruido. ¿Deshielo? ¿En esa época del año? ¡Imposible! Sobresaltado, en menos de una fracción de segundo apareció en la puerta del taller y su rostro se demudó.
- ¡NICOLE!- gritó angustiado. - ¡Sal de ahí! ¡Deprisa!
La niña se estremeció, asustada ante el intenso gesto de alarma del anciano, del que apenas le separaban unos pasos. Se asomó al otro lado del trineo y descubrió, horrorizada, una gran grieta que, según se abría en su progresión, hendía un abismo entre ambos.
-¡Corre Star! ¡Corre! ¡Corre tan rápido como puedas! - le pidió desesperada.
La reno trató de obedecer pero el suelo se balanceó y tuvo que emplearse a fondo en sujetar el trineo, que resbalaba descontrolado y se inclinaba peligrosamente hacia la línea de mar que asomaba por la fisura. Instintivamente, Nicole tiró con todas sus fuerzas de la palanca de freno para anclarlo fijamente al hielo. La placa se escoró y, a continuación, el retumbar violento de un trueno ascendió desde las profundidades al tiempo que el fragmento terminaba de escindirse. El ensordecedor rugido silenció el grito de pánico de la pequeña y, entre un alud de restos de nieve y hielo, el témpano cayó. El hielo se deslizó vertiginósamente por la pared vertical de la placa polar de la que formaba parte hasta hacía una fracción de segundo. Los esquíes temblaron. Star cayó al suelo, sujeta por los arreos, y Nicole se cubrió la cabeza con la capa para protegerse de la avalancha que volaba desbocada sobre ella. Se abrazó con brazos y piernas a la barandilla del asiento para no salir despedida. Al terminar su caída libre, el nuevo iceberg rebotó con brusquedad contra el agua para, a continuación, flotar sobre el oleaje mientras se bamboleaba y se adentraba, lenta e inexorablemente, en el océano.
Aunque el proceso apenas duró unos segundos, a Nicole y Claus, paralizados por la impotencia, aquel terrorífico instante se les hizo eterno. Abrumados, embargados por una combinación de asombro, terror e incredulidad frente a aquel suceso inconcebible, abuelo y nieta se miraron con espanto mientras la cinta de agua oscura que los separaba se hacía progresivamente más ancha.
- ¡Abuelo! - gritó Nicole suplicante, con los brazos tendidos hacia él.
- ¡Nicole! ¡Tranquila! ¡Mantén la calma! ¡Te rescataremos enseguida! - le aseguró el viejo, con más certeza de la que sentía.
Papá Noel se mesó la barba apesadumbrado, con los ojos fijos en la joven, mientras la veía alejarse sin remedio. Su alterada mente bullía, presa de un sinfín de temores y de dudas, todas ellas no exentas de un profundo sentimiento de culpa. ¿Por qué la había dejado sola? La siguió con la mirada hasta que, finalmente, la perdió de vista. Se quedó un rato allí plantado, con la esperanza de divisarla de nuevo.
Cabizbajo regresó a la casa. Helga había salido a la puerta al oír el terrible chasquido del hielo al hendirse y el ensordecedor estruendo de la avalancha de fragmentos al desprenderse. Aunque desde su posición la nube de nieve y cascotes apenas le había permitido distinguir los detalles, sí que había reconocido el Trineo y la mancha roja en su pescante. Permanecía inmóvil, pálida de la impresión, con el rostro desencajado y sin su habitual sonrisa. Se apoyaba en la pared para mantenerse en pie, las piernas no la sujetaban. Al ver a su marido, lágrimas de preocupación y alivio inundaron sus ojos.
- ¡Nicolás! - exclamó mientras se abrazaba a él - ¿Estás bien? ¡Pensé que estabas en el Trineo!
El abuelo la sostuvo con cariño, con un nudo en la garganta.
- Era Nicole la que conducía el Trineo cuando se rompió el hielo – aclaró.
Helga se tambaleó, sus piernas cedieron y su marido la ayudó a sentarse en el banco colocado al lado de la puerta y le rodeó sus hombros con su brazo.
- ¡Nicole!- musitó la anciana que parecía haber envejecido de repente y se sentía débil y terriblemente asustada.
- Afortunadamente está bien, o al menos ilesa, – se apresuró a añadir Nicolás - aunque ahora flota a la deriva, junto con Star y el Trineo, sobre un iceberg.
- ¿Star está con ella?- inquirió la impresionada mujer con un tono menos desesperado.
El abuelo asintió. Ambos se sentían más tranquilos al pensar que aquella reno estaba con la niña. Entre ambas criaturas existía una conexión especial. ¡Lástima que Star fuese demasiado débil para volar con la carga del Gran Trineo!
- Debo ir a buscarla – declaró Nicolás - aunque no sé cómo - confesó.
No disponía de trineo y, ni su forma física, su edad, o su peso hacían aconsejable que cabalgase sobre uno de los renos voladores. Tampoco podía enviar en su lugar a uno de los duendes porque, salvo en Nochebuena, la única capaz de recorrer largos trayectos por el aire era la ligerísima Star. El resto necesitaban de la magia de esa noche para viajar.
- Encontraremos el modo. Si es necesario construiremos un barco, ingenieros y trabajadores no nos faltan – propuso Helga, con el ánimo ligeramente recompuesto. No podía venirse abajo y abandonar a su nieta a su suerte. ¿Qué tal se las apañaría la pobre chiquilla, sola y perdida, hasta que pudiesen rescatarla? No podían permitirse perder más tiempo.
- Al menos la madera con la que está hecho el Trineo es insumergible – se consoló Nicolás. De una cosa sí que estaba seguro: su nieta jamás abandonaría a su suerte el vehículo mágico sin el cual no se podrían repartir los regalos en Nochebuena. No es que esa noche se encontrase en ese momento entre sus prioridades pero, aún así, le preocupaba la desilusión de los niños si se despertaban en Navidad sin sus regalos. ¡Quedaban sólo tres días hasta entonces! Debía pergeñar rápidamente, y con detalle, un buen plan.