Revista Cultura y Ocio
CAPÍTULO 6: A LA DERIVA
Mientras el fragmento de hielo se internaba con inexorable lentitud en el océano, la asustada Nicole no se atrevía a separar sus ojos de su abuelo, como si la línea que les unía pudiese retener su avance. Le llamó, pero su voz se perdió en medio del estruendo. Estiró sus brazos hacia él y alargó la punta de sus dedos. Sin embargo aquel gesto tan sólo recalcó su insignificante pequeñez y aumentó su sensación de impotencia. La figura vestida de rojo del anciano se alejaba más y más, achicándose por segundos hasta quedar finalmente convertida en un punto sobre la planicie blanca. En un último y brevísimo instante, ese punto desapareció por completo. ¡No, no!, se reveló Nicole. Cerró los ojos con la esperanza de descubrir un panorama diferente al abrirlos, aquello no podía ser real, seguro que se trataba de un pesadilla. Sin embargo, lo único distinto que encontró al abrirlos de nuevo fue el cambio en la tonalidad de las aguas que la rodeaban, más oscuras y profundas. ¡Estaba perdida! Sintió ganas de llorar. Se sorbió las lágrimas sin verterlas. No, no debía flaquear, no era un buen momento para rendirse. En realidad, ninguno lo era.
La joven se bajó del pescante y se acercó a Star. Acarició pensativa las sedosas crines mientras trataba de calmar, a base de caricias, la inquietud de ambas. El contacto la tranquilizó. A fin de cuentas, tras aquella espeluznante experiencia, ambas seguían sanas y salvas.
- Saldremos de esta, Star – le aseguró.
La reno la miró con sus ojos azules llenos de confianza. Bajo su mirada, Nicole recuperó su ánimo habitual. La verdad es que no había mucho que pudiesen hacer. De momento sólo cabía esperar que llegase el equipo de rescate que, estaba segura, organizaría el abuelo. ¿Cuánto tardaría?
Analizó sus propios recursos. Afortunadamente, el Trineo, gracias a los regalos de los niños, contaba con reservas ilimitadas de chocolate, leche, galletas y de un sinfín de gollerías. Aunque el abuelo y los renos cataban bastantes de aquellos manjares durante su viaje, también guardaban muchos de ellos para evitar empacharse durante el mismo. No podían dejarlos en los hogares, sin tocar, o los niños se decepcionarían. No obstante tampoco podían probarlos todos porque, a su regreso, les esperaba el espléndido desayuno de la abuela Helga, y Claus se reservaba un buen hueco en el estómago para no perdonar ni una sola de esas exquisiteces. Por suerte para la singular naufraga, todas las delicias almacenadas se mantenían sin alterarse gracias a que, en todo lo relacionado con la Navidad, el aparato se regía por leyes diferentes a las del tiempo.
Nicole miró a su alrededor. Aún se divisaba la línea de la costa, cuyo perfil cambiaba constantemente. Avanzaban de un punto a otro, sin rumbo. Navegaban a la deriva, arrastrados por la corriente. ¿Hacia dónde?, se preguntó la chiquilla. Sabía que en Océano Ártico confluían varias corrientes marinas. Algunas incluso daban vueltas en círculo en torno al Océano Ártico y creaban poderosos remolinos en el lugar del giro que arrastraban los bancos de peces hacia allí. Eso hacía que, durante el verano, las focas se congregasen en la zona para disfrutar de la abundante y surtida pesca. Los osos polares, conocedores de este hecho, también se situaban en los alrededores y aprovechaban para cazar, con relativa facilidad, a aquellas focas, su manjar favorito. Desde esa zona era fácil avistarles. Nicole guiñó los ojos con la ilusión de distinguir alguno. No tuvo éxito. La orilla estaba lejos y, a esas alturas de la estación fría, no quedaban ni focas ni osos en las inmediaciones.
- No hay que alarmarse, seguro que el Giro Beaufort nos devuelve a la orilla – comentó esperanzada.
Star la miró preocupada. Sabía mejor que la niña que no podían depender del Giro, cuya fuerza variaba en función de los vientos y que, según la dirección de éstos, arrastraba el agua de nuevo hacia el Ártico o la empujaba hacia el Pacífico o el Atlántico. ¿Qué sucedería si eran interceptadas por la poderosa corriente de Groenlandia? Mejor ni imaginárselo. Dado el caso se alejarían aún más, hacia las costas heladas de la península del Labrador. Si eso ocurría confiaba en que encallasen entre sus rocas, al igual que tantos y tantos barcos a lo largo de la historia. En otras circunstancias no era una alternativa en absoluto apetecible pero, en la tesitura en la que se encontraban, era eso o seguir a la deriva. Detenerse, de la manera que fuese, se le antojaba la opción menos mala.
El ganar la orilla le procuraría a Star el espacio necesario para despegar con seguridad y volar de regreso al Polo para avisar al abuelo de su posición. De otro modo le iba a costar localizarlas en medio del océano y eso demoraría demasiado el rescate. Si el Gran Trineo no se recuperaba a tiempo para la noche del 24, no se podrían repartir los regalos. Star sabía con cuánta ilusión esperaban los más pequeños ese momento y la decepción que se llevarían al levantarse y no encontrar nada en sus calcetines ni debajo del árbol.
Poco a poco la figura del sol se mostró con mayor claridad en el cielo. Dejó de ser el reflejo plateado en el horizonte polar para convertirse en un disco brillante que se alzaba sobre el mar. Al advertir el cambio, Star supo que su rumbo había cambiado y que navegaban hacia el Atlántico, empujadas por la corriente de Groenlandia.
- Nos dirigimos hacia el Sur - informó a su compañera de travesía tratando de aparentar tranquilidad.
Tras siglos de vislumbrar desde las estrellas los contornos de mar y tierra, la reno se conocía bien la geografía del planeta. Si seguían en aquella corriente llegarían al Canadá. ¿Encallarían o continuarían su progresión hacia el sur? En ese caso se meterían directamente en las cálidas aguas del Golfo donde el iceberg no duraría demasiado, en pocas horas se licuaría y desaparecería, y tanto Nicole como el Trineo quedarían a merced de las olas.
El animal estudió intranquila su trayectoria. Le pesaba cada minuto que pasaba, lento y aún así demasiado rápido. El sol se mostraba más alto por momentos mientras que la costa se alejaba progresivamente. Definitivamente ni el mar ni el viento estaban dispuestos a frenarlas. Calculó groso modo la distancia recorrida. Se sorprendió. Navegaban a una velocidad increíble. Debía actuar ya o no las encontrarían ¿Cómo se iban a figurar que estaban tan lejos? El Trineo no contaba con GPS ni ningún otro tipo de localizador. Valoró todas las posibilidades. Pese a su diminuto tamaño era bastante fuerte y se sabía capaz de cargar con la niña durante todo el trayecto de vuelta a casa. Sin embargo la pista helada de despegue con la que contaba era demasiado corta. No podría elevarse en aquel reducido témpano con la joven montada encima, acabarían las dos en el agua, eso si no rebotaban dolorosamente antes en algún relieve de la pared del fragmento. De hecho apenas tenía espacio suficiente para hacerlo ella sola. Tenía que intentarlo, no le quedaba otra opción. Era vital avisar a Papá Noel del peligro que corría su nieta. ¿Lo lograría? ¿Se salvaría también la Navidad? Tomó una decisión.
Mientras el fragmento de hielo se internaba con inexorable lentitud en el océano, la asustada Nicole no se atrevía a separar sus ojos de su abuelo, como si la línea que les unía pudiese retener su avance. Le llamó, pero su voz se perdió en medio del estruendo. Estiró sus brazos hacia él y alargó la punta de sus dedos. Sin embargo aquel gesto tan sólo recalcó su insignificante pequeñez y aumentó su sensación de impotencia. La figura vestida de rojo del anciano se alejaba más y más, achicándose por segundos hasta quedar finalmente convertida en un punto sobre la planicie blanca. En un último y brevísimo instante, ese punto desapareció por completo. ¡No, no!, se reveló Nicole. Cerró los ojos con la esperanza de descubrir un panorama diferente al abrirlos, aquello no podía ser real, seguro que se trataba de un pesadilla. Sin embargo, lo único distinto que encontró al abrirlos de nuevo fue el cambio en la tonalidad de las aguas que la rodeaban, más oscuras y profundas. ¡Estaba perdida! Sintió ganas de llorar. Se sorbió las lágrimas sin verterlas. No, no debía flaquear, no era un buen momento para rendirse. En realidad, ninguno lo era.
La joven se bajó del pescante y se acercó a Star. Acarició pensativa las sedosas crines mientras trataba de calmar, a base de caricias, la inquietud de ambas. El contacto la tranquilizó. A fin de cuentas, tras aquella espeluznante experiencia, ambas seguían sanas y salvas.
- Saldremos de esta, Star – le aseguró.
La reno la miró con sus ojos azules llenos de confianza. Bajo su mirada, Nicole recuperó su ánimo habitual. La verdad es que no había mucho que pudiesen hacer. De momento sólo cabía esperar que llegase el equipo de rescate que, estaba segura, organizaría el abuelo. ¿Cuánto tardaría?
Analizó sus propios recursos. Afortunadamente, el Trineo, gracias a los regalos de los niños, contaba con reservas ilimitadas de chocolate, leche, galletas y de un sinfín de gollerías. Aunque el abuelo y los renos cataban bastantes de aquellos manjares durante su viaje, también guardaban muchos de ellos para evitar empacharse durante el mismo. No podían dejarlos en los hogares, sin tocar, o los niños se decepcionarían. No obstante tampoco podían probarlos todos porque, a su regreso, les esperaba el espléndido desayuno de la abuela Helga, y Claus se reservaba un buen hueco en el estómago para no perdonar ni una sola de esas exquisiteces. Por suerte para la singular naufraga, todas las delicias almacenadas se mantenían sin alterarse gracias a que, en todo lo relacionado con la Navidad, el aparato se regía por leyes diferentes a las del tiempo.
Nicole miró a su alrededor. Aún se divisaba la línea de la costa, cuyo perfil cambiaba constantemente. Avanzaban de un punto a otro, sin rumbo. Navegaban a la deriva, arrastrados por la corriente. ¿Hacia dónde?, se preguntó la chiquilla. Sabía que en Océano Ártico confluían varias corrientes marinas. Algunas incluso daban vueltas en círculo en torno al Océano Ártico y creaban poderosos remolinos en el lugar del giro que arrastraban los bancos de peces hacia allí. Eso hacía que, durante el verano, las focas se congregasen en la zona para disfrutar de la abundante y surtida pesca. Los osos polares, conocedores de este hecho, también se situaban en los alrededores y aprovechaban para cazar, con relativa facilidad, a aquellas focas, su manjar favorito. Desde esa zona era fácil avistarles. Nicole guiñó los ojos con la ilusión de distinguir alguno. No tuvo éxito. La orilla estaba lejos y, a esas alturas de la estación fría, no quedaban ni focas ni osos en las inmediaciones.
- No hay que alarmarse, seguro que el Giro Beaufort nos devuelve a la orilla – comentó esperanzada.
Star la miró preocupada. Sabía mejor que la niña que no podían depender del Giro, cuya fuerza variaba en función de los vientos y que, según la dirección de éstos, arrastraba el agua de nuevo hacia el Ártico o la empujaba hacia el Pacífico o el Atlántico. ¿Qué sucedería si eran interceptadas por la poderosa corriente de Groenlandia? Mejor ni imaginárselo. Dado el caso se alejarían aún más, hacia las costas heladas de la península del Labrador. Si eso ocurría confiaba en que encallasen entre sus rocas, al igual que tantos y tantos barcos a lo largo de la historia. En otras circunstancias no era una alternativa en absoluto apetecible pero, en la tesitura en la que se encontraban, era eso o seguir a la deriva. Detenerse, de la manera que fuese, se le antojaba la opción menos mala.
El ganar la orilla le procuraría a Star el espacio necesario para despegar con seguridad y volar de regreso al Polo para avisar al abuelo de su posición. De otro modo le iba a costar localizarlas en medio del océano y eso demoraría demasiado el rescate. Si el Gran Trineo no se recuperaba a tiempo para la noche del 24, no se podrían repartir los regalos. Star sabía con cuánta ilusión esperaban los más pequeños ese momento y la decepción que se llevarían al levantarse y no encontrar nada en sus calcetines ni debajo del árbol.
Poco a poco la figura del sol se mostró con mayor claridad en el cielo. Dejó de ser el reflejo plateado en el horizonte polar para convertirse en un disco brillante que se alzaba sobre el mar. Al advertir el cambio, Star supo que su rumbo había cambiado y que navegaban hacia el Atlántico, empujadas por la corriente de Groenlandia.
- Nos dirigimos hacia el Sur - informó a su compañera de travesía tratando de aparentar tranquilidad.
Tras siglos de vislumbrar desde las estrellas los contornos de mar y tierra, la reno se conocía bien la geografía del planeta. Si seguían en aquella corriente llegarían al Canadá. ¿Encallarían o continuarían su progresión hacia el sur? En ese caso se meterían directamente en las cálidas aguas del Golfo donde el iceberg no duraría demasiado, en pocas horas se licuaría y desaparecería, y tanto Nicole como el Trineo quedarían a merced de las olas.
El animal estudió intranquila su trayectoria. Le pesaba cada minuto que pasaba, lento y aún así demasiado rápido. El sol se mostraba más alto por momentos mientras que la costa se alejaba progresivamente. Definitivamente ni el mar ni el viento estaban dispuestos a frenarlas. Calculó groso modo la distancia recorrida. Se sorprendió. Navegaban a una velocidad increíble. Debía actuar ya o no las encontrarían ¿Cómo se iban a figurar que estaban tan lejos? El Trineo no contaba con GPS ni ningún otro tipo de localizador. Valoró todas las posibilidades. Pese a su diminuto tamaño era bastante fuerte y se sabía capaz de cargar con la niña durante todo el trayecto de vuelta a casa. Sin embargo la pista helada de despegue con la que contaba era demasiado corta. No podría elevarse en aquel reducido témpano con la joven montada encima, acabarían las dos en el agua, eso si no rebotaban dolorosamente antes en algún relieve de la pared del fragmento. De hecho apenas tenía espacio suficiente para hacerlo ella sola. Tenía que intentarlo, no le quedaba otra opción. Era vital avisar a Papá Noel del peligro que corría su nieta. ¿Lo lograría? ¿Se salvaría también la Navidad? Tomó una decisión.